Durante el siglo XIX en Francia se había impuesto la costumbre de que los sentenciados a muerte fueran guillotinados, en vez de ahorcados o desmembrados como era costumbre en épocas anteriores. Se decía que era más humano porque la víctima no sufría. La idea era que una cabeza cercenada automáticamente mataba al sentenciado y evitaba cualquier situación de sufrimiento. Varias veces se vivían situaciones espantosas con los ahorcamientos, donde las victimas se retorcían durante horas hasta su fallecimiento vomitando sangre o en algunos casos órganos internos. En los casos de desmembramiento había situaciones que los sentenciados no solo no morían instantáneamente, sino que quedaban vivos en el fango rogando que alguien termine con su vida, sin poder moverse por la falta de miembros. La guillotina era una solución moderna para una sociedad salvaje.
En el año 1880 el Doctor Dassy de Lignères empezó a obsesionarse con la idea de que la cabeza humana podría tener conciencia luego de haber sido cercenada de su cuerpo. Durante mucho tiempo pidió permiso a las autoridades de Paris para poder trabajar con las cabezas de los sentenciados a la guillotina. Por suerte para el Doctor durante esa época las sentencias a guillotina eran muy comunes. Asesinos, violadores, estafadores y alguno que otro sentenciado por cuestiones políticas sufría de un enjuiciamiento rápido que lo llevaba directo a la guillotina. Se decía que la muerte por guillotina era instantánea e indolora. El Dr. Dassy tenía otra teoría. Él sostenía que durante por lo menos 15 minutos la cabeza humana mantenía su conciencia a pesar de haber sido separada de su cuerpo. Estaba convencido que se podía hasta incluso lograr algún tipo de comunicación o reacción sensorial que le permitiría al miembro cercenado expresar su conciencia por sobre la falta de su cuerpo.
El Dr. Dassy tenía un ayudante llamado Stewart. El señor Stewart no era un medico, pero tenía mucho conocimiento de la anotomía humana porque trabajo muchos años en funeraria de su padre. Él y el Dr. Dassy se conocieron durante una charla en la facultad de Notredame en Paris. Durante varios años compartieron la pasión por la anatomía humana y la medicina.
El Dr. Dassy había hechos varios experimentos con animales domésticos, sobre sus investigaciones con la conciencia de las cabezas cercenadas y estaba seguro de poder poner en práctica sus conocimientos usando órganos humanos.
El 12 de mayo de 1881 un asesino de niños llamado Louis Menesclou fue condenado a la guillotina por violar, matar y comerse los órganos de varios niños, inclusive mientras algunos estaban con vida. Sus asesinatos fueron cerca de la localidad de León pero por la brutalidad de los mismos, estos lograron mucha notoriedad y llego a oídos de las autoridades de Paris quienes los enjuiciaron y lo sentenciaron a morir en la guillotina.
El Dr. Dassy rogo a las autoridades del asentamiento de Paris que le permitieran acceder a la cabeza del Sr. Menesclou luego de ser guillotinado. Finalmente tras varios intentos pudo convencer al cardenal, quien de mala gana le otorgo el permiso.
El 20 de mayo fue el día de la ejecución de Luis Menesclou. El Dr. Dassy y su ayudante fueron autorizados a estar presente en el momento de la ejecución y de quedarse con la cabeza una vez que esta fuera depositada en la canasta. Nunca olvidaron ese día.
Mientras la muchedumbre gritaba enfurecida el nombre del asesino, este se aproximaba acompañado por sus verdugos en una carreta, crucificado de pies y manos. La gente lo escupía, le tiraba piedras y de vez en cuando pedazos de excrementos. Cuando los verdugos lograron ponerlo en la guillotina la muchedumbre se silenció. Durante un segundo, que parecía una eternidad, la guillotina cayo certeramente sobre su víctima separando la cabeza del cuerpo. Un chorro de sangre brotó de las venas y de los órganos que unían a ambas partes, mientras la parte posterior del cuerpo se sacudía una y otra vez con convulsiones involuntarias que hacían parecer que el cuerpo tenía vida propia. Por otro lado la cabeza, rodo como una pelota directo al canasto del verdugo.
