Hace muchos años que tengo este “don”, o como quieran llamarlo. Simplemente es algo que no puedo evitar. Viene conmigo desde mi nacimiento, como si fuera una marca que no me puedo borrar. A veces no lo quiero pero no puedo elegir. Simplemente lo tengo y creo que va a formar parte de mi vida hasta el día que me vaya de este mundo.
Recuerdo bien la primera vez que tuve conciencia para entender lo que me estaba pasando. Mi normalidad era solo superada por este don que podría volver loco a cualquiera. Recuerdo bien ese día; estaba haciendo los deberes y mirando por la ventana pude divisar algo extraño que me llamó mucho la atención. Al principio era como un destello pequeño de luz que empezó a brotar desde el cielo, pero luego poco a poco se empiezo a agrandar. Tenía la forma de un cilindro. Este cilindro lumínico se empezó a posicionar sobre la tierra, en un lugar cerca de donde yo estaba mirando. La luz empiezo a hacerse más fuerte pero sin perder su forma. Era como un tubo eléctrico que conectaba el cielo con la tierra. La verdad era hermosa y no podía dejar de mirarla ni por un segundo. Sentía ganas de estar allí, dejarme llevar por aquella luz maravillosa. Me llenaba los ojos de color y el alma de vida. Luego de varios segundos de mirar note que el verdadero espectáculo recién estaba por comenzar.
Desde el lugar donde se posicionó, vi emerger una forma más clara que se parecía al Espíritu Santo. No tenía una forma definida, pero realmente llenaba los ojos de dicha. Se iba elevando cada segundo que pasaba. Todo el espectáculo no duro mucho, pero esos segundos me llenaron el alma. No sé si mi mente estaba jugando con mis sentidos, pero recuerdo que podía escuchar música. No era de esa música que se puede escuchar en una radio, sino una música celestial. El espectáculo era difícil de dejar de mirar.
Al rato y de golpe todo desapareció como por arte de magia. El agujero en el cielo había desaparecido, las luces danzantes se habían apagado y la música había terminado.
Recuerdo que le conté lo ocurrido a mi madre y se puso a la defensiva. Primero me dijo que era producto de mi imaginación y luego al notar que los eventos empezaron a suceder más seguidos me envió al psicólogo. Este, a su vez, y me derivo a un psiquiatra. El psiquiatra me empezó a dar una medicación que lo único que hacía era adormecer mi conciencia pero no mi don. Recuerdo hasta haber tenido conversaciones con las luces danzantes, y hasta a implorar para que me llevaran. Quería acabar con mi locura a cualquier costo. En mi interior sabía que por ahora eso no era posible. Las luces no eran para mí, eran para otras personas. Yo tenía el don de la vista pero no tenía el permiso para irme con ellas.
Después de tantos psicólogos, psiquiatras y padres inquisidores, me di cuenta que tenía que esconder mi don al resto de las personas. Dejé que mis padres creyeran que volvían a tener un hijo normal y sano. La locura temporal había terminado para todos pero menos para mí.
Un día estaba en mi habitación estudiando, hasta que note que un puente de luz se había formado. A diferencia de otros puentes, este pasaba por donde estaba yo sentado. Estaba casi tan cerca que podía tocarlo y sentir las vibraciones en mi interior. Inmediatamente deje de hacer lo que estaba haciendo y me senté en mi cama contemplando el espectáculo. La luz me rodeo y me tomo como su amante. Sentía las pulsaciones, el calor y la música que pasaba a través mío. Realmente me sentía como si estuviera dentro de una burbuja llena de gloria y felicidad.
– “Ya era mi turno”- me dije a mí mismo. Por fin, la era de sufrimiento iba a terminar para nunca volver. Mientras cerraba mis ojos y me dejaba llevar por el as de energía me di cuenta que éste había atravesado el techo y también el piso de la habitación donde yo estaba. Al rato note que mi cuerpo no se transformaba en una llamarada de luz como les sucedía a las demás personas. Luego me di cuenta que mi “yo” seguía metido en su envase de carne y hueso. Algo no estaba bien. Me corrí del haz de luz para ver si el reflector celestial me estaba siguiendo. La realidad era otra. El haz de eternidad estaba fijado en otra persona. No podía creer lo que estaba viendo. De pronto una figura humanoide empezó a emanar del piso de mi habitación, como si estuviera formada de aire, pero llena de luz. Me sorprendí al darme cuenta que no era yo el que estaba viajando, sino que el ente que estaba pasando enfrente mío tenía un rostro de mi padre.
