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El tenía un secreto guardado en su corazón, solo se lo contaba a la oscura noche.

Ella era muy bella ,de largo pelo, apenas ondulado y unos ojos verdes que despertaban la envidia de las hojas ,de todos los árboles.

El era fuerte, intrépido, algo nómada , tenía una ternura infinita en su alma, y el corazón repleto de canciones ,para regalar a cada persona que necesitara de ellas. Buscaba en su estante lleno de sueños y siempre encontraba la expresión, las palabras, la canción justa…todo almacenado en su mágica cabaña que miraba al mar…

Muchas tardes de sol y viento del sur, andaban tomados de la mano, montados en patines, el cielo los miraba, y eran felices como niños.

La distancia eventual, no los detenía…se esperaban, se presentían iban y venían en ese mundo que el amor, solo el amor, nos regala cada tanto, cada siempre, cada nunca…

Los días pasaban, pasaban inviernos, veranos y exultantes primaveras con olor a manzanas y a flores silvestres…

Una tarde de sol ella decidió buscarlo, aprontó sus pies rodantes y salió al camino. Era dueña del aire tibio que silbaba entre álamos y tierras onduladas, su paso era razante, casi no tocaba el suelo, casi volaba… en busca de su sureño. De pronto, una bandada de asustadas gaviotas marinas, la detuvo, ella miró esa inmensa manta tejida de alas estremecidas y sintió el temblor del aletear, la estaban llamando, pedían auxilio.

Paz, así su nombre, pensó en escucharlas,en hablarles…pero las aves no le dieron tiempo, en un audaz vuelo, la sumaron al grupo con sus patines, con su pelo suave…. ella empezó a sentir una sensación plena de nubes y viento fuerte y se fue con ellas… la nombraron “su reina”.

En poco tiempo Darío, así su nombre, recibiría un dulce mensaje, que iba a convertirse en un ritual de encuentros etéreos, que lo acompañarían entre estrellas y arena, hasta que él, solo él, lo decidiera.

Ese, era “el pacto”.

Desde entonces cada noche, ella lo visitaba y sigilosamente, con una pequeña pluma acariciaba su espalda y él despertaba con un escalofrió, se sentaba en su cama de madera dura, y empecinado en tenerla a su lado, corría dezcalzo hasta la playa, se sentaba en la arena y lloraba esa mezcla de ausencia y olor a ella… así se cumplía ese hechizo de madrugada, de despedida lenta.

Una de esas tantas noches, la hechicera gaviota, lo siguió hasta la playa y tatuó suavemente un par de alas abiertas en su espalda.

Darío sintió un calor suave,invasivo, supo que ya no lo visitaría… que siempre estaría cuidándolo, desde el aire…mientras , su boca grande dibujaba una sonrisa.

Texto agregado el 06-06-2014, y leído por 146 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
10-06-2014 *****Para ser narrado a la luz de una fogata. Solo_Agua
07-06-2014 Un bello cuento narrado con la dulzura que requiere su argumento.+++++ crazymouse
06-06-2014 Un cuento hermoso,pero un triste final.Me gustó.UN ABRAZO. GAFER
06-06-2014 Ella murió pero nació una estrella que consuela en su ausencia. hipsipila
 
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