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Me enamoré de la tristeza, de la que tanto quiero escapar, pensando en bisutería barata enmarañada en un vestido de artilugio para sorprender a los demás.
Sorprenderlos de qué... me digo. Si ni siquiera me importan sus cortesías tontas en la rutina del saludo de la mañana.
Me enamoré de la tristeza. Aquella que se convierte en tu dueña porque entregaste tu voluntad. Arrastrándome como inútil bosta en un cargamento de ganado, llego poco después que sale el sol.
La tristeza de la que me enamoré es cruel melancolía, atrapando los sueños más viles dándoles continuidad con la realidad.
Cegando la vista y segando el amor propio te convierte en culebra rastrera con papelitos amarillos en el reino de los corchetes.
Y ahí va el gran culpable cruzando el pasillo infinito, llegando al final que nadie ve. Lo cruzo en un salto propulsado por entrañas revueltas. Asesto el golpe final. Ahora sangra en mis brazos. Ahora soy la dueña de este lugar. Ahora experimento la satisfacción tras la cuarentena. Pero nuevamente me duele el alma... |
Texto agregado el 04-06-2014, y leído por 122
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