Confianza bilateral
Cerca de las 1000 horas la lancha de desembarco que transportaba al mandatario llegó al lugar acordado. Éste se ubicaba en las afueras de Thann Hoa; allí les esperaba Mi Ching, estudiante de intercambio y fiel seguidor de la política económica de los Chicago Boys, quien haría las veces de guía y traductor. El pequeño pelotón, no habituado al terreno, tuvo que modificar sus hábitos de lectura y alimentación. La instrucción que recibieron en el Regimiento N°69 “Zorros del desierto”, sin embargo, les había preparado, incluso, a comer ratas si era necesario. Atravesaron cuidadosamente la valla de la carretera concesionada; luego se internaron en un arrozal de exportación para terminar en un pantanal lleno de sanguijuelas. El pelotón extenuado buscó una zona alta donde descansar. En momentos que se entregaban a una amena lectura, escucharon disparos desde una zona de caza de patos cercana y, asustados, se internaron en la selva. El mandatario, guardando la sangre bien fría, logró dominarlos a charchazos y dando arenga los conminó a cruzar la jungla. El enorme calor nocturno había derretido la barra de chocolate del secretario, también el hielo que traía el adjunto; sin embargo, Ching había comprado algunos helados, los que traía en una caja de aislapol y que vendió a cinco dólares. Molesto el mandatario por la sinverguenzura del oriental, éste le respondió que sólo era la ley de la oferta y la demanda. El valiente grupo, fusil en manos, marchó hacia el objetivo: Hanoi. Por el rostro del mandatario corría la gota obesa, sus ropas de combate necesitaban urgentemente un lavado y desinfección. La mochila cada vez pesaba más. Arriba, los reflejos lunares apenas escurrían por la espesa vegetación; el andar del grupo, bajo estricto silencio, sólo era interrumpido por los monos titíes apareándose, y uno que otro monicaco de hábitos nocturnos que se cruzaba por el camino. De pronto, en un claro, se encontraron con la aldea de Chaw-Fán, antigua colonia mandarina de donde nació el conocido plato. Allí descansaron algunos minutos, mientras Ching se encargaba de cambiar dólares para comprar arroz primavera. Nuevamente el escuadrón penetró la selva, llevando consigo una linterna que compraron en el bazar del pueblo, con la que lograron llegar al punto de reunión. No habían tenido bajas hasta ahora, sin embargo, uno de los muchachos empezó a gritar de dolor estomacal. Alguien masculló – el maldito primavera fue - . Se armó una camilla de campaña para trasladar al enfermo. Pasaditas las 6:30 de la mañana, hora local, el pelotón se encontró frente al objetivo. El mandatario ordenó que dos se quedarán con el diarreico y vigilaran la vía de escape, mientras el resto le acompañaba al interior del cuartel. Algunos hombres del Viet-Kong estaban viendo a la Marlen por la tele, de manera que fue relativamente fácil ingresar al edificio. Otros estaban revisando la lista de seleccionados a las universidades y unos cuantos leían la semana financiera del Washington Post. Cuidadosamente abrieron la puerta de la oficina del compañero presidente, mientras alertas, observaban de un lugar a otro por si aparecían amigos de Ho Chi Minh. El mandatario abrió la caja maestra, con precisión catedrática y, usando una linterna desechable, descubrió la secreta documentación sobre subsidios a las exportaciones. Luego de su mochila militar extrajo una nano-cámara digital japonesa y fotografió los papeles. Una vez que terminó, guardó todo en su lugar y , antes de salir, observó extasiado un hermoso jarrón de la dinastía Han que decía “A su Excelencia con admiración”. Por las cosas de este zorro mundo no habían sido descubiertos aun, sin embargo, tras un biombo les observaba un supersayayin que con gritos coprolálicos alertó a la guardia. El mandatario ordenó a sus hombres correr hacia la cancha de fútbol, mientras respondía al fuego con fuego. Balas iban y venían; cuando de repente, apareció un helicóptero Comanche, con asientos reclinables, bar y azafatas, que se posó en el campo. El mandatario, entonces, apuntó su pulgar al vehículo y sus hombres corrieron como si los persiguiera la comisión civil. Él continuó disparando, pero se acabó la carga de la metralleta, de manera que sacándose la mochila extrajo un bazuca desplegable hecho en Taiwán con el que hizo retroceder al Viet-Kong. Sin embargo, el gatillo se le trabó, por lo que sacó su pistola... Dando vuelta su rostro, se fijó que el aparato partía sin él, mientras algunos brazos le invitaban a acercarse. Corrió como alma en pena y agarrándose del tubo -como cuando en los viejos tiempos de estudiante tomaba el micro para ir a la universidad- de un brinco subió y algunas manos le sujetaron con fuerza. Un conscripto asido a la ametralladora disparó incesantemente hasta que la nave desapareció.
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El mandatario llegó temprano al aeropuerto de Ho Chi Minh. Allí le esperaba la recepción oficial. Por boca del Presidente del Viet-Kong se enteró de lo sucedido el día anterior, manifestándole su pesar y solidaridad. Luego se dirigieron al salón de honor donde se suscribiría el Tratado de Libre Comercio entre ambos países. Extrañado el mandatario oriental le preguntó a su contraparte por qué no leía la letra chica del Tratado, a lo que éste respondió - confío plenamente en usted- mientras acariciaba la máquina que llevaba en el bolsillo de su chaqueta.
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