Lo mas terrorífico de mi vida fue ese momento de lucidez. Ese tremendo instante en que me di cuenta en donde vivía.
No podría precisar cuándo fue, podrían ser horas o años atrás. Solo recuerdo que me detuve en un escalón preguntándome: ¿Qué hago aquí?, ¿Por qué subo?, ¿A dónde voy?.
A la primer y a la tercer pregunta nunca le encontré respuesta. En cambio la segunda la acepté y terminé justificando. No podía quedarme para siempre en ese escalón y por algún motivo pensé que subir era mejor que bajar. Desde entonces subo escalones.
La escalera tiene un ancho de dos metros, es de tipo helicoidal o caracol y gira subiendo en el sentido horario. Las paredes curvas interna y externa al igual que los escalones y el distante techo parecen estar construidos de algún tipo de granito aunque su color negro opaco me recuerda a la obsidiana. Me imagino ascendiendo dentro de una torre cilíndrica. Me resulta imposible determinar la edad de esta construcción a pesar del desgaste del tiempo y de los transeúntes que me precedieron. En el techo existen pequeñas tenues luces del tipo de emergencia espaciadas cada veinticinco escalones, mi cuerpo arroja sombras móviles que se acercan y alejan sobre el pasillo curvo escalonado. Claramente no hay ventanas y me resulta imposible determinar si mi posición actual es sur, norte, este u oeste del eje de esta monstruosidad.
Desde entonces he aprendido a determinar un giro completo tocando la pared exterior, he verificado pequeños cambios de temperatura que estimo se producen por efecto de un sol que calienta la pared exterior. Un giro son aproximadamente cincuenta escalones. Como cada escalón tiene unos veinte centímetros de altura deduzco que, con cada vuelta subo unos diez metros.
También aprendí a determinar el tiempo. Al principio creía que había perdido el sentido del tacto, luego comprendí que al no notar diferencias de temperatura en la pared externa, es que estaba en presencia de noche en el exterior de este maldito tubo. Aceptando cierta inercia térmica de la pared establecí el concepto de día y noche y con ella el tiempo de descansar y de caminar.
También entonces empecé a contar los escalones. De esa forma estimó que subo unos diez metros por minuto, Considerando los tiempos de descanso ha llegado a una cifra que me espanta. Cada día subo unos siete mil metros... poco tiempo después los resultados me resultaron demenciales. Si hubiera empezado a contar al nivel del mar, hace tiempo debería haber salido de la atmosfera, he superado los cuatrocientos kilómetros. En estas circunstancias, debería estar congelado y totalmente imposibilitado de respirar. Aterrado dejo de contar.
De igual manera me resulta incomprensible mi propia biología, no sufro hambre ni sed, no necesito evacuar, solo siento el cansancio físico e intelectual que me provoca el subir rutinariamente escalones sin parar todo el día.
Los ocasionales transeúntes con los que me encuentro no me hablan y yo tampoco, es más, ni nos miramos a los ojos. Algunos, por lo general ancianos, descienden, casi todos van solos aunque también he visto a algunas parejas e inclusive pequeños grupos familiares. De reojo observo a aquellos que se cruzan en mi ascenso, fundamentalmente a aquellos que bajan. La tristeza e incomprensión en sus miradas me desgarran, hago un esfuerzo por no mirarlos. Como si obedecieran a una extraña regla no escrita de "la escalera", los que ascendemos circulamos pegados al muro exterior donde los escalones trapezoidales son más anchos, por el contrario los que descienden en sentido anti horario lo hacen pegados al cilindro interior. Los ritmos de marcha son distintos por lo que con una frecuencia semanal, tengo la oportunidad de cruzar a alguien. A veces ese alguien viene bajando, otras subiendo más lentamente o rápidamente que yo, en otras circunstancias los encuentro durmiendo en los escalones y algunas veces encuentro también a alguien que yace muerto en el piso.
Además de los seres humanos existen otros habitantes en la escalera, son insectos. Su parecido con las hormigas solo difiere por su color blanco. Sé que ellas son las encargadas de la limpieza del lugar. Las he observado transportando por las paredes, pequeños pedazos rojizos inconfundibles. Por la dirección en que viajan cargadas asumo que el hormiguero esta abajo. Una razón más para subir.
