El Cimarrón
Sentados en el corredor del patio trasero de la casona de mis abuelos, en una noche bastante nubosa, un grupo de amigos que pasábamos las noches de las vacaciones de invierno juntos, decidimos contar historias para asustarnos, eran pasado de las 11, el fogón se había ido consumiendo, Liliana propuso el juego de la botella, claro a ella le interesaba más que a nadie pues le gustaba Humberto, pero él no le correspondía, así que la opción de las historias gano terreno.
Juanjo agarró la linterna para iluminarnos la cara y darle tono espectral a nuestras historias, nos sorteamos números para ver quien empezaba. Elizabeth contó la de su abuela, que se aparecía en un caserón vecino, muy aburrida por cierto, Juvenal recordó algo del hombre sin cabeza y seguíamos con risas las estupideces que inventaba para meternos miedo.
La noche igual estaba rara, corría viento y las nubes oscurecían aún más el fondo del patio, dándole un espectral marco al muro que limitaba con el cementerio, entonces recordé una vieja historia que mi abuelo contaba como cierta, así que les dije a los chicos que trataría de narrarla lo más fiel posible a la versión que había escuchado del viejo. Alumbré mi cara con la linterna, mientras que el viento revoloteaba haciendo chispear las llamas.
“Las Manos del muerto”
“El hombre nació con defecto me contaron, era un energúmeno desde el mismo día que salió del vientre, pero su madre que ya era vieja cuando lo parió, no quería corregirle nada, su felicidad era darle gusto en todo, cuando alguien le recriminaba ella decía siempre : ya estoy muy mayor para andarle dando de azotes, déjenlo nomas, solito irá cambiando. Lo cierto que no fue así, primero se convirtió en un matón de mala muerte, después en un ladrón de ganado y cuando ya era conocido como un forajido malvado, la única que no le encontraba defecto era su anciana madre, eso que el bruto la regañaba y le daba gritos por cualquier cosa. La pobre mujer lloraba casi todos los días.
Las fechorías del Cimarrón, como le apodaban, se hicieron famosas en todas partes, no tenía respeto por vivos o muertos, robaba, violaba y mataba sin asco, sembraba terror por doquier, hasta que la ley que es harto lenta por estos lugares, le alcanzó en el mismo pueblucho que lo vio nacer, cuando en un ataque de ira despachó al cantinero.
Los gendarme en esa época aún podían hacerlo, así que lo colgaron en el árbol más viejo del pueblo, de allí mismo lo bajaron al atardecer, mientras la lluvia arreciaba y el viento gemía.
La pobre vieja que no tenía lágrimas ya para él, lo llevó solita al cementerio, los sepultureros se fumaron un pitillo sin respeto por el muerto, mientras el sacerdote daba los últimos rezos.
Pero el difunto aún después siguió asustando a la gente, el guardián del patio santo acudió corriendo a la casa del cura para avisarle que el Cimarrón tenía las manos afuera de la tumba y que no paraba de gemir y de llamar a la anciana madre. Acudieron en tropel a abrir la fosa pero el cajón estaba intacto y el finado bien muerto. Lo cubrieron de nuevo, le pusieron la cruz en su sitio y el cura volvió a santiguarlo con agua bendita por si acaso.
La siguiente noche lo vieron de nuevo, con las manos estiradas y gimiendo a los pies del árbol donde lo habían colgado, esta vez fue uno de los gendarmes el testigo del hecho. El celador del cementerio ya no se atrevía a salir de su casucha, toda la noche lloraba el Cimarrón, ya no solo sacaba sus extremidades superiores, ahora se paseaba por el pueblo.
La madre con tantas tristezas y mas encima con la carga de un hijo que vagaba en pena por todo el lugar, se murió a los pocos meses, uniéndose al nocturno gemir de su malévolo retoño.
Dicen que el Cimarrón ronda por estos campos, arrastrando el alma de su triste madre, que nunca supo darle una buena golpiza para enderezarlo, estirando las manos ensangrentadas para que alguien se atreva a darle unas buenas palmadas en ellas y así descansar por fin en paz.
La leyenda cuenta que en noches como estas, nubosas y con viento, en que la lluvia moja de lado, el difunto sale a buscar a quien ha mencionado su nombre para ponerse en su camino, pidiendo el castigo que lo saque del infierno.”
Apagué la linterna y vi las serias caras de mis amigos, del fogón ya no quedaba nada, el viento arreciaba y una lluvia eterna se reventaba desde el cielo, al fondo del patio, en el muro que colindaba con el cementerio, todos vimos las dos sombras acercándose y en el eco de la noche los tristes lamentos.
- ¡El Cimarrón! - grité con angustia y todos corrimos a refugiarnos, mientras los gemidos se escuchaban fuertes allá afuera.
|