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JUGO DE DURAZNO
Alberto estaba aceleradísimo esa tarde y no veía la hora de salir de la oficina. Tenía una cita. Al fin una cita. Luego de tantos intentos, de tantas negativas de Laura y hasta de un ultimátum, ella dio señales de vida.
Alberto llegó a pensar que ella le tomaba el pelo. Sus negativas a encontrarse lo tenían ya loco y sin dormir.
No podía ocultarlo. Estaba nervioso, asustado. Y no era para menos, ni siquiera conocía a esa mujer que esa mañana, lo llamó a la oficina por primera vez.
La voz era sensual , acariciante y muy segura:
- Hola . ¿Alberto, sos vos? Soy Laura.
Tragó saliva y sintió la garganta seca por la emoción. Se repuso al instante de la sorpresa y respondió:
- Sí, sí . Qué sorpresa. No lo puedo creer. Me llamaste, Laura.- No pudo evitar cierta emoción en el tono de su voz
Se hizo un breve silencio y Laura dijo:
- Sí. Si querés conocerme, tomá papel y lápiz. Anotá esta dirección, Alberto -con voz segura pronunció el nombre de una calle algo alejada del centro y agregó:
Este es el número de mi celular. Llámame cuando quieras.
- Claro que te quiero conocer, no seas cruel. Sabés que hace meses que te lo pido.
- Entonces te espero esta noche. A las veinte. Chau
Y cortó.
Alberto salió cinco minutos antes de la hora de salida. Presuroso abandonó el ascensor, en su prisa tropezó con una mujer joven a quién aplastó sus carnosos pechos con un brazo. Ambos se ruborizaron y se pidieron perdón mutuamente. Por un segundo, pensó:
- ¿Serán así los de ella? Tan firmes y ardientes.
En realidad, a quien ardía la piel, era a él. Es que estaba “virtualmente” trastornado por esa extraña mezcla de curiosidad, deseo reprimido de años y una espera tan larga por la amante de sus sueños. ¿Y si al estar frente a frente, ella cambiaba de idea? ¿Si le decía que no le gustaba? El miedo y la inseguridad le hacían ver escenas en su mente en las que él la esperaba y ella no aparecía. Si eso ocurriera, no lo soportaría. Había sido muy paciente. La había esperado demasiado. Ella lo había motivado hasta el paroxismo y no podía burlarse así de él. Pensaba a mil por hora, sus ideas chocaban en su mente como cables pelados chispeantes.
Se secaba el sudor que sin pedir permiso a nadie se divertía brotando aquí y allá, debido al calor tremendo que había reinado en todo el verano. Mientras viajaba en el taxi sentía un extraño estremecimiento en su pelvis, el cosquilleo y la contracción involuntaria de su masculinidad que lo traicionaba las veces que pensaba en ella. Inconscientemente se la acomodó y miró al espejo. Sus ojos se encontraron con los del chofer, que estaban serios. Sintió vergüenza e intentó una sonrisa estúpida, como la de todo hombre que está en situaciones similares. Alberto se consumía por la pasión que le inspiraba una mujer increíble. Anónima. Sin rostro. Sin voz. Sólo palabras escritas.
Pero ahora todo era diferente. Ella lo esperaría. Podría verla. Oírla. Y si cumplía lo que muchas veces había dicho en sus conversaciones, amarla.
Ella había mencionado a una amiga, Eva. El encuentro seria en su departamento.
Vivía sola y les cedería una habitación para que hablaran sin ser molestados. Esa idea lo sedujo. En su alocada imaginación, alimentada por las fantasías de ella, hasta pensó en el “trío” que siempre soñó.
-No- se dijo a sí mismo- Eso no. Ella será muy liberada, muy espontánea y moderna, pero no creo que llegue a tanto. Alberto: estás loco. Alberto: pará de pensar.
Una frenada suave y el taxi se detuvo.
Pagó al taxista con manos temblorosas, se le cayeron unas monedas que ni siquiera intentó alzar. Respiró hondo pero igual tropezó al subir a la vereda. Alberto se sentía como en una película de cámara lenta. Quería avanzar pero sus pasos pesaban toneladas. ¿Y si algún conocido lo viera y le fuera con el cuento a su mujer? Le invadió un extraño frío ante esa posibilidad. Ya había sido descubierto una vez y tardó años en volver las cosas a su estado normal. Le temblaban las rodillas al recordarlo. Eran varias emociones a la vez. Pero no se iba a echar atrás ahora, cuando estaba al alcance de la mano la que lo tenía sin dormir por tanto tiempo. Además, siempre venció al miedo cuando lo atacó. Y en esta ocasión sabía muy bien lo que quería.
