Si te comes mucho las uñas dicen que puedes llegar a morderte un nervio que va directo al corazón y morir en menos de un minuto.

Al menos, eso le dijeron a Nieves cuando tenía unos ocho años y no cesaba de llevarse la mano a su boca y escarbar con sus dientes hasta sus cutículas.

Sería porque la profesora le pegaba con una regla de gruesa madera en el trasero si hacía mal la tarea. Sería porque su madre la abofeteaba cada noche si al llegar a casa no encontraba impecables y planchadas las camisas del marido.

Sería porque el padrastro de Nieves la manoseaba constantemente, a hurtadillas, en las sombras de la casa.

Sería porque Nieves, al fin y al cabo, ya no tenía escapatoria de aquel infierno y morderse las uñas era lo único que podía controlar en aquel mundo enfermo.

Tal vez sería por eso que no pudo rasguñar, que no logró arañar, que no le resultó herir nunca a nadie en su vida.

Tal vez fue por eso que cuando la hallaron muerta, 20 años después, encima de su cama, no encontraron pruebas de que hubiese sido un ataque ni rastros de defensa de su parte.

Quizá por eso, resultó cierto lo que le advirtieron a los ocho años. Que se iba a morir en menos de un minuto si se seguía comiendo las uñas.