El manuscrito
Guillermo Tapia encontró providencialmente aquel manuscrito en un zafacón de basura y como lector voraz y escritor frustrado lo llevó consigo. Ya en su casa, se sentó cómodamente, quitó los restos de desperdicios que tenían algunas hojas y empezó a leer. A medida que avanzaba, sonreía satisfecho pensando que sacaría provecho de aquél texto sin firma de indiscutible calidad.
Le era difícil abandonar la lectura y sólo lo hacía cuando tenía algún imprevisto. Al terminar de leer terminó concibió la idea de ponerle un título y publicarlo como propio, augurando que darse a conocer como autor de este escrito, lo llevaría hasta las puertas del anhelado reconocimiento.
Corrigió, pues, algunas cositas para acomodarlas a su estilo. En la imprenta cotizó y encargó la confección del libro, cuidando de que la portada fuera atractiva y que se destacara su nombre. Finalmente convocó a la puesta en circulación de la obra, que recibió una buena acogida de la prensa y de los lectores. El éxito no se hizo esperar y en pocas semanas la edición estaba agotada.
Todo marchaba bien hasta que llegó un ejemplar a manos de Herminio Manuel, su escritor verdadero, a quien le bastó con leer la primera página para descubrir que tenía en sus manos la novela a la que dedicó dos años de su vida de encierro en el sanatorio, y que había perdido. De inmediato buscó la manera de contactar al que figuraba como "autor" y lo ubicó por el teléfono escrito en la contra-portada de la obra. No le fue difícil comunicarse con él y en una salida a consulta exterior logró escaparse y llegar hasta su casa.
Ya frente a frente, se identificó como la persona que había escrito el texto y le explicó que su manuscrito fue robado y desaparecido misteriosamente por alguien del sanatorio en que vivía. También le reprochó por el cambio que le hizo en el capítulo final: “Heredia debió morir apuñalado, como yo planteé y usted lo salvó”.
Por este conocimiento del texto original, el usurpador supo que era cierto lo que el hombre le reclamaba y sintió temor de que el confeso enfermo mental pudiera agredirlo. Argumentó entonces: “Te hice un favor al rescatar el escrito del zafacón, donde se hubiera perdido sin remedio; y aunque tuve muchos gastos imprimiendo y distribuyendo el libro, te prometo compartir la mitad de los beneficios contigo. ¿Qué más quieres?”
Herminio lo miró en silencio. Tomó violentamente la mochila que llevaba consigo y buscó en su interior un objeto, mientras Guillermo lo contemplaba esperando lo peor. Finalmente, sacó su ejemplar del libro, y se lo pasó con sus manos temblorosas y mirándolo fijamente a los ojos, le exigió:
-¡Dedícamelo!
Alberto Vásquez. |