Laura había respondido por fin a sus súplicas. Una cita. Una noche juntos. O por lo menos, conocerse, ponerle rostro a su fantasía de tantas noches de chat.
¿Le daría Laura algo más? Esperaba que sí.
Cuando estuvo frente a la puerta presionó el timbre del departamento sin dudar. Al rato una mujer de pelo negro, de unos 30 años lo recibió y sonrió.
Alberto se dijo que era bonita. Su corazón bailó en el pecho pero antes que siguiera pensando en nada ella dijo:
Buenas noches, yo soy Eva, la amiga de Laura y vos sos.
- Alberto - se apresuró en completar la frase.
- Podés pasar, adelante, Laura te espera arriba. Me pidió que subieras.
Alberto entró y alzó la vista. No pudo precisar ni el color de las paredes ni los muebles que había en la sala. Sólo se percató de una suave melodía que sonaba en algún lugar y el contraste que hacía con su corazón que le latía como loco. No dudó y mientras subía, ella dijo:
- A la derecha, al terminar la escalera. Sí, ahí.
- Gracias - llegó a la puerta que estaba entreabierta. Se paró un instante, alzó la vista al techo, tomó aire, exhaló con fuerza y se dijo en silencio: Alberto: debes relajarte.
Golpeó discretamente la puerta con los nudillos, casi en forma imperceptible.
-Podés entrar, pero, por favor no enciendas la luz- dijo una voz que lo dejó expectante y más curioso.
Ya estaba allí y sin embargo, estaba apurado. Sabía ya que Laura no le había fallado. El corazón se le salía por la boca . El pantalón resultaba molesto por algunos cambios en su anatomía. Se lo acomodó por instinto.
Abrió la puerta. No estaba encendida la luz pero una tenue claridad se filtraba por el cortinado de la ventana. De pronto se tranquilizó. Ya estaba allí. Se paró frente a la cama y ella, la misteriosa Laura estaba allí, arrodillada y sensualmente erguida en el centro mismo, a contraluz.
Vestía un camisolín, él no entendía mucho de esas cosas pero notó la transparencia. Sacó pecho tratando de disimular esa panza que todavía podía ocultar al erguir el tórax gracias a su masa muscular aun firme por los años de gimnasia.
Todo aquello pasaba por su mente en fracciones de segundo, mientras ambos se miraban en la penumbra como dos fieras a punto de pelear. Alberto buscó el ángulo ideal de luz para percibir mejor esos redondos volúmenes de carne de mujer que se dibujaban perfectamente bajo la tela transparente. Hasta notaba las aureolas con sus puntas, dos lanzas que dibujaban a la perfección la silueta sensual de sus senos. Él la había imaginado así.
- Podés cerrar la ventana y encender el aire acondicionado si querés. A mí me gusta más el viento fresco y el olor a verde que viene de afuera - dijo ella con un ligero temblor en la voz.
-¿ Llaveo la puerta también? - preguntó Alberto. Esa era su costumbre.
- No hace falta. Nadie nos molestará.
- Tal vez encendamos el aire más tarde. ¿Sería mucho pedirte, darme una ducha? Me siento incómodo así.
-Hace calor. Es cierto. Acabo de preparar jugo de durazno. Le puse hielo, está bien frío. Podemos brindar por nuestro encuentro. Después te podés dar la ducha.
Con sumo cuidado, Alberto le sirvió el vaso rozándole los dedos. Sintió una descarga eléctrica por la columna vertebral. Casi derramó el jugo sobre la cama. Ella sonrió ante su nerviosismo y esperó que él se sirviese para brindar
Él se sentó en la cama y dijo:
- Por nosotros Laura ,por..
- Por la fantasía, Alberto- completó ella.
- Quiero verte más, Laura, ver tu cara, tu piel. Tus ojos.
- Tranquilo. Mejor tocáme las manos.
Alberto tragó saliva y con un ligero temblor la tocó apenas. Le ardía la piel y la de ella estaba fresca. Se habría dado una ducha minutos antes. Olía a una suave fragancia que le encantó y lo excitó más si eso fuera posible.
Tocó sus manos, primero con suavidad y después con pasión.
- Ah, Alberto. No te apures. Tenemos tiempo, quiero que me conozcas despacio. Tocáme el pelo. Sí, así. Besáme el cuello pero suave. Despacio.

Esperé horas detrás de la puerta cerrada. Ahí, en la oscuridad, sufriendo por no estar con Alberto. Mi mente se desbordaba con cada ruido, con cada murmullo que venía de la habitación donde estaba con Marlene.
