Personaje: Un perro labrador llamado Roco
Escenario: Un bosque
Género: Trágico
Roco es feliz; su dueño lo ha llevado a pasear por el bosque. El perro labrador corre de aquí para allá mientras la familia extrae de la cesta todo tipo de provisiones.
Le resulta difícil controlar su entusiasmo porque saborea por anticipado la porción que le tocará en suerte. Se acerca a Jorge, su amo, con la correa entre los dientes. Este se la coloca, y juntos salen a recorrer el lugar.
Roco observa esa enorme cantidad de árboles; sueña que le pertenecen. Sonríe. Todo es alegría y juego para él.
Recuerda a la ardilla que se le escapó aquella vez; le gustaría encontrarla nuevamente.
A lo lejos ve al papá de Jorgito junto a la laguna y tira de la correa para ir hasta allí. Se desespera por perseguir a los patos y arrastra al pequeño niño en una alocada carrera.
Anita, la hermana de su dueño, los llama. Van hacia ella y se sientan a descansar unos segundos, mientras la mamá tiende el mantel sobre la mesa de pic-nic.
¿Cuánto falta para comer? pregunta Roco con un ladrido.
Los hermanos le arrojan una pelota de tenis; él se las alcanza sabiendo que esa pequeña proeza lo convierte en un perro “inteligente”. Se encuentra a gusto formando parte de esa familia. Lo tratan bien. Si hasta lo dejaron sentarse del lado de la ventanilla durante el viaje en auto hasta allí.
¡Es un día tan hermoso! No distingue el color del cielo, pero se da cuenta de que no hay nubes y el sol se siente tibio en su lomo.
La vida es bella…
Anita coloca agua en el plato que exhibe su nombre en letras doradas. Bebe sin apuro, disfrutando de ese instante único. No habrá jamás un momento así. Su mente lo intuye, aunque no entiende por qué.
La mamá los está llamando para comer.
Pero...qué ocurre? El papá de Jorgito se acerca tomándose el pecho con las dos manos. Su rostro parece contraído por el dolor. Nunca lo ha visto así, es un hombre que siempre sonríe. La esposa lo mira; toda la familia comienza a preocuparse.
Están llamando por teléfono... todos hablan a la vez. Alguien pronuncia palabras que le son desconocidas.
A lo lejos se escucha una sirena. Siempre le molestaron los sonidos estridentes, pero el ruido de hoy es aún peor. El papá está sentado en una reposera. Roco se ubica junto a él y a pesar de su malestar, el hombre lo acaricia tiernamente. En su mirada el perro ve algo que no puede descifrar pero que su instinto reconoce sin dudas. El aire huele diferente. Ese ser humano que tantas veces jugó con él, que se ocupó cuando estaba enfermo, que lo consoló cuando el veterinario le aplicaba aquellas inyecciones, que siempre le agregaba en su alimento para perros algunos trocitos de carne o que le compraba golosinas y huesos para roer, luce pálido y débil.
La ambulancia ha llegado. Roco no se despega del hombre; su amo llora y él no sabe como consolarlo. La mamá habla con el médico. De pronto colocan al enfermo en una camilla y lo trasladan a la ambulancia. Los demás suben también. El perro los mira alejarse. Se ha quedado solo para aullar en soledad, para asimilar algo que puede reconocer aunque nadie se lo haya explicado nunca, y para acomodar en el fondo de su alma perruna el significado de la palabra adiós.
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