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Anillos de oro

Abrí la puerta del negocio con cierta timidez. Detrás de mí entró él. Las empleadas nos miraron algo curiosas, no había nadie en el salón de ventas.
Caminamos hacia los escaparates poblados de cosas brillantes, que titilaban bajo las luces detrás del cristal.
Había varios relojes para hombre, otros delicados, para mujer. Largas cadenas, algunas medallas y cruces, broches con piedras y perlas. Más allá relojes despertadores de diversas formas y colores.
Pero nada de eso nos interesaba. Junto a una de las paredes, relucía un estante con anillos. Grandes, pequeños, con brillantes.
Cuando empezamos a mirar las tarjetitas con los precios, nuestras expectativas fueron cambiando.
_ ¿Quieren ver algo de ésto? – Preguntó atentamente una de las jovencitas.
Cruzamos una mirada de inteligencia y señalamos una pequeña caja azul.
_ Estas son muy buenas, ¿Con cintillo o sin él?.
Un movimiento de cabeza mío le dio a entender que el cintillo no.
Preguntamos la forma de pago, era conveniente.
_ ¿Lo envolvemos para regalo?_ Preguntó la chica.
_ No _ dijo él _ son para nosotros.
_ ¿Para ustedes?. ¡Oh, qué bien!. Pruébenlos entonces.
Él tomó mi mano y puso el delicado aro de oro en mi anular izquierdo. Quedaba perfecto. Hice lo mismo con el otro, pero hubo que buscar una medida mayor.
Volvimos a guardarlos en la caja, nos cobraron con la promesa de un grabado gratis, pero otro día, el grabador no estaba.
Salimos tomados del brazo, con una bolsita de papel blanco en la que había dibujado un corazón en tinta dorada, sintiendo a nuestras espaldas las miradas entre curiosas y asombradas de las empleadas. Claro, eramos algo así como una especie en extinción, digna de museo.
Seguramente quedaron algo impresionadas ante las incipientes canas de él, los anteojos, coquetos, por cierto de los dos, y mi bastón. “¡Qué bichos raros!”, habrán pensado.
Cuando llegamos a casa, brindamos con una taza de té. Nos pusimos uno al otro el anillo, diciendo una frase que nos salió a dúo, “Para siempre”.
Dos semanas más tarde salíamos del registro civil, rodeados de amigos, con nuestros respectivos hijos, y un nieto en camino. Nadie se imaginaba que casi en los sesenta años se puede volver a empezar y creer en el amor.




Texto agregado el 27-08-2004, y leído por 197 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
01-09-2004 MUY BUENO ALGUNA PARECIDO CON LAS BODAS DE ORO DE MIS ABUELOS, AFORTUNADAMENTE MI ABUELO ALCANZO A VIVIRLO... MATEOXX
 
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