Alberto, que no sabía que yo lo conocía de siempre, que lo había visto pasar tantas veces por mi casa. Que me enamoré de él, tiempo atrás, cuando nos conocimos en forma accidental en el chat, sin que él supiera quién era yo.
No dijimos nada sobre nosotros, sólo teníamos conversaciones picantes e inteligentes, que se hicieron costumbre con el correr de los días.
Para él fui una mujer misteriosa que lo llenaba de curiosidad. Que lo alentaba a seguir con la fantasía. Claro que sabía que jamás me haría caso, que si supiera mi verdad, no volvería a escribirme, ni a chatear conmigo nunca más.
La puerta entreabierta de la habitación dejaba escapar los gemidos y jadeos que Alberto y Marlene emitían en forma intensa llenándome de celos que me hacían doler y temblar el corazón. Casi podía adivinar las veces que hicieron el amor por el golpeteo de la cama en la pared. Comenzaban lentos, rítmicos, cambiando de velocidad, hasta hacerse frenéticos y por último, el silencio.
Tres veces. Fue como morir tres veces también. Me excitó y al mismo
tiempo me arrancó lágrimas de los ojos, que lentas, mansas, se perdieron
entre mis labios. Saladas, tibias. La Laura que tomaba mi puesto, estaba teniendo lo que me hubiera gustado recibir yo, lo que yo había despertado en Alberto.
No podía posponer por más tiempo el encuentro. Sus súplicas de conocernos fueron al poco tiempo cambiadas por amenazas de no charlar nunca más. Así que tuve que hacer lo que ahora hice.
Yo lo quería para mí, pero no podría tenerlo. Mi cobardía me impidió decirle: Te amo, te deseo, hazme el amor. Sueños. Utopías. Que sólo podían vivir en mi mente acalorada cuando nos escribíamos. Deseos que se formaban en mi mente y terminaban en humedades entre mis manos. El jamás estaría conmigo.
¿Y si yo cometía una equivocación? Si mi mente estuviera en un error y me perdía lo que siempre esperé de él. Temblé de sólo pensar en sus labios sobre los míos, de sus manos sobre mi cuerpo. Aborté el impulso de derribar la puerta y tomar lo que era mío en cierta forma. Pero no, no podía hacerlo, perdería todo. Ya no me hablaría, no conversaríamos más. Qué estupidez la mía. Ahora su Laura tendría un aroma, voz, piel, caricias, rostro y cuerpo que no eran míos.
Alberto salió de la pieza con el pelo alborotado y se dirigió a la planta baja sin verme. No había amanecido aún, pero una claridad rojiza pintaba al horizonte con cierto toque dramático.
Sentí que las lágrimas se deslizaban por mi rostro, las sequé con el dorso de la mano y
me acerqué al dormitorio. Toqué suavemente la puerta y después de oír el débil “adelante” de Marlene entré sin hacer ruido.
-¿Tenés el dinero?
-Claro- le respondí mientras le entregaba lo que había estipulado antes con ella.
-Esta plata la gané sin trabajar- la agitó como una bandera y la guardó en una carterita roja. Agregó:
-. La verdad, fue un placer estar con tu amigo. Llamáme cuando querés. Lo disfruté muchísimo.
-Sí, claro- respondí mirando la cama en desorden y las manchas parduscas en
las sábanas claras.
Ella ya estaba vestida y se dispuso a salir.
-¿Te pasa algo? Nunca te vi con tanta palidez.
El sonido de sus tacos altos se perdió hasta hacerse casi imperceptible hacia la calle.
Me acosté en la cama pensando que él había estado ahí, que había quedado su aroma, su calor en las sábanas arrugadas.
Arrojé a la pared el resto de jugo de durazno que había quedado en la jarra, mientras mis roncos sollozos apenas dejaron oír lo que decía Marlene desde la puerta de calle.
-No te olvides de llavear la puerta, Rubén, que hay muchos ladrones a estas
horas.



Texto agregado el 26-08-2004, y leído por 975 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
28-04-2010 Rubén... Jajaja, que grandioso final... ivancamella
23-08-2008 Ta bueno, doctora, ademas contás algo que le pasa a mas de uno, pero le ponés onda morenaescribe
09-05-2008 lo supe!!! me gusta como internas a los personajes sin delatarlos bruscamente... 5* ilov
18-08-2007 Ja! buenisimo...muy entretenido, aunque me hubiese gustado mucho la opcion de que Alberto se llevara una sorpresita eh! rafael_santino
21-06-2007 Igual que todos tus escritos, maravilloso, habia pensado en la posibilidad de un gay, pero hubiera preferido que fuera una paralitica, ji,ji, un beso. exsagitaria
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