– “Dios mio!!! Papá”- grite al instante.
Mis pensamientos pasaron a la velocidad de la luz al tratar de descifrar lo que estaba sucediendo. Mis padres dormían en la habitación que estaba justo debajo de la mía. Lo que significaba que algo terrible estaba sucediendo en la planta baja. Con el miedo de un niño de dos años trate de recobrar la cordura, mientras el espíritu mi padre se iba directo al cielo. Lo trate de agarrar, le grite, le implore, pero sabía que no podía evitar lo inevitable. El ánima de mi padre simplemente sonreía como si hubiera querido irse desde el primer día que nació.
Me agarre la cabeza con ambas manos tratando de recobrar la cordura para poder bajar. Cuando abrí la puerta de mi habitación, el terror pasó a través mis huesos y me detuvo el corazón de golpe. Escuché gritos en la habitación de mis padres. En mi mente me imaginaba el peor cuadro de horror que alguien podía pintar. Seguramente mi madre estaba tendida en la cama tratando de revivir el cadáver de mi padre y mi hermana estaba llorando junto a la puerta. Recobre la valentía y decidir bajar con la intención de hacer algo. Otro sonido atravesó mi alma y ya no pude dar un paso más. Dos disparos anticipados por clemencias rompieron la barrera del silencio. Como si fuera un juego perverso sin fin volví a ver por el ventanal de la escalera como el cielo se abría. Era el preludio de una tormenta perfecta, pero en este caso en vez de un rayo, se abrieron dos. Atravesando toda la estructura de la casa hasta llegar hasta la habitación de mis padres los rayos empezaron a dar su concierto de vida eterna como de costumbre. De pronto vi a dos hermosos espíritus danzar dentro de sus respectivos tubos lumínicos. Era el acontecimiento hermoso y triste al mismo tiempo. En mis entrañas tenía una angustia que no me dejaba respirar. Mientras estaba paralizado por el dolor y el remordimiento, vi como los espíritus ascendían en medio del juego de luces. Reconocí los rostros de mi hermana y mi madre inmediatamente. No parecían estar asustadas, simplemente eran felices de formar parte del acto lumínico que sabían las conducían a la vida eterna.
Mis piernas se doblaron y quede sentado en medio del recorrido de la escalera sin poder moverme. Pasaron varios segundos hasta que pude recobrar la cordura. En ese instante ordene a mis piernas que se movieran. En mi sangre recorría un torrente de furia, mezclado con impotencia y dolor. Sabía que había alguien ahí abajo que había cometido un acto de homicidio contra mi familia y yo era el único que podía vengarlos.
Baje del todo las escaleras y me escondí en las sombras que formaba la puerta del baño. Podía sentir al acecino en la habitación de mis padres revolviendo todo. Era como si estuviera buscando algún tesoro escondido. Mis sentidos estaban más agudos que nunca y mis músculos tensos. Los puños de mis manos se cerraron como rocas. La adrenalina de la furia me baño completamente, con una inusitada valentía que carecí toda mi vida. Me acerqué un poco más a la puerta de la habitación de mis difuntos padres, pero me tropecé con el cadáver de mi hermana. Tuve que taparme la boca con ambas manos para no gritar. Me mordí los dedos para aguantar la rabia que quemaba mi interior y seguí con mi cacería. Ya casi estaba muy cerca del malviviente. Tenía que destrozarlo. Tenía que honrar la vida de mi familia extinta por culpa de este maldito. Aprovechando un descuido me abalance sobre él como un lobo a una gacela. El pobre no se la vio venir. Lo tenía tomado del cuello con ambos brazos pero este se abalanzó contra la pared golpeando mi espalda contra ella. No pude contener el candado por mucho tiempo y sin querer lo solté. El individuo se dio vuelta para observarme a los ojos y saco su arma. La tenía agarrada del cinturón pero ahora me estaba apuntando. Sentí que no tenía oportunidad cuando tiro del gatillo dos veces, pero por esas cuestiones de la vida la bala no salió. Volví a nacer. En ese instante me abalancé nuevamente sobre él, pero esta vez de frente. Era tanta la fuerza que tenia encima que caímos juntos al otro lado de la cama. Me levanté nuevamente para seguir con la pelea pero noté que el acecino tenía muchas dificultades para recobrar el equilibrio. Su camisa estaba bañada de sangre. Justo en su costado tenía clavado un gran pedazo de vidrio que conmemoraba la herida de Jesucristo. Sin perder más tiempo lo tome de los pelos y lo arrastré hacia el pasillo. Acto seguido lo tome del cuello y empecé a apretar lo mas que pude. Mis músculos del brazo se trabaron e hicieron un ruido tirante. Sentía como su cuello se resquebrajaba en mis manos. A los pocos segundos su cuerpo callo en el piso. Para mi asombro no estaba del todo muerto porque logro arrastrase un poco hasta llegar al living como si quisiera evitar su destino. Con las manos entumecidas le saqué el pedazo de vidrio que tenía clavado en su costado. Un rio de sangre brotó de golpe. Tome el vidrio con mi mano derecha y se lo clavé en el medio del corazón.
