Mi primer beso
Aún no había cumplido los catorce años cuando dejé el internado del Colegio de los Jesuitas en la Guardia, situado a la orilla de la desembocadura del río Miño, frontera de España con Portugal y donde viví los tres años mas felices de mi niñez .
En ese mismo paradisíaco lugar pasábamos toda la familia los veranos; apenas había gente, nos conocíamos todos.
Frente a la playa, en un pequeño islote ocupado todo él por una impresionante fortaleza portuguesa, las aguas del mar atlántico se engullía al poderoso río, que según oscilaban las marea era de agua dulce o salada.
Contaban que en el castillo había unos cañones apuntando a la playa con un letrero que decía “ Ay de ti España si te escupo”, pero no estoy seguro si es cierto.
La playa se llama Camposancos, es blanquísima de arena muy fina mirando al río, que, convertido ya en Ria, ve como se despide de su largo viaje para entrar a formar parte de la familia marítima.
En aquellos tiempos, las playas estaban vivas; escarbabas en su arena y encontrabas bivalvos y saltaban los pulgones traslúcidos con quienes compartíamos nuestro veraneo.
A sus espaldas y protegiéndola de vientos adversos está el precioso y conocido Monte Santa Tecla donde se conserva los restos de uno de los mas importantes poblado celta.
Ese año conocí a un grupo de niños y niñas de mi edad_ mis hermanos eran mayores y no me hacían puñetero caso_ y pasé un verano de ensueño; por primera vez fui a bailar a un guateque, y bebí mi primera sangría de limón, y sobre todo… conocí a GLORITA.
Era del otro lado de la Ria de Vigo, Moaña, otro pueblo precioso con playa muy parecida. Pelo muy negro con coletas; ojos mas negros todavía; regordeta y bajita. A mi me pareció la niña mas bonita que jamás había visto; siempre estaba riendo y sobre todo me daba mil vueltas en desparpajo _ hoy día dudo que fuese así _ y sabía de cosas de las que yo nunca había oído hablar ni a mis compañeros de colegio. Era un pozo de sabiduría; me contaba historias de su pueblo, de sus amiguitas y amiguitos que me parecían increíbles. Pero. ¡ cuanto ha vivido! pensaba yo. Me hablaba de un mundo que empezaba a presentir pero que aún desconocía.
Un día en la playa cuando mi familia estaba un poco lejos me cogió de la mano y me sonrió. No dormí de los nervios, las horas se convertían en meses cuando ella no estaba; pero tenía que hacer un gran esfuerzo para que nadie se diera cuenta, pues estaba seguro que todos mis nuevos sentimientos se reflejarían en mi rostro.
Pero Glorita tuvo que marcharse antes de que yo terminara mi estancia en la playa.
A la espalda de la playa existe un precioso bosque sobre una duna fósil ; en un momento, no recuerdo cómo, allí estaba en medio de los árboles con mi joven corazón a doscientas pulsaciones, llevado de la mano por mi profesora de la vida. Me preguntó si había dado un beso antes a una niña; con vergüenza le dije que no. Las parejas se besan en los labios, dijo sonriendo a un chaval acojonado completamente rojo y que por primera vez sentía un extraño calor corporal.
Me acerca a ella y me da el primer beso de mi vida . Se puso delante de mi y con la cara frente a frente me acercó la cabeza y su nariz chocando con la mía hacía casi imposible llegar a nuestros labios; tuvimos que avanzarlos para tocarlos.
Después tuve claro que ella tampoco había besado en los labios a un niño. Pero fui tremendamente feliz aunque un poco preocupado pues no sabía si habíamos hecho lo correcto.
Días después y cuando aún escocían mis labios, recibí una carta suya a través de una amiga,
“Juan dentro de tres días será luna llena; a las doce de la noche mira la luna que yo la estaré mirando”.
A las doce en punto ( procurando que no me viera nadie ) salí al balcón sobre la Ria y mirando la luna pude saber a qué sabe un beso en los labios.
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