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Cuando se es chico y raro, eso de encajar en el mundo, es una mierda.
Pero no hay mal que dure cien años o, en su defecto, más allá de la primaria. Y aquí es donde cuento que mi amiga, mi mejor amiga, casi casi mi única amiga… era marciana. Si, marciana como lo lees y no, no era verde ni ojona, no seas cojudo. Aquí te la describo.
Del planeta Petit-Thouars. Nave amarilla número 15. Talla más allás del metro cincuenta. Pelo melenudo, con grenchas y nudos al gusto del cliente. Piernas largas y pecas en la nariz. Ojos amables de pestañas largas. Nariz respingada de muñeca. Gusto variado por los dulces y salados de la rotonda o el kiosko de la mamá de Andrea. Gran apetito. En ocasiones puede volar si no la mantienes con los pies en la tierra (esto de la gravedad era todo un tema para ella, tu sabes, era marciana). Facilidad para el llanto con o sin motivo (mucha más que la normal en las féminas humanas). Gran habilidad para imaginar cosas, facilidad para soñar despierta y creatividad sin frenos además de extrema destreza para la creación de objetos inútiles a partir de cartón, papel o plástico finamente coloreados. Elaboración de letras gordas y flacas, largas y cortas, en combinación con elementos como escarcha y/o purpurina. (OJO aquí porque estas últimas características le valieron la chamba que hoy tiene).
Mi amiga marciana cargaba una mochila negra y enorme. Pesaba tanto que yo nunca la pude cargar, sería porque contenía infinitas sonrisas para regalar a los humanos en severa condición de tristeza (recordando aquí que incluso tras una fractura dentaria, trágica e insensata, las sonrisas se seguían repartiendo), mucho papel para escribir cartas (aquí incluyo su habilidad para doblarlas … todo un origami marciano), fotos de su papá el Comandante de Unidad de Servicio de Delivery de Bebés marcianos, de su mamá Médica especialista en marcianitos menores de 18 años luz, de sus hermanas marcianas GAB – Y002 y SOL – M003 y de su perra orejona voladora. También traía los cuadernos del colegio, una cartuchera sin fondo y lapiceros de colores. Un cassette con las 3 versiones de “Fan (marciana) enamorada” pop, sala y bailable, envuelto en un pañuelo con lágrimas porque no la dejaron viajar en transbordador para ir a su concierto. Además siempre traía un gran pote de nutella, queso ahumado con choclo y unos cuantos bombones Bachi. Algunas monedas de su planeta con las que nunca podíamos comprar nada, salvo a veces, al final de clases, un chup en la estación de los maestros de bus. De fresa, bien dulce.
A veces quiero acordarme de ese momento exacto en donde nos hicimos amigas, pero no puedo. Recuerdo las muchas anécdotas y los años de travesuras juntas. Recuerdo esos amores del colegio, platónicos y dolorosos. Recuerdo cuando juntas se nos hacía fácil crecer. Yo no era soñadora, como buena terrícola me mantenía pegada a la tierra por la fuerte acción gravitaria. Pero ella me contaba de sus vuelos y sus sueños, y yo aprendía a imaginar. El chup se acabó y nos vamos cada quien a su casa. Mañana te sigo contando…
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