- ¡Corre, corre, corre Martina!, le gritaban sus compañeros desde la entrada del colegio.
La pobre iba exhausta, con el pelo desarreglado, el uniforme mal ubicado y su mochila casi en el suelo, arrastrándola por todo el andén.
Al llegar a la puerta principal, la maestra de quinto grado estaba puesta allí, exhibiendo su rol de autoridad, le pidió a la pequeña Martina que le mostrara sus uñas, el cuello de su camisa, sus orejas, sus dientes y a pesar de lo agitada estaba, eso no importo para que la dejara pasar, pues ella cumplía con las mínimas normas de buena presentación personal.
La niña dió un respiro de alivio y continuó por el pasillo, casi llegando al salón se escucha un grito al fondo:
- ¡Martina, Martina!, regresa por favor a la entrada, a la profe se le ha olvidado algo.
Ella asustada y pensando en lo que le podría decir, se revisó así misma por completo y notó que sus zapatillas tenían algo extraño, de color café, un poco viscoso y al sentir su olor se dió cuenta de la desagradable sorpresa. Era ese “noseque” de los caninos que muy sutilmente dejan en las zonas verdes, las aceras, postes de energía u otros lugares inesperados.
Se alarmó por completo, no sabía qué hacer y lo único que la acompañaba en su bolsillo era la hoja de la evaluación de matemáticas que había perdido. Se había resignado a aquella situación vergonzosa con su maestra.
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