Los días transcurren sin cambios. Trato de mantener mi mente ocupada para no volverme loco. Cada tanto me descubro contando nuevamente escalones, cuatro mil quinientos sesenta y ocho, cuatro mil quinientos sesenta y nueve... inmediatamente me obligo a abandonar la cuenta pero mi subconsciente no me obedece.
Desde hace unos días el clima parece haber cambiado. Noto cierta corriente de aire fresca que viene desde "arriba", inconscientemente apuro el paso.
Por fin algo ocurrió, aunque quizás hubiera preferido que siguiera todo igual. La corriente de aire se transformó en brisa y de pronto todo cambió.
Me detuve impresionado. Como si súbitamente se hubiera acabado el material de construcción de la pared exterior, esta se terminó en forma abrupta, pero la escalera continua ascendiendo sola sujeta al cilindro interior. Afuera, el vacío más oscuro.
El techo, que asumía como piso de los peldaños superiores, continua arriba garantizando mas escalones para subir, pero la falta de contención de la pared exterior genera una desprotección y un vértigo indescriptibles.
Un matrimonio con dos hijos estaban detenidos al borde del fin del muro exterior. El hombre se asomó al vacio, y volvió la vista a su mujer. Ella asintió. La madre tomo al niño menor y el padre a la niña. Ella de pronto me miró y pude ver el terror reflejado en sus ojos grises. Estaban a punto de saltar al vacío cuando la niña estiro su mano. Me quedé paralizado. Entonces sus padres saltaron al vacio con los niños en brazos.
Estuve sentado incontables horas. Finalmente dejé de sollozar y me dormí.
Desconozco si es de día, aunque el exterior parece haberse vuelto más luminoso. El cielo es gris como los ojos de la niña.
La escalera se proyecta hacia arriba como la rosca de un tornillo infinito. Junto coraje y apoyándome a la pared interior comienzo a subir. Mantengo la vista concentrada en los escalones, el solo mirar de reojo a la inmensidad que me rodea me provoca un vértigo que me invita a saltar.
Tres noches dormí en los escalones del tornillo. La claridad del día es apenas perceptible, no existe variación en las condiciones climáticas. La temperatura es siempre fresca. Al amanecer del cuarto día apareció el techo.
En mis escasas miradas de reojo al vacío observo arriba un océano suspendido. Las piernas se me aflojan y me obligó a sentarme. El cielo se acaba.
Como si se hubieran intercambiado los sentidos de arriba y abajo, la escalera penetraba en un suelo que era un cielo de superficie infinita. Sin pensarlo continúo el ascenso, unas horas después la pared sólida exterior volvía a circunscribir la escalera.
Los días transcurren en silencio. En realidad ya no percibo el cambio de temperatura, solo la rutina y un reloj interior me impulsan a seguir subiendo y descansando. Las luces continúan igual la única diferencia es que desde el tornillo no he vuelto a cruzarme con nadie.
La escalera está cambiando. Ignoro si por desgaste o por simple maldad del constructor pero desde hace unos días empiezo a tropezarme. Los escalones cambian y de pronto desaparecen y la pendiente se transforma en una simple rampa. Con esta inclinación no hay descanso posible además se suma el terror de resbalar y caer, los músculos me duelen. Al mismo tiempo las paredes se angostan, he notado que ya puedo alcanzarlas con mis brazos extendidos.
Apenas puedo caminar. Las paredes escasamente se separan un metro y el techo roza mi cabeza. El pasillo devenido en húmedo túnel, se angosta como si fuera el final de un maldito sacacorchos. La angustia me abruma, al poco tiempo me veo obligado a arrastrarme agachado. Las luces se han acabado hace rato, continúo ascendiendo en la oscuridad de un túnel cada vez más angosto y de pronto me detengo y lo peor sucede. Estoy inmovilizado. Como un clavadista tengo los brazos estirados hacia adelante. No puedo encoger mis brazos ni flexionar mis piernas, no puedo retroceder ni empujarme hacia atrás y apenas puedo respirar. Percibo en mi cara unos insectos que adivino son las blancas hormigas. Ahogándome cierro los ojos y en un último instante vuelvo a ver los tristes ojos grises de la niña.
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