Te sentaste en la barra, un poco lejos para intentar un dialogo pero lo suficientemente cerca para detectar tu perfume. Era un aroma a incienso, a catedral, a muerto; un olor que hacía juego con tu palidez y tus labios negros.

Cuando pediste un vodka puro supe que eras algo serio. Lo bebiste como lo haría un ruso en Siberia, de un solo tiro y sin hacer muecas. Supongo que el trago te calentó un poco. Te quitaste el pullover de Edward Manos de Tijera y pude ver el tatuaje de una cruz egipcia sobre tu hombro. Pensé en alguna estrategia para acercarme pero un tipo tan ordinario como yo no tendría ningún chance. Deseché la idea y me reduje a contemplarte bajo las notas del tema de Joy Division que hacía mas de una hora le había solicitado al barman. Tarareaste "El amor terminará por desgarrarnos" y me entró la sensación de que teníamos algo en común. Erradiqué esa estúpida idea de inmediato, cualquier persona con cierto sentido estético conoce la letra de una canción que puede hacerte pedazos cuando la escuchas en el momento equivocado.

Un tipo con ojos azules y pinta de Kut Cobain se te acercó y maldije mi suerte. Era hermoso y estaba hecho a tu medida. Pudiste arrancarle los labios y abandonar el lugar para destruir al mundo de la misma forma en la que lo hicieron Bonnie and Clyde, pero aquella noche tenías el corazón cubierto de escamas. Lo mandaste a la mierda sin decir una sola palabra y en ese momento fantaseé con arrastrarte al baño y devorarte como un animal.

Terminé mi cerveza y llamé al barman. Le pedí una más y le dije que te sirviera un vodka. Rió con cierto desprecio. Quise matarlo, me hizo esperar una hora antes de ponerme la canción y ahora se reía en mi propia cara. Pequeñeces como esas pueden arruinar la noche pero desde que me levantaste la copa a modo de brindis el tipo me trata con un poco más de respeto. Te devolví el gesto con una sonrisa. Bebiste de nuevo de un solo trago antes de tomar tu pullover y sentarte a mi lado.

Tu olor a incienso era un llamado a violarte. Mis pantalones estaban a punto de romperse pero mencionaste que lo tuyo eran las chicas. No sé si era cierto o era un tipo de invitación a no hacer un avance estúpido. Lo único certero es que esos quince minutos se quedaron anclados para siempre en el sótano de mi cerebro. Quince minutos en los que aseguraste que Joy Division era un grupo de mujeres judías usadas como esclavas sexuales en los campos de concentración nazis, que componías canciones de amor y muerte, que tu hermano trató de apuñalarte una tarde en la que había bebido más de la cuenta y que el vodka era el trago perfecto. No me dejaste hablar, tu plan era abrirle un pedazo de tu alma a este desconocido de ojos vidriosos antes de desaparecer para siempre.
A pesar de que lo intento con todas mis fuerzas no logro recordar como lo hiciste. Supongo que inventaste la excusa de ir al baño o salir a fumar. O tal vez detectaste la mirada de una hermosa chica y te fuiste de cacería.
Es inútil, es un recuerdo perdido que mi memoria recrea de ese modo absurdo en la que tomas la forma de un murciélago que abandona el bar en medio de un furioso aleteo.