Estamos solos para decidir
Nadie camina solo, siempre lleva consigo un desafío.
Y en ese desafío están implicados dos; a saber: el valiente y el cobarde que, invariablemente, todos llevamos dentro. Hay algo siempre difícil y deseable ante nuestros ojos. Un día más por vivir. Sólo un día más, con mil ojos apuntando en distintas direcciones. Opciones y expectativas que nos subyugan y la infaltable piedrita en el zapato que nos limita el horizonte. Esa piedrita, no es otra cosa que el apego mimoso de los hábitos. La costumbre heredada. El fisgón de los sueños más queridos atisbando desde la ventana del “no puedes“, del “nunca podrás lograrlo“, del “mejor ríndete”. No sería muy difícil resolver el problema; sólo hace falta detenerse, quitarse el zapato y sacar la piedrita. El verdadero y gran dilema consiste en saber cuál es el zapato que debemos quitarnos.
Sin embargo, aunque el paisaje y las circunstancias deslicen su hostilidad ante nuestros ojos, la miel del paraíso nos seduce y nos arrastra. Una estrella amarilla pareciera ser menos ofensiva que otra de última magnitud. Pero, ante la debilidad póstuma, nada resulta inofensivo; nada. Mucho menos, una estrella, no importa el color que luzca. Su resplandor siempre resulta temible. Sobretodo, si carecemos de la sombra apropiada, de la intimidad proporcional al desafío que enfrentamos. Esa comunión con la fuerza que gobierna el Universo nos concederá descanso, frescura y plenitud en medio del desierto de las decisiones.
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