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Carla caminaba con paso seguro, rápido y a tempo. Se avecinaba una lluvia de aquellas que no le gustaba creer, pero siempre la pillaban en la calle, sin paraguas o vestimenta adecuada para la ocasión. La verdad es que Carla disfrutaba de la lluvia, tanto como lo hacía yo en ese tiempo cuando la conocí. Pero esta vez, era diferente. Estaba apurada, preocupada de llegar a casa. No era como otras veces. "Es diferente", se repetía mientras saltaba las fallas en las veredas producto de las raíces de los árboles de la avenida. Miraba arriba tratando de amortiguar la velocidad del viento norte en su cara y al mismo tiempo verificar con el espejo de sus anteojos que no cayeran gotas aún camino a casa.

Carla desde pequeña hacía manualidades con papeles y parecía una profesional en el arte del origami. Muchas de esas figuras ahora están en la casa donde vivió y quedaron como recuerdo de su vida. Sí, es una historia un poco triste y rara, pero es la historia que decidí contar porque ya ha pasado mucho tiempo y debo sacarlo afuera.

Cuando conocí a Carla, éramos unos pequeños. Yo huérfano y viviendo en un edificio maldito. Ella tan feliz y atenta conmigo, decidió ayudarme a superar mis miedos más gigantescos para así lograr superar los suyos años más tarde. "La Torre" era mi antiguo hogar. Ese edificio oscuro y abandonado visible desde el poniente de la ciudad. Recuerdo también que su familia era muy religiosa y bondadosa. Carla era carismática y siempre estuvo ahí cuando la necesité. Me hubiese encantado poder haber hecho lo mismo por ella cuando pude, pero ya era tarde. Mi cuerpo ya no existía en su plano y mi energía ya había sido consumida por aquella estructura.

Ese día, Carla volviendo a su casa, algo apurada, la oscuridad rodeó la ciudad y su cuerpo fue trasladado al bosque, cerca de la Torre. Enfrentó su primer miedo sola y logró comunicarse con los lobos del bosque a los cuales les tenía terror. Fue la manada la que terminó llevándola hacia la entrada del edificio. La historia dice que Carla poseía uno de los poderes, esos que a veces los ángeles dejan caer en gente normal y a uno lo vuelven anormal. El poder que le otorgaron a Carla fue el de comandar a la oscuridad. Dicen también que fue eso lo que logró comunicarla con los lobos del bosque. Dicen muchas cosas, pero yo, yo recuerdo muchas como verdades.

Recuerdo su energía, su fuerza de voluntad, su estima, su aura, por así decirlo. Recuerdo sus mensajes de ánimo cuando tuve que pasar mis pruebas en cada salto de dimensión al cual me enfrenté. Recuerdo que la amaba y recuerdo su cara al momento de verme ahí, tirado en el suelo, inherte y sin signos vitales. Mi alma logró presenciar la limpieza de las sombras que trataban de alimentarse de mí. Recuerdo sus conjuros y fuertes gritos al momento de expulsar aquellos demonios y devolverlos al infierno mismo. Recuerdo a los lobos aullar a la luna que la acompañaba y seguir el sendero claro que dejaban sus pies al seguir adelante.

La historia que cuento siempre es esta y sigue así:

Carla llegó a la puerta de la Torre con ganas de destruirla y derrumbar todo para sellar el lugar, pero no lo hizo. Volvió a casa y ahí es donde me quedé en el comienzo. Llovió fuerte, sus padres se alegraban de verla después de horas de estar desaparecida y casi sin energía, los gemelos shamanes lograron sanar algo de su cuerpo y le devolvieron el color a su cara. Pero sucedió algo al día siguiente. Volvió a enfrentarse a la estructura. Pero esta vez, entró decidida. Cayó al suelo por el peso que le generaba la oscuridad del lugar sobre sus hombros y azotó sus manos en el suelo y dejó sus rodillas rasmilladas. Cerró los ojos y comenzó a reproducir sus conjuros nuevamente, aunque con menor eficacia. Estaba cansada, deteriorada por la limpieza del día anterior, pero no era suficiente para detenerla. Fue ahí cuando la volví a ver plena. Blanca como una estrella recién nacida, sacó todo desde su interior y un fuerte sonido inundó toda la planta baja de la Torre. Era hermosa. Brillaba de manera impresionante y a cada centímetro que avanzaba el edificio crujía bajo su purificación. Era como si a las murallas les doliera, toda la estructura se estremecía y parecía lamentarse y sufrir con cada paso que Carla daba en su interior. La oscuridad en él trató de defenderse y envió ráfagas que castigaban las extremidades de Carla, pero la luz le curaba las heridas de forma instantánea, sin dolor, sin dejar marcas o alguna cicatriz, sin sangre o envenenamiento.

