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Los porqués de mi vieja decrépita.
Conforme nos vamos adentrando en el paisaje de las afueras de la gran urbe, el edificio de corte sencillo, pero funcional, nos va descubriendo la crueldad de la sociedad. ¿Un retiro? ¿Un balneario? Nada más lejos. Nadie diría que somos civilizados, pero está claro que no queremos ni de lejos a nuestros enfermos. ¿Y si son viejos decrépitos? ¡Más a mi favor! ¿Cariño? ¿Con eso bastaría? ¡Lo dudo!… aguantar a una persona, digamos que se come sus heces, y que se pasa la mayor parte del día gritando obscenidades. ¿Es tu madre? Entonces, deja de trabajar, tira tu independencia por el retrete, tus estudios que tanto te costaron, tu marido, tu mujer que desde luego se quejarán, tus hijos en edad adolescente que necesitan más que nunca a sus padres. ¿Hasta qué punto estás dispuesto-a a llegar? Te conformarás, te consolarás y buscarás adeptos a tu causa entre los familiares. Luego irás a verla, pero claro siempre que tus obligaciones de trabajo y familiares te lo permitan. Cuando la veas, tragarás saliva, recordarás cuando más joven, llena de vigor y salud mental te abrazaba, aconsejaba. Ahora le cae una fina baba, su cabeza ladeada sin pelo, sus arrugas que parecen surcos profundos en tierra baldía. Te recuerden que tú serás, si llegas, igual o peor que ella. ¿Soy un mal hijo-a?, ¿o sólo deseo lo mejor para mi madre? ¿Ridículo, verdad? Lo suyo sería sin más, hacer de tripas corazón y estar a su lado, el tiempo que le quedara.
Ahora pasemos a nuestros gobernantes que les dan igual los viejos, se piensan que ellos nunca llegarán. ¡Craso error!, sí hay algo seguro en esta vida, es eso: nacemos y envejecemos (algunos-as) para los que lleguemos, ¿qué nos espera? ¡Algo peor que la misma muerte! ¡Estoy convencido!
Conforme me alejo de La gran mole de ladrillo rojo. Mis pensamientos están todavía atados a mi madre. Su olor a sudor de ropa vieja mezclada con sus pérdidas de orina, y el babero manchado de vomito. No hacen más que desear su muerte, ¡sí han oído bien! ¡Su fallecimiento! ¿Por eso soy un mal hijo-a? ¿Acaso vosotros no especularías lo mismo? ¿Acaso os pensáis que sois mejores que yo? ¿O queréis ver sufrir a vuestro ser querido? sabiendo que de él no queda nada más que su maltrecho cuerpo. Su verdadero ser murió hace mucho, y que el recuerdo de aquello me martillea hasta volverme loco de tristeza. ¿Cuando llegue a casa, qué me espera? No me lo digáis, que de seguro lo acierto: ¡incomprensión, indiferencia y reproches! ¡Apostaría mi cuello en ello! ¿Por qué tardas tanto? ¿Por qué siempre eres tú, y no tus hermanos-as? ¿Por qué no me atiendes, y te preocupas de mí cómo de tu madre?
Estos porqués me matan, o matan…
Fin
J.M. Martínez Pedrós. |