Con la emoción de un niño al cual le habían regalado un juguete nuevo, el Dr. Dassy tomó la canasta con la cabeza recién cercenada de Luis Menesclou en su interior. Él sabía que solo tenía 15 minutos para poder realizar su morboso experimento y no iba a perder ni un segundo más de lo necesario Cuando entraron al laboratorio del Dr. Dassy, su ayudante Stewart no podía cree lo que sus ojos estaba viendo. Todo lo que había dentro de esa habitación parecía parte de un espectáculo morboso de una mente enferma. En una mesa larga que estaba apoyada sobre una pared tenía el más morboso zoológico de animales cercenados jamás visto. Varias cabezas de perros, gatos, pájaros y hasta de un mono yacían colgadas y conectadas por tubos en la parte inferior. Frascos con varios litros de sangre, hacían de sistema circulatorio transportándola desde y hasta las cabezas cercenadas. Algunos animales hasta tenían tubos que salían de sus ojos. El mono tenía el cráneo abierto, y del cual podía verse su cerebro. Del mismo salían cables y tubos, dándole al espectador una imagen siniestra.
En el fondo de la habitación había un lugar designado para la cabeza humana. Tenía algunos alambres y cables que el Dr. Dassy había preparado para la ocasión.
- “Ponlo sobre la base, pero con mucho cuidado por favor” – le dijo a su ayudante. Éste tomo la cabeza por los cabellos y lo deposito sobre una tina de metal llena de un líquido que parecía bilis de animal. La sangre todavía caliente brotaba de las venas cercenadas y alguno que otro órgano empezó a desplazarse para abajo por efecto de la gravedad. El Dr. Dassy limpio la cabeza lo mejor que pudo y conecto varios tubos a la carótida y a la yugular. Al cabo de unos segundos se prepararon para el espantoso experimento.
Según las notas que tenía el Dr. Dassy la cabeza podría recibir estímulos del exterior y responder a ellos. Sin perder tiempo el Dr. Dassy se acerco al oído de la difunta cabeza cercenada;
- “Luis Menesclou, ¿Puede escucharme?” – dijo con vos suave llamando su dueño.
Sin embargo no hubo respuesta. Los segundo corrían y el Dr. probó con otro estímulo. Acercó ambas manos al oído derecho y ejecutó un fuerte aplauso, pero todavía no había respuesta y el tiempo seguía pasando.
-“No puede ser. Debería funcionar”- repetía una y otra vez mientras se frotaba la barba tratando de tener otra sus brillantes ideas. Un minuto después y con un sentimiento de desesperación se puso solo a unos centímetros del oído de su preciada cabeza cercenada y grito.
-“¡¡¡ Luis Menesclou…!!! ¡¡¡CONTESTA!!!!!”-
El grito fue tan fuerte que las palomas que se encontraban afuera en el patio salieron volando del miedo y el Sr. Stewart tuvo un sobresalto que lo desencajo por un segundo.
Algo paso y en ese instante, el horror tomo a ambos científicos de rehenes.
Con movimientos involuntarios la cabeza empezó a mover las cejas, mientras la sangre entraba y salía por los tubos en sus venas, como si un corazón invisible le estuviera enviando la sabia de la vida.
El Dr. se puso justo delante de la cabeza, mientras su fiel ayudante se reponía del espanto. La cabeza empezó a mover lentamente los párpados, mostrando los ojos blancos sin vida y desenfocados, como si estuvieran dados vuelta. Lentamente y con movimientos espasmódicos empezó a rotar los ojos y sus pupilas fueron visibles. El señor Stewart vomito impulsivamente sobre una cubeta que había en el piso. Los ojos de la cabeza cercenada estaban fijos en el Dr. Dassy. Era la mirada penetrante de un ser que no parecía estar vivo pero que demostraba cierta reacción al mundo exterior.
