¡Mars Attacks!
Domingo, 5 de la tarde un sol de justicia se abatía sobre el estadio de fútbol de la populosa ciudad. Miles de gargantas rugían al unísono los cánticos de su equipo. El ruido era ensordecedor. Entre el griterío, los insultos, los niños llorando, los vendedores anunciando sus patatas fritas, cacahuetes, refrescos y golosinas. Nadie se dio cuenta en un principio de la nube de platillos volantes que sobrevolaba el estadio. En un momento dado, uno de los porteros advirtió a su defensa de la proximidad de dichos aparatos. Como en una contagiosa ola, todos miraron al cielo. Quedaron por unos segundos todos quietos y mudos. Ni el más famoso minuto de silencio podría competir con el momento. Los comentaristas de radio, antes vociferaban las jugadas de los deportistas, ahora callados y paralizados. Con estupor miran como los OVNIS empiezan a disparar rayos, a diestro y siniestro. Lo que antes eran gritos de aliento, ahora son gritos de miedo, pánico y desesperación. En el terreno de juego, anteriormente una estupenda alfombra verde. En el momento se combinan los cadáveres carbonizados de jugadores y espectadores. Cráteres dejados por los disparos aquí y allá, le dan el aspecto de nuestra maltrecha luna. Por fin en la lejanía, cazas supersónicos vienen en nuestra ayuda. Se entabla un feroz combate. La superioridad extraterrestre se hace patente. En pocos minutos caen abatidos uno a uno los aparatos terrestres, que se van estrellando y en su agonía provocan nuevos desastres a la cuidad. Aterrizan las naves extraterrestres y de ellas salen multitud de seres extraños. A manera de una marabunta de langostas, se distribuyen por toda la cuidad, destruyendo y aniquilando todo vestigio de humanidad…
—¡¡Stop, stop, ya está bien!!
—¿Qué quieres?
—¡Ya lo sabes!
—¡No quiero saberlo!
—¡Eres imbécil!
—¿Quién, yo?
—Sí tú valiente idiota, ya estás metiendo la pata otra vez.
—¡Déjame escribir en paz!
—¿Cuántas veces te he dicho que así no vas a ninguna parte?
—¡Escribo lo que quiero y cuando quiero!
—¡Claro!, el señorito hace lo que quiere, escribe cuando quiere y luego soy yo el que recoge los platos rotos. Tú te piensas que esta historia con platillos volantes que aparecen en un estadio de fútbol, ¿es la adecuada?, ¿no se reirán de ti?, ¿no te tomaran por loco? ¿Así piensas ganar? ¡Lo dudo! ¿Y yo qué? ¿De qué vivo? Necesito que me alaguen, que me doren la píldora, que me agasajen, que me quieran.
—Te lo digo y te lo repito, no me importas nada, pasarás hambre conmigo.
—¡Perdón! ¿Puedo hablar?
—¡¡Madre de Dios!! Otro, a dar la lata.
—Estoy de acuerdo con tu ego, lo está pasando muy mal últimamente, nadie te vota, ninguno te lee. De esa manera mi compañero se esfumará.
—Gracias autoestima, me satisface tu defensa. ¡No lo perderás!
—De nada ego, ya sabes que a éste hay que sacudirle para que reaccione.
—No os necesito a ninguno de los dos, conmigo desapareceréis… váyanse y déjenme en paz…
—¡Muy buenas! tranquilo que aquí estoy. ¿Qué pasa? ¡Ego y autoestima! ¿Fastidiando? ¿Cómo siempre? No te preocupes que me ocupo de estos majaderos.
—Gracias, vanidad, como siempre tan seria…
—De nada, ya sabes has lo que quieras, eres el mejor, el más majo, el más valioso, el más hombre, sí no te eligen es porque no piensan, sí no te leen es porque no quieren, no hagas caso de nadie.
—Qué buena amiga eres vanidad, siempre me dices lo que ambiciono oír…
Fin.
J.M. Martínez Pedrós
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