TERNURA Y FLOR
No importa el mes. Es tan sólo una hoja en el calendario.
No importa el día. Solamente le sirve para descansar, para dormir.
Es la noche. Ella sí importa y después de las once.
Luces: algunas pendiendo de la columna del alumbrado, otras fugaces y pasajeras
denunciando autos que pasan o se detienen.
En la vereda, cuadriculada de veranos, otoños, primaveras o inviernos, las cuatro
estaciones saben de esos pasos lentos, a veces seguros, otros vacilantes. Las baldosas
son testigo.
Zapatos rojos, taco aguja, talón descubierto.
Pasos que van, están siempre yéndose, hacia esa búsqueda del sustento, hacia el
placer, hacia la noche.
Sobre esos zapatos rojos se yerguen dos bellas piernas que en ascensor de la mirada
se detienen en una minifalda roja que apenas cubre lo necesario.
Cinturón alto que delata una frágil cintura.
Pequeña remera ajustada que brilla delatando el pecho.
Rostro ovalado que resalta tras un flequillo bien cortado.
Maquillaje. Demasiado.
Otra vez los pasos, lentos, audaces, provocativos.
Le llaman la chica de la noche, de la calle.
Le llaman… de alguna manera aunque sea por un rato porque necesita ternura.
Necesita no escuchar más el sonido de sus tacos sobre el damero nocturno.
Necesita que alguien le regale una flor y la quieran…
Ruido de tacos, agujas que no perforan, que no se hunden. Solamente busca su
sustento. Quiere llegar con algo en los bolsillos. Un niño espera su futuro.
Quiere que le regalen una flor. Quiere que la quieran.
Unos faros juegan al subibaja.
Al bajar una ventanilla sabe que la noche está asegurada.
No sabe si tendrá la flor.
TERNURA Y FLOR
No importa el mes. Es tan sólo una hoja en el calendario.
No importa el día. Solamente le sirve para descansar, para dormir.
Es la noche. Ella sí importa y después de las once.
Luces: algunas pendiendo de la columna del alumbrado, otras fugaces y pasajeras
denunciando autos que pasan o se detienen.
En la vereda, cuadriculada de veranos, otoños, primaveras o inviernos, las cuatro
estaciones saben de esos pasos lentos, a veces seguros, otros vacilantes. Las baldosas
son testigo.
Zapatos rojos, taco aguja, talón descubierto.
Pasos que van, están siempre yéndose, hacia esa búsqueda del sustento, hacia el
placer, hacia la noche.
Sobre esos zapatos rojos se yerguen dos bellas piernas que en ascensor de la mirada
se detienen en una minifalda roja que apenas cubre lo necesario.
Cinturón alto que delata una frágil cintura.
Pequeña remera ajustada que brilla delatando el pecho.
Rostro ovalado que resalta tras un flequillo bien cortado.
Maquillaje. Demasiado.
Otra vez los pasos, lentos, audaces, provocativos.
Le llaman la chica de la noche, de la calle.
Le llaman… de alguna manera aunque sea por un rato porque necesita ternura.
Necesita no escuchar más el sonido de sus tacos sobre el damero nocturno.
Necesita que alguien le regale una flor y la quieran…
Ruido de tacos, agujas que no perforan, que no se hunden. Solamente busca su
sustento. Quiere llegar con algo en los bolsillos. Un niño espera su futuro.
Quiere que le regalen una flor. Quiere que la quieran.
Unos faros juegan al subibaja.
Al bajar una ventanilla sabe que la noche está asegurada.
No sabe si tendrá la flor.
TERNURA Y FLOR
No importa el mes. Es tan sólo una hoja en el calendario.
No importa el día. Solamente le sirve para descansar, para dormir.
Es la noche. Ella sí importa y después de las once.
Luces: algunas pendiendo de la columna del alumbrado, otras fugaces y pasajeras
denunciando autos que pasan o se detienen.
En la vereda, cuadriculada de veranos, otoños, primaveras o inviernos, las cuatro
estaciones saben de esos pasos lentos, a veces seguros, otros vacilantes. Las baldosas
son testigo.
Zapatos rojos, taco aguja, talón descubierto.
Pasos que van, están siempre yéndose, hacia esa búsqueda del sustento, hacia el
placer, hacia la noche.
Sobre esos zapatos rojos se yerguen dos bellas piernas que en ascensor de la mirada
se detienen en una minifalda roja que apenas cubre lo necesario.
