Las espinas alrededor de su cabeza le causaron un ligero cosquilleo en el estómago, pero cuando los clavos atravesaron sus manos y pies, fijándolo a la cruz que enseguida levantaron, tuvo una gran erección que alzó la diminuta manta atada alrededor de sus caderas. La muchedumbre, expectante ante la fiel representación, sufrió un incómodo rubor. A él no le importó; estaba inmerso en una celestial encrucijada de pasiones.
Texto agregado el 28-05-2014, y leído por 91
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