Decidida, Carla comenzó a sentirse menos pesada, más ligera y más libre dentro de ese agujero maligno en el cual yo me hallaba muerto. Fulminantes chasquidos de dedos exterminaban las sombras con terribles gritos de desgarro y sufrimiento, pero Carla no los tomaba en cuenta, la luz que la rodeaba le había generado una especie de burbuja que alejaba todo a su alrededor, como un campo de fuerza semi trasparente y que dejaba ver su largo pelo oscuro y sus manos de palmas extendidas hacia adelante en símbolo de recibimiento. Una pose que solo ella podía hacer dejando que la oscuridad se acercara a ella.

El decomural volvió a su color natural, las letras de tantos espíritus y personas que trataron de hacer lo mismo de forma fallida y la locura misma que generó toda la carga de esa casona gigantesca desaparecían como partículas de polvo saliendo por un rayo de luz que pasaba a través de las ventanas. Dicen que desde el pueblo la luna nuevamente acompañaba el camino de Carla y esa tarde, el brillo era tan claro que dejaba ver el sendero del bosque que ella había construido junto con los lobos. La historia sigue a medida que Carla se hace camino hacia el último piso de la Torre. Nada se le opone a su gigantesca energía de bondad y vitalidad. Los círculos se vuelven agua a su paso y los horrores que arremetían contra los más débiles se iban transformando en pequeños bichos y animales poseídos por la oscuridad del edificio.

Hasta que volvió a abrir los ojos y me vio. Yo también la vi, desde mi forma espiritual y levitaba sobre un pequeño torbellino de viento que se levantaba desde el piso en forma de vórtice blanco. Cuando estuvo más cerca, pude ver a un espíritu poderoso acompañándola. Pude notar su energía y su calidez. Dicen que los fantasmas no pueden llorar, pero estoy seguro que lo hice. El espíritu era mi padre.

Carla me rescató junto con él. La casa estaba limpia. Los Lobos esperaban sentados afuera como perros guardianes. La luna estaba alta y blanca cuando desperté en el pórtico y darme cuenta que Carla estaba sentada junto a mí ofreciéndome un dulce de frutilla como si nada hubiese pasado. Sólo pude sonreír y dar las gracias al aire que revoloteaba esa tarde cerca del bosque tratando de que mi voz llegara a mi padre.

Volvimos a casa, juntos. Pero yo tuve que seguir mi camino solo con el tiempo. Mi cuerpo había perdido la capacidad de envejecer y comencé una búsqueda para tratar de revertirlo. Vi como muchos de mis cercanos dejaban el planeta, entre esas personas está Carla. Le prometí buscarla nuevamente en el otro plano cuando muriese, pero siempre fui incapaz de suicidarme. Hoy vivo con más de 254 años desde ese entonces. Parezco aún un niño de 14 años. He dedicado todo mi tiempo desde que volví de la muerte a entrenarme y a seguir el camino que me entregó Carla. Hoy ya no me conocen por mi viejo nombre, hoy soy pequeño niño con el conocimiento de 10 generaciones que se dedica a liberar este mundo de las pesadillas y la oscuridad de las personas y lugares.

Si me preguntan si soy el único, no, no lo soy. He visto a muchos otros, tan buenos o mejores que yo. Tan poderosos y tan "blancos" como Carla. Y a cada uno de ellos le he contado esta historia y siempre dicen que será una leyenda. A veces no quiero que se haga eso, pero la verdad es que es difícil cuando te das cuenta con los años de estudio, investigación y trabajo que aún la amas, y eso, es una leyenda para mí.

¿Mi nombre?, ahora sólo me dicen Alpha. Pero sé que muchos se acordarán de mí cuando les diga que me gusta que me digan A.

Texto agregado el 17-06-2014, y leído por 49 visitantes. (0 votos)


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