Muchos de nosotros que ahora pintamos canas logramos sobrevivir a una época terrible que nos tocó vivir en nuestro país. Híper-inflación, terrorismo, devaluaciones traumáticas, desempleo y un sinfín de plagas. Eso se siente tan lejano ahora que parece que nunca hubiese acontecido. Pero sucedió. Y como no iba a suceder una hecatombe social en un país de enorme fragmentación regional y de una gran diversidad étnica. Y luego todo los cambios y problemas que se generan en una urbe como la capital que salto de 6 millones de personas a 17 millones en solo 40 años. Se generaron enormes brechas de desigualdad entre una minúscula cantidad de ricos y una inmensa mayoría de gente pobre. Todo eso desemboco en una terrible guerra interna que según algunos arrojaron unos 60 mil muertos entre los años 1980 al 2000. Este es el escenario que les tocó vivir a muchas personas en aquel entonces y que de alguna manera, directa o indirecta, produjo muchas víctimas, algunas que tal vez han quedado en el olvido.
Ahora permítanme mencionar una pequeña historia que sucedió en medio de esa época de caos y violencia. Pero empecemos desde el principio. Muchos de nosotros en aquella éramos estudiantes universitarios y tal vez uno de los pocos placeres que pudimos disfrutar fueron las extraordinarias películas que exhibía el Cine Club. Películas de Fellini, Buñuel, Bergman, Bertolucci y muchas más eran el deleite obligado para un gran público universitario.
Antes de exhibir la película del caso, siempre se acostumbraba hacer una semblanza sobre la película y su director. Esto estaba a cargo de un tipo alto y delgado. Con una calvicie incipiente y anteojos de gruesas lunas. Al principio se mostraba un poco tímido, pero apenas entraba en calor hablando de lo que era sin duda su pasión: el cine. Simplemente lograba encandilarnos con su vasto conocimiento sobre el tema. En aquel entonces editaba una revista sobre cine. Y estábamos convencidos que terminaría por hacer él mismo una gran película, cualquier día de estos. Aunque en aquella época, se trabajaba con el formato de películas de 35 mm y eso implicaba una inversión que no estaba al alcance de todos. Terminada la película, esta persona entonces hacía comentarios sobre la misma. Y finalmente se suscitaba un acalorado debate entre los iniciados en el séptimo arte. Coloquios que se continuaban en algún café cercano. Maravillosa época, recordada sin duda por los que nos tocó vivir esa experiencia.
Deseo citar ahora el testimonio directo de un gran amigo de este personaje (*)
“Ese personaje entrañable para un grupo pequeños de amigos era JUAN MARÍA BULLITA CÁMERE. Tomó una pequeña maleta, con lo indispensable para un viaje largo, largo hasta el infinito. Era el 22, creo, de diciembre de 1990, un boleto barato para llegar a Pisco-Ica, un plátano, unas galletas, como fiambre. Previamente había regalado todas sus pertenencias, sus cuántos libros, sus cartas, sus fotos, la chompita celeste que le quedaba tan bien, la bufanda… Dejó su cuartito pequeñito, madriguera completamente ordenada y limpia en la Calle Juan Faning de Barranco.…. Juan Bulllita sintió la tristeza desde que se enteró que su madre murió al nacer él. No pudo perdonarse este hecho fortuito del destino. Sin embargo, huérfano de madre y de suerte, llegó a ser una persona extraordinariamente buena y genial. Sin haber ido a la universidad, dejaba corto a cualquier catedrático de las Ciencias de la Comunicación y demás. Autodidacta, con esas capacidades tan difíciles de hallar hoy, en un buen profesor de cualquier nivel educativo: investigación en base a eficiente y eficaz análisis; síntesis, habilidad de comunicar la versión propia del hecho leído o analizado, emoción respectiva, lenguaje apropiado, claro, transparente y sencillo a la vez. ¡Escucharlo era participar de una clase maestra! Conocedor de la salsa, como pocos: Ismael Rivera, Jhony Pacheco, Papo Luca, Tito Curet, Rubén Blades, Willie Colón, Ismael Miranda, Oscar D´León, Tito Puente, El Gran Combo, Celia Cruz; pero la figura más significativa para él de la Salsa Brava, salsa eterna, el Gran Héctor Lavoe “Las caras lindas de mi gente negra,/ son un desfile de melaza en flor,/que cuando pasa frente a mí se alegra,/de su negrura todo el corazón. O la letra del Cantante: Y canto a la vida/ De risas y penas/ De Momentos malos/ Y de cosas buenas. Ese era Juan Bullita, mi amigo, mi hermano, compañero de caminos y penas, mi maestro que, al igual que Héctor Lavoe, trajinador de sombras y extravíos. Como Arguedas intento e imaginó morirse tantas veces hasta que, un 24 de diciembre del 1990 un frasco de certeras pastillas y un poco de ron, asestaron el ir y venir de su corazón entero, frente a las costas del mar Pacífico, en un hotelito con varadero hacia el mar. Escribió, en un último intento, una despedida, escribiendo en el sobre que se les avisará a sus hermanas de Cajamarca, el haber conseguido su objetivo. La noticia llegó casi medio mes después, cuando ya su corazón descansaba en la fosa común del cementerio de Pisco. Luego unos amigos lo trasladaron a un pabellón con el nombre de una Santa. Con el sismo de Ica a dónde habrán ido a parar sus huesos maravillosamente humanos del humanísimo Juan Bullita, cuyo nombre lleva el Jardín de Niños de Otuzco en Cajamarca”
Tal como menciona, no fue hasta unos días después, que gracias a la insistente búsqueda de algunos amigos y unos pocos parientes ubicados en la capital, se descubriera que el cuerpo enterrado como NN, correspondía a este genial especialista de cine que nos impresionaba con sus fabulosos y vastos conocimientos sobre ese arte, aquellas tardes sabatinas de hacía casi tres décadas. Este relato pretende ser un recuerdo de tanta gente buena que en un país convulsionado y muchas veces ingrato vio pasar. Creo que no se debe olvidar esos corazones generosos que lo poblaron.
(*)http://www.panoramacajamarquino.com/noticia/juan-bullita-camere/ |