EL ANIVERSARIO
Cuento ganador del segundo lugar en el XXVII Concurso Literario de Personas Mayores 2018 " Francisco Javier Pérez Hidalgo ".
Todo debía estar perfecto en la celebración del aniversario, por lo cual Lucia se levantó mas temprano de lo habitual con el propósito de ir al mercado a comprar los tulipanes, las rosas blancas y los claveles rojos para los arreglos florales.
De regreso a la casa compró el vino espumoso favorito de Aurelio y lo puso a enfriar tan pronto como llegó. Después de arreglar los floreros, se dedicó a limpiar la casa y preparar la vajilla que utilizaría en la noche. Dispuso la mesa con un mantel de lino que tenía guardado desde hacía mucho tiempo especialmente para esa ocasión y con gran cuidado colocó los cubiertos de plata, las servilletas bordadas a mano y las copas de cristal de murano.
Pasado el medio día empezó a cocinar y cuando todo estaba a punto, se sentó en la sala a seleccionar cada uno de los discos que escucharían durante la cena. Lucia siempre cuidaba hasta los más mínimos detalles cuando hacia cualquier tipo de celebración, pero esta era particularmente más importante porque se trataba de las bodas de oro de matrimonio.
Cumplía cincuenta años de casada con Aurelio y se sentía muy feliz de poderlos celebrar como a ella le gustaba. Aurelio conociendo la minuciosidad de su esposa, prefirió salir temprano de la casa, para dejarla en libertad para que hiciera todos los preparativos y regresó entrada la noche, un poco antes de la hora de la cena.
Fue una celebración intima pues sus cuatro hijos, desde hacia mucho tiempo habían hecho sus vidas aparte, tenían sus propios hogares y aunque los querían mucho, con seguridad no recordaron la fecha pues ni siquiera los llamaron por teléfono.
Disfrutaron la celebración como si fueran novios, ya que a pesar de sus cincuenta años de matrimonio mantenían una relación que era motivo de envidia para muchas parejas bastante más jóvenes que no habían descubierto el secreto para mantener la felicidad.
Se amaban como dos adolescentes y cuando los jóvenes les preguntaban cuál era el secreto para que hubieran podido conservar una relación tan prolongada y feliz, no podían dar una respuesta concisa, no porque no quisieran compartir su secreto con otros, sino porque en realidad no lo sabían. Siempre argumentaban algo como, es el amor, el respeto, la confianza, la inteligencia o el dialogo, pero en realidad no tenían una formula mágica que otros pudieran aplicar, ya que se trataba de un coctel de todos esos factores y muchos otros más. Era como un premio maravilloso con el que la vida los había favorecido y que aprendieron a disfrutarlo pero que no sabían cómo enseñar a otros para que lo hicieran también.
No se trataba de que nunca hubieran tenido problemas, pues como cualquier pareja normal los tuvieron, pero siempre los pudieron resolver con sabiduría para sacar provecho de ellos y nunca sobredimensionaron un conflicto.
Cuando acabaron de disfrutar el postre, tomaron sus copas de vino y se fueron a sentar más cómodamente en la sala, bajaron un poco la intensidad de la luz y Aurelio prendió tres gruesos maderos que había en la chimenea. Se tomaron de la mano y se quedaron por largo rato en silencio, escuchando las selecciones de música de su época, que Lucia había dispuesto desde temprano. Estaban un poco absortos observando los hipnotizantes y caprichosos movimientos de las llamas, al compás de melodías que tenían un sentido especial para ellos y con cada una de las cuales hacían una regresión instantánea a algún evento que en el pasado había sido especial.
Después que terminó de sonar el último disco, se mantuvieron por unos instantes más sin decir palabra y en el silencio reinante se amplificaron los sonidos que producía el vivaz fuego en la chimenea, matizados por una que otra chispa que chirreaba al saltar hacia el exterior, como queriendo escapar despavorida de aquel pequeño infierno, cuando Aurelio le dijo a Lucia sin dejar de mirar el fuego y apurando el último sorbo de vino que le quedaba en la copa: «Te has puesto a pensar alguna vez en cómo será tu vida, después de que yo muera?». La pregunta le cayó a Lucia como un balde de agua helada. Se mantuvo en silencio por un rato más, reponiéndose del impacto de la pregunta y tratando de reflexionar en algo en lo que no habia pensado jamás en sus cincuenta años de matrimonio y esa fue la respuesta que le dio a su marido, que nunca antes se le había ocurrido pensar en esa posibilidad y que se le hacia muy difícil hacerlo en ese momento.
Aurelio la escuchó con atención sin dejar de mirar las figuras asimétricas que formaban las llamas, dando la impresión de que se tratara de algo vivo provisto de movimiento y haciendo un leve asentimiento con la cabeza le respondió que tenía razón, que era un tema muy difícil de tratar pero que ellos ya estaban viejos y que cada día que pasaba, los acercaba más a ese inevitable momento y agregó que aunque resultara doloroso pensar en ello, era necesario.
