-La encontré junto a su cama. –dijo la enfermera pasándole una pluma al anciano enfermo.
-¡Blanquita! –susurró él, recordando la única paloma a la que le puso nombre para diferenciarla de las negras, grises y pardas del grupo que alimentaba con maíz cada mañana en el parque del pueblo.
Y abandonó la vida con una sonrisa, con la pluma apretada en su mano y pensando que a veces las aves suelen ser más agradecidas que algunos seres humanos.
Alberto Vasquez.
Texto agregado el 17-06-2014, y leído por 259
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