-Teniente Maynard, quiero que ponga fin a la vida de Barbanegra y que me traiga la prueba fehaciente que él ha sido muerto.
- Haré todo lo posible por cumplir con la misión que me ha dado y con mi deber de militar; o termino yo con la vida del pirata o él, lo hace con la mía.
Robert Maynard, un apuesto oficial de cutis bronceado por el sol, saludaba militarmente y se retiraba de la presencia del gobernador de Virginia, uno de los tres estados de la Unión norteamericana, junto con las dos Carolinas, la del Norte y la del Sur, que eran asolados por el ex-corsario de la Reina Ana de Inglaterra, convertido en pirata.
Al llegar al puerto, el Teniente saludaba cordialmente a Richard Patterson, Capitán del Royal Fortuna, nave que habría de conducirlo a cumplir con su misión.
- El barco está a su disposición, Teniente.- Decía el Capitán.- Usted dirá hacia adonde habremos de dirigirnos.
-Iremos a las Islas Bahamas en busca del pirata Barbanegra.
Ambos subieron a cubierta donde ya estaban formados los ciento veinte lobos de mar que componían la tripulación. El Capitán arengó a sus marineros:
- Muchachos, tenemos que cumplir con una difícil misión según me lo ha comunicado el Teniente Maynard. Iremos en busca de Barbanegra, ya que el Teniente ha recibido del gobernador de Virginia, la orden de poner fin a la vida del pirata. Tal vez esta empresa pueda costar la vida de muchos de vosotros, pero no dudo de vuestro valor: ¡Viva Virginia, muera la piratería!
Una unánime aclamación respondía:
¡Muerte al pirata Barbanegra!
Acto seguido el Capitán daba la orden de partir:
-¡Levar Anclas! Con las velas henchidas por el viento, el Royal Fortuna daba comienzo a su travesía.
- Es difícil y peligroso lo que usted debe llevar a cabo señor Teniente. Tenga cuidado en el caso que tenga que batirse a duelo con el pirata, pues no sé si usted tiene conocimiento que él tiene la ventaja de su alta estatura, ya que mide dos metros.
- En efecto lo sé, pero yo conozco todos los recursos de la esgrima y tengo mucha confianza en mí mismo.
El viaje se realizó sin contratiempos y en el dorado amanecer del 22 de noviembre de 1718, a la altura de las islas Bahamas, el vigía desde la copa daba el grito tan esperado:
- ¡Barco a la vista!
El Capitán munido de su largavista decía:
- Hemos llegado a la meta tan ansiada. Es la nave del maldecido pirata, la Queen Anne´s Revenge. Distingo claramente la bandera negra. Cuando abordemos ese barco, toca a usted lo mas complicado: dar muerte a Barbanegra. Y luego tomando su portavoz ordenaba:
- ¡Artilleros a sus puestos!
En la nave pirata, se alertaron de la presencia de una nave enemiga y comenzaron los aprestos para el combate. Un cañonazo disparado desde la Queen Anne´s Revenge perforó una vela latina del Royal Fortuna, cuyo capitán optó por la prudencia e hizo avanzar a su nave en forma zigzagueante para esquivar las andanadas enemigas. Al llegar a 300 metros del barco pirata, un disparo afortunado del Royal Fortuna dio en la base del trinquete del barco enemigo y lo hizo caer estrepitosamente sobre cubierta. Un alarido de furor se hizo oír en el barco pirata. Entre tanto, el Royal Fortuna, estaba prácticamente borda con borda con el Queen Anne´s Revenge. El Capitán del Royal daba el tan esperado grito:
-¡Lancen los grapines, al abordaje!
El empuje de los hombres del Royal era irresistible y los piratas retrocedían hacia el castillo de popa. En el centro de la cubierta, dos enemigos acérrimos se encontraban: Barbanegra y el teniente Robert Maynard. Las tripulaciones de ambos barcos suspendieron la lucha para ser espectadoras del duelo entre aquellos dos colosos. El pirata en cuya larga barba negra había mechas encendidas que tenían como finalidad causar un efecto intimidatorio, se había abalanzado sobre su rival haciendo curiosos molinetes con su espada. Maynard ponía en juego sus recursos de esgrima: Parada en tercia, estocada en segunda y de repente en un momento en que Barbanegra retrocedía hacia el palo mayor, Maynard flexionó sus piernas y se tiró a fondo hacia adelante. El golpe de Cartoccio de la escuela italiana. Barbanegra había sido alcanzado en pleno pecho por el florete de Maynard. La muerte llegaba al pirata vestida de púrpura, que era el color de su sangre que se vertía sobre la cubierta de su nave.
-¡Vuestro Capitán ha muerto, arrojad vuestras armas!
La tripulación se rindió y la bandera negra fue arriada. Maynard cortó la cabeza de Barbanegra y la ató al bauprés de su nave. Ese era su trofeo de guerra y la prueba fehaciente que el gobernador de Virginia le había requerido: que el pirata había sido muerto.
Ese era, tal vez, el final que el mismo Barbanegra hubiera preferido: Morir combatiendo a terminar sus días en la cárcel.
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