LITERALMENTE

Una tabla de madera que pendía entre un barranco y la tierra era el lugar donde reposaba un reino, en el extremo con vista a una caída segura estaban las propiedades reales; exactamente a la mitad de la tabla se hallaba la barrera que dividía el castillo de la monarquía del pueblo, empobrecido, sucio, sin casas, la gente se acomodaba dónde podía y además compartía el espacio con sus animales. Originalmente la residencia del rey ocupaba tres cuartas partes de la tabla, pero en un ataque de amabilidad dejó que la madera quedara en dos mitades, una para la plebe y otra para los gobernantes. Aunque compartió un fragmento de sus propiedades les cobraba por todo: el espacio que ocupaban, los animales que poseían y hasta los pasos que daban.
El poblado, harto de “su” gobierno se plantó exactamente en la frontera exigiendo hablar con el dirigente; los guardias negaron rotundamente el acceso a la gente; pedían diálogo o de lo contrario los poderosos “caerían”. Cuando fueron a dar parte al rey éste echó a reír y para ratificar su cinismo fue hasta fue hasta la puerta y gritó:
-¡Indios mugrosos, ustedes no tirarían ni un güey!
Dicho esto soltó una carcajada, terminada la acción cada hombre empezó a bajarse de la tabla, poco a poco cada habitante abandonaba su lugar en la protesta en señal de protesta; a la par la madera comenzaba a tambalearse, el rey esbozaba cara de preocupación; la frontera poco a poco se iba quebrando y al aumento de la movilidad todos la abandonaron de golpe; al término la mitad de la tabla se fue, junto con el rey, el reino y la opresión, al fondo.