Arrojaba guijarros en aquel estanque cuando unos ojos cautivadores que apenas asomaban sobre la línea del agua, se posaron en los míos. Costaba mantenerle la mirada sin que mis mejillas se sonrojaran.

Con delicados saltos se acercó a mi orilla, su brillante figura danzaba confundiéndose entre los verdes de los lotos en flor que se elevaban por encima de sus hojas.

Como un tonto enamorado me lancé en su búsqueda, quizás recordando a aquel amor que por inmadurez o cobardía una vez dejé escapar.

La tomé en las palmas de mis manos y pude observar como su delicado cuerpo buscaba mi calor.

Solo atiné a hacer lo que cualquier príncipe en esas circunstancias hubiera hecho.

La acerqué a mis labios, cerré los ojos y nos fundimos en un beso interminable, un sublime momento que nos transportó al mundo fantástico de los cuentos de hadas.

Sentí como todo mi cuerpo se transformaba, una suave brisa nos depositó en el agua rodeado de nenúfares en flor que nos dieron la bienvenida al majestuoso reino de las ranas hechiceras.

Esta vez tuve la osadía y el coraje de dejarme cautivar por sus encantos. Nos fuimos croando, entonando cantos de amor y de vida.

OTREBLA