No comprendía cómo podía estar vivo si contemplaba mi cuerpo desde lejos. Fue tanto el dolor que mi alma se había desdoblado. Ahora comprendo, y me alegro que no haya una muerte que nos separe, mi princesa encantada y encantadora.
Considerando mi situación actual tan privilegiada de poder moverme sin mi cuerpo y al escuchar tus palabras, en las que mencionas al enemigo, me encumbré sobre las copas de los árboles, para verlo llegar y poder adelantarme a su llegada. Crucé ríos dorados, árboles rosados y llegué a un lago esmeralda.
Tras los montes calcinados divisé una nube de polvo que se levantaba amenazante. Era una multitud que se acercaba. Nunca había visto tanto monstruo junto. Adelante venían los toscos y malolientes Orcos, famosos por su crueldad y por su estupidez. Después venían unas inmensas anguilas sebosas y muy hambrientas, ya que cada tanto tragaban algún Orco desprevenido. Más atrás venían los Troles, altos como árboles, robustos como montañas y feos como hienas. A cada paso de los Troles retumbaba la tierra como si cayeran peñascos. Pero el Enemigo venía más atrás de los dragones y los Balrogs, su silueta obscura sobre su corcel maldito lo hacían ver más siniestro que todos esos monstruos juntos.
La distancia que nos separa de ellos es grande aún, considerando que deben bordear el gran lago que adorna la comarca. Me acerqué sigiloso para evaluar el tamaño de ese ejército malvado, considerando que no podían verme (por lo menos así yo lo creía). Mas él alzó su vista hacia mí y pude distinguir el fulgor de su mirada tras el yelmo empavonado que le cubría el rostro. Tocó su espada envainada y en ese gesto me indicó lo que haría.
Resolví volver y avisarte que debías huir y dejarme allí si era necesario ¿Quién podría luchar contra tantos? Incluso yo, en mis mejores tiempos, no podría ser tan temerario y morir tan inútilmente. Huir no es derrota, cuando se es prudente y se evalúa una mejor posición para el combate.
En camino hacia ti me adentré en el bosque profundo, donde se oculta tu cabaña, y empecé a escuchar muchas voces. Miraba sin distinguir de dónde venían y mi sorpresa fue grande cuando descubrí que eran los árboles los que me dirigían la palabra. Me dijeron que ellos nos ayudarían cerrando los pasos y creando una suerte de laberinto, para que el enemigo se confundiera. Ellos lo harían simplemente porque tienen un designio de no dejar morir al inocente y porque hay una profecía respecto a nosotros, que debía cumplirse con la estrofa antigua que dicta: “los silenciosos confundirán al malvado, sus fuertes brazos protegerán a la doncella y hablarán con su salvador”.
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