Por un momento terminó la función y quedó todo zanjado: él nunca volvió a pedir perdón a la mujer que hasta hacía poco tiempo llamaba “amor”, nunca pensó siquiera en serle infiel con la mujer que lo había amado en secreto. Nunca se le pasó por la cabeza romper las ilusiones de su amante diciéndole que estaba en una relación. Él no se había cambiado de domicilio ni había pensado en volver a ver a alguna de las dos.
Pero por alguna razón estaba allí parado sin saber qué hacer durante el momento donde todo era agradable en el ojo del huracán que él creía no haber desatado. Estaba ahí, en una actitud ingenua creyendo que todo se había solucionado —o al menos olvidado— por un par de palabras sin emoción que él escuchó con aprecio. Creía que ella había llegado a su nivel y que todo estaría bien. Que podían seguir con sus vidas como gente adulta.
Entonces sentía que los actores de tan mala obra saldrían a saludar como si lo hubieran hecho bien. El telón ya se había cerrado una vez, solo faltaba verlos para que se acabara el bodrio y pudiera marcharse a su casa sin ser irrespetuoso con los novatos que estaban sobre un precario escenario. Esperaba con ansias el fin.
Carmen le tocó el hombro en señal de que se diera vuelta.
—¡Eres un imbécil! —dijo Carmen al tiempo que su mano viajaba fugaz hacia la cara de Esteban.
—Tienes razón. Por un momento pensé que lo habías superado.
Y salió de golpe del ojo del huracán a volar en espirales irregulares.
El dramaturgo lo planeó así: un final ficticio.
Si tan solo hubiera sido en otro contexto…