Aquel utensilio era digno de estudio. Era pulsar su botón y empezar a destilar metáforas coloristas que daba gusto. Daba igual quien lo empuñara. Desde el hombre más alejado de la civilización que no supiera que cosa fuera la literatura hasta el más docto literato. Respecto de este último se podía decir que era por su propia entidad de hombre de letras, es claro. Sin embargo la sorpresa venía cuando alguien que sólo sabía las primeras letras se convertía en un papagayo literario en nada más pulsar el botón.
Pronto se empezó a lucubrar en la comarca. Que si había pertenecido a algún gran escritor lo que propiciaba una suerte de inmanencia que lo convertía en un objeto verdaderamente mágico.
El caso es que por una suerte de vicisitudes que prolijo es narrar, vino a mis manos el referido adminículo. Y aquí lo tengo o si no comprueben.
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía recordaría aquel día en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Toma frase. El boli no más.