Dioses, denme amor. Dioses, denme tragedia. Denme dolor y pena, denme alegría y esperanza. Tan solo os pido aquello que podría encender mi alma. Tan solo deseo una chispa, un parco destello de luz que ilumine mis estancias. Quiero el fuego fugaz de la memoria de los hombres. Quiero la llama, olimpica y perecedera, que es la vida en el recuerdo de la humanidad. Tan solo quiero un segundo, un suspiro en el girar del universo. Yo no quiero morir y ser olvidado. Yo no quiero morir y pasar a formar parte de la masa amorfa de lodo y sangre sobre la cual se yerguen los grandes. Yo quiero morir y que la sombra de lo que fui pisotee a las masas para que el recuerdo de mi presencia se quede impreso en ellos como una marca indeleble. Dios, Dioses, no quiero morir. No quiero morir. No quiero morir. No quiero morir. No quiero morir sino incrustarme en la memoria colectiva de mis antepasados y su descendencia y jamas abandonar sus mentes, sus recuerdos. Quiero la inmortalizacion de una raza. Quiero que cuando millones de años hayan pasado y el hombre se de la vuelta y mire hacia donde se encuentre la Tierra, a través del negro profundo espacial, piense en mi y en mi leyenda. Piense en todo lo que logre. Piense en todo lo que hice para ser eterno. Y se maraville. Y sienta temor. Eso es todo lo que quiero, mi pequeño deseo.


Mi pequeño camino sin senda.
Mi pequeño camión de plástico sin cuerda
Mi pequeño dolor sin raíz, mi pequeño amor sin sentir.

Mi pequeño gigante a punto de ser devorado por el único leviathán que ha conocido:

El peso de su propia humanidad.