Cinturón alto que delata una frágil cintura.
Pequeña remera ajustada que brilla delatando el pecho.
Rostro ovalado que resalta tras un flequillo bien cortado.
Maquillaje. Demasiado.
Otra vez los pasos, lentos, audaces, provocativos.
Le llaman la chica de la noche, de la calle.
Le llaman… de alguna manera aunque sea por un rato porque necesita ternura.
Necesita no escuchar más el sonido de sus tacos sobre el damero nocturno.
Necesita que alguien le regale una flor y la quieran…
Ruido de tacos, agujas que no perforan, que no se hunden. Solamente busca su
sustento. Quiere llegar con algo en los bolsillos. Un niño espera su futuro.
Quiere que le regalen una flor. Quiere que la quieran.
Unos faros juegan al subibaja.
Al bajar una ventanilla sabe que la noche está asegurada.
No sabe si tendrá la flor.
TERNURA Y FLOR
No importa el mes. Es tan sólo una hoja en el calendario.
No importa el día. Solamente le sirve para descansar, para dormir.
Es la noche. Ella sí importa y después de las once.
Luces: algunas pendiendo de la columna del alumbrado, otras fugaces y pasajeras
denunciando autos que pasan o se detienen.
En la vereda, cuadriculada de veranos, otoños, primaveras o inviernos, las cuatro
estaciones saben de esos pasos lentos, a veces seguros, otros vacilantes. Las baldosas
son testigo.
Zapatos rojos, taco aguja, talón descubierto.
Pasos que van, están siempre yéndose, hacia esa búsqueda del sustento, hacia el
placer, hacia la noche.
Sobre esos zapatos rojos se yerguen dos bellas piernas que en ascensor de la mirada
se detienen en una minifalda roja que apenas cubre lo necesario.
Cinturón alto que delata una frágil cintura.
Pequeña remera ajustada que brilla delatando el pecho.
Rostro ovalado que resalta tras un flequillo bien cortado.
Maquillaje. Demasiado.
Otra vez los pasos, lentos, audaces, provocativos.
Le llaman la chica de la noche, de la calle.
Le llaman… de alguna manera aunque sea por un rato porque necesita ternura.
Necesita no escuchar más el sonido de sus tacos sobre el damero nocturno.
Necesita que alguien le regale una flor y la quieran…
Ruido de tacos, agujas que no perforan, que no se hunden. Solamente busca su
sustento. Quiere llegar con algo en los bolsillos. Un niño espera su futuro.
Quiere que le regalen una flor. Quiere que la quieran.
Unos faros juegan al subibaja.
Al bajar una ventanilla sabe que la noche está asegurada.
No sabe si tendrá la flor.
TERNURA Y FLOR
No importa el mes. Es tan sólo una hoja en el calendario.
No importa el día. Solamente le sirve para descansar, para dormir.
Es la noche. Ella sí importa y después de las once.
Luces: algunas pendiendo de la columna del alumbrado, otras fugaces y pasajeras
denunciando autos que pasan o se detienen.
En la vereda, cuadriculada de veranos, otoños, primaveras o inviernos, las cuatro
estaciones saben de esos pasos lentos, a veces seguros, otros vacilantes. Las baldosas
son testigo.
Zapatos rojos, taco aguja, talón descubierto.
Pasos que van, están siempre yéndose, hacia esa búsqueda del sustento, hacia el
placer, hacia la noche.
Sobre esos zapatos rojos se yerguen dos bellas piernas que en ascensor de la mirada
se detienen en una minifalda roja que apenas cubre lo necesario.
Cinturón alto que delata una frágil cintura.
Pequeña remera ajustada que brilla delatando el pecho.
Rostro ovalado que resalta tras un flequillo bien cortado.
Maquillaje. Demasiado.
Otra vez los pasos, lentos, audaces, provocativos.
Le llaman la chica de la noche, de la calle.
Le llaman… de alguna manera aunque sea por un rato porque necesita ternura.
Necesita no escuchar más el sonido de sus tacos sobre el damero nocturno.
Necesita que alguien le regale una flor y la quieran…
Ruido de tacos, agujas que no perforan, que no se hunden. Solamente busca su
sustento. Quiere llegar con algo en los bolsillos. Un niño espera su futuro.
Quiere que le regalen una flor. Quiere que la quieran.
Unos faros juegan al subibaja.
Al bajar una ventanilla sabe que la noche está asegurada.
No sabe si tendrá la flor.
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