El silencio del arbóreo paisaje
sólo se quiebra con el canto del ave
pues en su bello trinar ella se sabe
mensajera de aquel silente mensaje:
el susurro del caudal del rio en su viaje.

Buscaba el agua refugiarse en la rada
el junco, reverente cuando pasaba
al calor de la tarde se le inclinaba,
ella, sin el estruendo de la cascada
sólo es un hilo, su cantidad menguada.

Callado se grita: ¡Ha llegado el estiaje!
una tórtola en su vuelo hace un viraje
atolondrada por el calor salvaje...
Al atardecer languidece el follaje,
pues va perdiendo verdor en su ropaje.

Más abajo, la mujer goza el verano
moja su cara, la entrepierna, la mano
un suspiro de placer, gesto mundano
convierte aquel estiaje en algo profano
y pinta el crepúsculo tono pagano.

Ah, es el estiaje, la morbidez, la mano,
el río, lo humano... ¡Qué bello paisaje!