Formulación carente de contenido, incertidumbre hambrienta de convicciones, duda amarga, cruel angustia frente a la inminente respuesta; cosas que se buscan queriendo no encontrar, cosas encontradas que amnésicas ignoran su origen, pasados nublosos de futuros vagos y lejanos.
No hay respuesta sensata a pregunta necia, pero cualquier pregunta en sí misma es necia en el momento que la incógnita se incuba en la psique y permanece ahí, esperando, al acecho. Crece devorando algún pensamiento, va tomando un poco de ahí, otro tanto de allá, hasta que los recuerdos se vuelven simples trampas de pequeños sentimientos. Pero ella sigue a la espera, a la caza de esa presa tan deseada pero que jamás le dará satisfacción completa. De una duda nace otra y la pregunta se ha vuelto escondite predilecto de una sinrazón perpetua que se multiplica más que virus en caldo de cultivo.
La pregunta se hace espesa, somnolienta, casi pesada. No porque pese responderla, ni porque la razón de su enunciado represente una afrenta, se siente así porque la boca que la pronuncia paladea las palabras antes de convertirlas en lo que el cerebro ya decidió que fueran, formas audibles que dan textura al silencio obligando a sensibilizar los oídos y corazones de quienes gustan de permanecer bajo su cobijo.
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