Gracias a mi don, pude vanagloriarme justo en el momento exacto de su extinción. Escuché como su corazón de detuvo y sus pupilas se pusieron pálidas. La sangre ya no recorría su cuerpo y el su reloj de la vida había detenido para siempre. Yo estaba dolorido, pero tenía la satisfacción de haber comido el plato frio de la venganza. Ya nada sería igual a partir de ese día.
Traté de poner en orden mis pensamientos pero de pronto algo macabro se empezó a gestar.
Todo se oscureció de pronto. El living era un cuadrado oscuro y lúgubre. Sentía la sensación de vació que me golpeaba el corazón. Como si fuera un preludio de un terremoto, el piso se abrió y se formo un agujero profundo justo cerca donde estaba el cadáver del asesino. Empecé a escuchar gritos de agonía. Eran aterradores. La sangre se me comenzó a helar y rogué por mi vida que lo que estuviera pasando no sea para mí. En ese instante lo vi parado delante de mí con el semblante oscuro y confundido. Era el malviviente que estaba contemplando su propio cadáver y no podía entender lo que estaba pasando. Del agujero empezaron a salir alaridos y olores que rememoraban al mismo infierno. El azufre mezclado con olor a putrefacción me aturdió los sentidos y me achico el corazón. Cuando no parecía que se podía poner peor, un grupo de criaturas aladas empezaron a revolotear alrededor del espíritu del acecino. Lo empezaron a tomar de los brazos y por la expresión de su rostro me di cuenta que no tenía ninguna oportunidad. Trataba de aferrarse a la vida pero sus intentos eran inútiles. Las criaturas lo tenían bien retenido y se lo estaban llevando a lo profundo de la garganta que se había formado en el medio del living. La presión que estaban ejerciendo sobre su alma era colosal y en medio de los alaridos y pedidos de suplica, pude ver como sus extremidades eran arrancadas en varias direcciones para terminar tragadas por el gran agujero del infierno. Casi inmediatamente después, éste se cerró dejando solo el cadáver inerte sin vida.
Mi cuerpo y mi alma estaban agotados. En ese momento había luchado la batalla de mi vida y me sentía victorioso. Había honrado a mis padres y a mi hermana. La inmundicia se estaba pudriendo en el infierno por toda la eternidad. Fui testigo del desgarramiento su alma y ello me confortaba. Traté de recuperar mi postura pero sin darme cuenta perdí la sensibilidad de mis piernas. No sabía lo que me estaba pasando porque no podía caminar. Inmediatamente al tratar de ponerme de pie, caí al suelo como si alguien me hubiera empujado. Cuando me di vuelta, note que algo malo me había pasado. Estaba perdiendo mucha sangre. Era mi propia sangre que salía de mi pecho. Estaba aterrado porque sabía que me estaba muriendo. Probablemente uno de esos disparos que no salieron, en realidad si habían salido y me habían atravesado el pecho. Seguramente mi mente, drogada de venganza, había decidido borrar esos eventos para que yo pudiera terminar con la carnicería. Sentía como se me iba la vida de las manos. Sentía como mi conciencia se desvanecía del mundo de los vivos para pasar al de los muertos. De golpe vi como el piso se abría a mis pies y nuevamente el agujero del infierno apareció, pero esta vez venia a reclamar mi alma. Por mi mente sobrevoló un último pensamiento. Quinto mandamiento, no mataras.
Fin
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