Siempre se mostró como un hombre bromista, su conducta para con el resto de los mortales lindaba entre el sarcasmo y la burla. Aun con los seres que le fueron más queridos aplicó siempre la ironía y la gracejada; a menudo se ufanaba del epitafio que mandó grabar para su esposa: Aquí descansa mí querida esposa. “Señor recíbela con la misma alegría con que yo te la mando”. Finalmente, en el colmo de su burlesca decidió suicidarse para embromar a la vida. Pero aun después de la muerte el burlón siguió en lo mismo: Quienes lo vieron pender de la soga juraban que desde lo alto, con gesto guasón… les mostraba la lengua.