Lucía no tuvo más alternativa que darle la razón a Aurelio y cuando la parte intelectual de ella racionalizó esa verdad que acababa de expresar Aurelio, le subió un escalofrío helado a lo largo de la espalda y por primera vez en su vida sintió miedo a la soledad. Sin embargo una idea apareció en su mente, como una opción para refutar a Aurelio, aunque en realidad era una forma de darle la vuelta al miedo y sin vacilar le pregunto: «Y si me muero yo primero?» Entonces Aurelio entendió lo que debía haber sentido su esposa minutos antes cuando le hizo la pregunta, al sentir el mismo frío recorriéndole cada una de sus vértebras, pues cuando se le ocurrió hacerle la pregunta, fue movido por el temor de lo que podría ser la vida de su esposa después de que él muriera, pero ni remotamente se le había ocurrido pensar que ella podía fallecer antes y que entonces el drama seria al contrario.
Se apretaron con fuerza las manos y reconocieron que ninguno de los dos estaba preparado para asumir la vida sin la compañía del otro, no solo por el amor que se tenían, sino por la enorme fuerza de la costumbre que se había arraigado en ellos como raíces de hiedra en cincuenta años.
Aurelio movió un poco los leños de la chimenea, pues el fuego menguaba y mientras lo hacia le dijo a Lucia que en el caso de que él muriera primero, no le inspiraban ninguna confianza sus hijos para que continuaran velando por ella, pues todos tenían sus vidas resueltas y eran demasiado independientes para pensar que alguno de ellos estaría dispuesto a hacerse cargo de ella. Lucia dejó salir un lento suspiro mientras Aurelio regresaba a su lado y con un poco de resignación aceptó que su esposo tenía razón.
Pese a que su situación económica estaba asegurada y no tenían ninguna preocupación porque a cualquiera de los dos que sobreviviera al otro, no le faltarían los recursos para seguir viviendo, lo que les preocupaba era la atención, el cariño y los cuidados que requiere una persona vieja y sola.
La noche siguió avanzando y el frío aumentó un poco lo que los obligó a estrecharse más y a que Lucia tendiera sobre las piernas de los dos una manta tejida a mano que tenía doblada sobre el sillón, mientras Aurelio volvía a llenar las copas de vino.
Poco a poco siguieron sincerándose sobre sus recíprocos miedos, frente a la eventual ausencia del otro y quedó claro que ninguno de los dos tenía temor a su propia muerte, sino al dolor y la soledad del sobreviviente. Era una de las manifestaciones mas elevadas de amor que podían expresarse dos personas, al resistirse frente a la idea de la propia muerte, no por temor a morir sino por la preocupación por el otro.
En algún punto de la conversación, les quedó claro que sus hijos no dudarían ante la perdida de uno de los dos, en someter al otro a la ignominia de internarlo en un asilo para ancianos, para que también esperara su muerte y en ese punto se apretaron de nuevo las manos y se miraron a los ojos que en pocos instantes se hincharon de lágrimas, pues los dos coincidían en pensar que ese tipo de vida para esperar la muerte era denigrante y ninguno de los dos quería que el otro pasara por esa degradación.
Entonces empezaron a hacer especulaciones de en qué forma podrían evitar aquello, ahora que todavía estaban juntos, pero no encontraron ninguna respuesta que pudiera funcionar cuando uno de los dos se quedara solo.
De pronto Aurelio, después de una pausa, miró fijamente a Lucia y le dijo que si había una opción para evitarlo, pero luego guardó silencio y Lucia lo observó con ternura y esbozó una leve sonrisa de complicidad ya que en tantos años de convivencia habían aprendido a entenderse son medias palabras, frases inconclusas e incluso con una mirada, como si se leyeran el pensamiento.
La madrugada estaba muy avanzada y muy pronto amanecería y Aurelio levantó con una mano la botella de vino vacía mientras le decía a su esposa que hacía muchos años que no pasaban juntos una velada hasta esa hora y en la que se terminaran el vino y hablando muy pausadamente, como si se tratara de un código especial, le propuso que salieran a comprar otra botella.
Lucia entendió perfectamente el mensaje y estuvo de acuerdo y en pocos minutos se pusieron ropa abrigada como para salir y se dirigieron al garaje.
Aurelio le abrió la puerta del pasajero a Lucia como era su costumbre y con agilidad rodeó el auto para subirse al lado del conductor. De inmediato puso en marcha el motor para que se calentara y sintonizó el radio en una emisora que frecuentemente escuchaban porque programaba música de su época.
Mientras esperaban abrieron las ventanas del auto y allí los sorprendió, tomados de la mano escuchando su música favorita, mientras el monóxido de carbono cumplía su misión, el primer rayo de luz de la mañana que entró por un pequeño cristal de la puerta del garaje, que nunca se abrió.
|