No alcanza la arena de los desiertos para llenar el reloj vacío de mis días desolados, ni el cuenco de Clepsidra agotado en noches insomnes en el intento vano por contener el vuelo del fénix, que hastiado de tanto renacer, sólo desea abatir sus alas apesadumbrado de contar ciclos y desandar laberintos enhebrando recuerdos y nostalgias que escapan atadas al hilo del pasado.

No bastan los días ausentes en calendarios deshojados, ni las fechas que no se cumplen con regalos no deseados ni deseos prometidos. Nada sirve, pues el péndulo no se alimenta de suspiros, ni hay lamentos que aceleren los engranes de las cadenas y goznes enmohecidos que traban el vaivén de aquellas puertas que liberan las pasiones insatisfechas.

Tampoco me sirven las oraciones que refrenen los sentidos, ni sentimientos de culpa por pecados capitales si los hubiera cometido y, si los hubo, fueron pagados en el infierno de esta vida, claroscuro purgatorio que todo me lo ha cobrado.

Nada me alcanza, ni el reino prometido, tampoco el castigo divino ante la grosera negativa, pues en el penúltimo aliento antes de la partida, de rodillas frente a Él, exclamaré convencido: ¡No me arrepiento de lo que he vivido!