Las siguientes visitas fueron un punto de inflexión en la vida de Lito. Cuando iba a la casa de ancianos, se acercaba al cuarto de su abuela, y la oía hablar y reír, aunque no hubiera nadie con ella. La encontraba sentada cerca de la almohada, con la caja de música abierta sobre la colcha, mirando hacia la pieza de madera con la misma ilusión que tenía él la mañana de Navidad. Una tarde se paró a escucharla antes de entrar. Sonaba la melodía de la cajita, y ella mantenía una entretenida conversación, pero no era capaz de escuchar a su acompañante. Entró sin hacer mucho ruido, la escena igual que las últimas veces. Dijo que le encantaba que viniera a visitarla. Lito se disponía a contestar, cuando se dio cuenta de que no se dirigía a él, y se aventuró a preguntarle con quién hablaba. Melania se giró, no parecía importarle que estuviese allí. “Con Cuco, ¿con quién si no?”. El joven pensó que estaba jugando a crear historias, como hacían antes, así que se sentó sobre el baúl que había a los pies de la cama con las piernas flexionadas y rogó “cuéntame más”.
Melania pasó la mano por la grieta del cabecero y luego se la llevó al corazón.
- Hacía tiempo que no le veía, ya no me acordaba de lo divertido que era. ¿No le conocías? Ah, claro… Bueno, pues te presento. Cuco, este es mi amigo… Lito, ¿no? -Señaló alternativamente un espacio vacío de la cama y a su nieto de dieciséis años, que murmuró un “encantado” con una mezcla de confusión y tristeza-. A Cuco le cuesta venir a verme, es un viaje muy largo y difícil, ¿sabes? Las puertas son estrechas y no puede venir si no le llaman. Ya lo sé, lo siento, se me olvidó cómo hacerlo –se justificó su abuela ante el invitado invisible-. Pero no pasa nada, ahora que la he encontrado, podemos volver a estar juntos. Si, claro que te gusta, ¡sin ella no estarías aquí!
- ¿Sin qué,… Melania? –Preguntó Lito
- ¡Sin la caja de música, tontorrón! Es que en el mundo de Cuco no existe la música, y a ellos les encanta, me lo dijo el primer día que le vi, que había venido porque le gustaba el sonido. Por eso ha vuelto. Me ha dicho que encontró el portal –señaló la hendidura en la madera- gracias a la canción. ¿Verdad que es simpático? ¡Ha luchado contra la gravedad para venir hasta aquí!
Soltó una carcajada. La dejó allí, charlando animadamente con el aire. A medida que la enfermedad avanzaba se iban acentuando el aislamiento y la incoherencia, hasta que Melania dejó de hablar y se limitaba a mirar el cabecero de la cama y sonreír. Durante años, Lito pensó que esos episodios eran fruto de las alucinaciones provocadas por la demencia, pero algo en su interior necesitaba creer que había un incomprensible poder en la cajita que con tanto celo guardaba.
Los años pasaron, las visitas de Lito a su abuela se espaciaron en el tiempo por mil excusas reales y no tanto. Hasta que un buen día, Melania murió. A Lito ya no le quedaba nadie en el mundo. Apenas había cumplido los veintidós años, su madre falleció siendo él un niño por una grave enfermedad, y su padre recientemente, en un accidente laboral. Cuando se reunió con sus tíos para acordar el reparto de la herencia, y vio que la conversación se hacía tensa y empezaba a tener el tinte de una desagradable discusión, levantó la mano y se impuso a los demás por un instante.
-Yo no quiero las joyas, ni el dinero, ni nada aparte que la caja de música de la abuela y el baúl que hay a los pies de su cama.
Cuando todos aceptaron la demanda del muchacho, éste se marchó y les dejó continuar con su aciaga disputa. A la mañana siguiente, acudió a la residencia a reclamar dichas pertenencias.
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