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No leí ni el Necronomicon
y tampoco las escrituras ocultas
en una edición facsimilar del museo Británico
de una falsa Vulgata traducida a lengua romance.
No me dieron
un pergamino egipcio
ni una edición de un largamente prohibido autor griego
ni el romano
que años después
en un acto de imitatio
superó a su antecesor
y a quien los lectores superficiales consideran
como su precursor.
No me dieron el falso manuscrito
por manos de los herederos de Borges
de una obra que nunca se le ha atribuido
y menos los primeros borradores
de un tantísimo de millares de escritores latinoamericanos
que jamás han publicado con su nombre real
por seguir tener miedo de la crítica eurocentrística.
Pero ahí voy
a meterme
yo solito
en las fauces de la loba
a leer de una obra oculta y autovoraz
un comentario tan tremendamente circunstancial
que lo mejor era quedarse callado.
Pero no
hablé
y ardió Troya.
En la defensa de mi argumento
salí tan maltrecho
por mis interpretaciones erróneas
por mi falta de análisis crítico
por los subsecuentes señalamientos
infundados que iban volando chueco
que decidí mejor guardar mis opiniones
antes de cualquier luna llena.
No vaya a ser que ande prendiendo llamas
donde el tronco todavía no está seco. |
Texto agregado el 24-06-2014, y leído por 85
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