-“Luis. ¿Si puedes oírme por favor pestañea dos veces?”- volvió a preguntar el Dr. con un tono de ansiedad casi incontrolable. Pasaron algunos segundos y se notaba el esfuerzo que la cabeza estaba haciendo para mover algún musculo que pudiera reaccionar a la preguntar del doctor, hasta que las ondas cerebrales llegaron a los parpados, y estos pestañaron. Stewart apenas podía creer lo que estaba viendo sus ojos. Era una cabeza humana recién guillotinada, llena de sangre de animal corriendo por sus venas, respondiendo casi instintivamente a los estímulos externos. Su asombro era solo superado por la aberración que sentía en su estomago, a algo que obviamente no era natural o escapaba a los parámetros normales de la comprensión humana.
El Dr. estaba fuera de sus cabales, entre el límite de la cordura y en pos del conocimiento científico no daba crédito a lo que estaba viendo. Un montón de incógnitas le pasaron por su mente pero había algo que siempre quería saber, desde que su obsesión por el guillotinamiento había comenzado. ¿Realmente se siente dolor después del desmembramiento del cuerpo y su cabeza? ¿Puede este ente tener conciencia para responder a esta pregunta?
-“Sr. Menesclou. Si en verdad puede escucharme necesito que me conteste lo siguiente. ¿Es dolorosa la muerte?- . El Doctor empezó a comerse las uñas en señal de ansiedad, esperando algún tipo de respuesta.
Lamentablemente la respuesta nunca llego, porque justo en ese momento un batallón de soldados entraron a la habitación, enviados por el propio obispo que lo había autorizado a tomar la cabeza del condenado para sus experimentos. A los gritos de “brujería” y “hereje” los soldados se lo llevaron por la fuerza, dejándolo sin la contestación de una de los interrogantes más importantes de su vida.
Pasaron los días y el Doctor fue condenado por brujería y de realizar un pacto con Satán para poder hablar con los muertos. Sus intentos para explicar su teoría fueron en vano, puesto que las cosas que habían encontrado en su laboratorio sobrepasaban la cordura humana. Sus morbosos experimentos habían llegado a su fin y dentro de muy poco también su vida.
Por suerte su fiel compañero, el Sr. Stewart había sido absuelto después que el mismo implorara por su vida, diciendo que todo había sido idea del doctor y que él fue amenazado de muerte para participar en tan sanguinario experimento.
Era el 12 de Diciembre del mismo año, cuando al buen Dr. Dassy lo condujeron a la guillotina, producto por su propia obsesión. Su ex compañero observaba desde la primera fila como el verdugo le otorgaba la muerte misericordiosa al pobre hombre. El Dr. no se resistió al guillotinazo. Su cuerpo se convulsionó como los demás y un lago de sangre brotó de las arterias cercenadas de su cuello. Su cabeza rodo y se deposito en el canasto mortuorio, como todos los demás. Sin embargo el Sr. Stewart había visto algo que le llamo mucho la atención. Quizá fue su imaginación o quizá fue víctima de su propia cobardía, al sentirse mal por la muerte de su amigo.
Por un segundo, mientras veía que la cabeza del difunto rodaba por el sueldo resbalándose por el gran charco de sangre, vio como las pestañas se movían en un abrir y cerrar de ojos. Era como si el Dr. quisiera comunicar algo antes de fallecer o por ahí simplemente era un acto de auto reflejo, producto del sistema nervioso ante el colapso total del paso de la guillotina. Pero su sed de conocimiento científico no podía ir en contra del terror que en ese momento sentía y decidió averiguar si lo que había visto era verdad o un delirio de su mente perturbada.
Como se encontraba en la primera fila no le costó mucho llegar al canasto donde la cabeza se había depositado. Al mirarlo se encontró con que la misma estaba mirando hacia arriba, como si se hubiera acomodado en los últimos momentos, para poder ver el cielo. Con mucho miedo el Sr. Stewart se agacho hacia el canasto y balbuceo una pregunta–“Dr. Dassy ¿Es verdad que la muerte es dolorosa?”- a lo que la cabeza cercenada le respondió con un abrir y cerrar de ojos.
Fin |