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La otra realidad

La mañana hacía su aparición primero en las paredes laterales al edificio, donde los rayos de sol iluminan, y se reflejaban en las oscuras ventanas. Los vehículos comenzaban a frecuentar las calles que rodean al hospital. Y como es habitual la avenida sobre la que se encuentra la entrada principal, de a poco se iba diferenciando de las otras, donde la cantidad de autos era menor.
El hospital Gregorio Sánchez, al igual que otros no refleja en su arquitectura nada artístico. Es cuadrado por donde se lo mire, las ventanas, las paredes, el techo, las puertas; y su aspecto externo: el de un gran cubo descansando en un bello jardín.
Ésta simpleza geométrica hace bastante difícil ubicar los distintos sectores del hospital. Todo se confunde; dirigiéndose al baño uno puede llegar al quirófano, o viceversa. Cosa por demás bastante embarazosa para uno u otro caso. Además existe una sensación de ahogo o sofocación cuando uno pasa en sus interiores más de cuatro horas. Pero esto es rara vez percibido por los pacientes externos, solo quien permanece internado, o el personal del hospital puede hacerlo.
La zona correspondiente a la guardia del hospital se identifica fácilmente por la cantidad de gente apostada allí. De ésta manera el pasillo escapa a la rigurosa geometría del hospital.
Las paredes como las de todo el establecimiento son de un color gris pálido, y en la entrada tiene escrito con letras doradas sobre la puerta de doble hoja: “Guardia”. Pero rara vez puede leerse debido a que las puertas siempre están abiertas. Cruzándola, en los laterales del pasillo, los accidentados más afortunados esperan ser atendidos sentados en unos bancos de madera. Los otros que no tienen tanta suerte, ingresan por el extremo opuesto del pasillo. Ésta entrada está ubicada en el frente del hospital para facilitar el acceso a la Guardia. En el medio del pasillo, entre las dos entradas hay dos consultorios a la derecha y otros dos a la izquierda, donde se atienden a los desafortunados.
Por la ventana lateral, en uno de los consultorios de la guardia podía verse que el sol coloreaba ya las nubes de un rojo pálido. El oscuro color del vidrio le daba ese matiz particular. El color de la sangre del accidentado sobre los guardapolvos celestes, rivalizaba con el pintado en el cielo por el amanecer. Allí estaba Carmen, jefa de la guardia, con un grupo de residentes que estaban cursando el último año de Medicina. Sus treinta y cinco años no parecían reales, quien no la conocía bien podía creer que tenía menos edad.
Así fue como Fernando, uno de los residentes, quedó completamente atrapado por la belleza de Carmen.
No era para menos, quien podía resistirse a esa delicadeza más que femenina, o a una mirada de sus ojos claros. Siempre parecía sonreír, y con su pequeña boca sin decir palabra, expresaba una oscuridad muy sutil, pero profundamente atractiva.
Fernando, destacaba del resto de los residentes por su altura, y por una facilidad extrema en distorsionar y confundir la realidad, con sus fantasías. Bien podría pensarse que se trataba de un loco, salvo por la astucia de Fernando de nunca comentar exactamente como veía las cosas. Desde chico había aprendido a decir solo lo que la gente quiere escuchar, pero cada vez le costaba más encontrar signos que le sirviesen para identificar la realidad colectiva.
Fernando al igual que el resto de los residentes veía como Carmen explicaba la forma más idónea para detener la hemorragia en el accidentado. Las gráciles manos de Carmen protegidas por los guantes blancos, estaban teñidas de rojo. Fernando no podía dejar de ver como otras manos, las que avanzaban desde la herida en hilillos rojos con sus infinitos dedos entrelazándose con los de Carmen, intentaban arrastrarla hacia una carmínea profundidad.
El resto de los residentes parecía que no veía tal cosa, nadie parecía inquietarse, solo los ojos de Fernando habían aumentado su tamaño y su brillo. Se mostraba por demás intranquilo, a tal punto que Carmen viendo que ya comenzaba a transpirar preguntó:
-¿Qué le pasa?, debería ya estar acostumbrado, pero si cree que va a descomponerse salga de la sala.
-Estoy bien, solo me distraje, no creo que vaya a desmayarme, dijo Fernando cuando vio la otra realidad.
-Bien, si es así acérquese y ayúdeme a suturar la herida.
Ahora eran sus dedos los que rozaban sutilmente los de Carmen, y no los otros, lo cual hacía que se sintiese muy a gusto. Se preguntaba si ella se daba cuenta de la intencionalidad en lo que hacía. Por momentos le parecía que si y hasta creía que lo disfrutaba también, pero lo cierto era que Carmen no se había dado cuenta de nada.
-Quedó muy bien la sutura, creo que no estuvo perdiendo el tiempo, ¿no? Dijo Carmen, luego de quitarse los guantes, y de correr ligeramente el cabello de su cara.
-Claro, a que se va a la facultad sino.
Los otros residentes se rieron del comentario de Fernando, y comenzaron a salir de la sala dando por terminada la lección.
El resto de la mañana estuvo tranquila la guardia, no se presentaron casos de gravedad, ni Fernando vio a Carmen. A cargo de las cuatro salas quedaron cuatro médicos, y los residentes también fueron divididos en cuatro. Estuvieron atendiendo urgencias menores en cada uno de los consultorios, y se estuvieron ambientando en su primer día. Por ello a cargo de cada grupo había un médico para orientarlos en caso de que lo necesitasen.
Ese creo que no estuvo perdiendo el tiempo, retumbaba en la cabeza de Fernando, no podía dejar de pensar en ello, ni desdibujar la esbelta figura de Carmen de su mente. Estaba casi seguro ya que se trataba de alguna insinuación sutil, tanto que solo él la percibía. Buscaba algo que lo orientase para darse cuenta si esa era la verdadera realidad o la otra, pero esta vez era difícil. En parte porque de las dos realidades él prefería una.
Siendo la una de la tarde comenzó a sentir hambre, y si no hubiese sido porque uno de los médicos comenzó a preguntar a los residentes para ir a comer, él no habría dejado la sala de Guardia en su primer día. Solo la mitad de los residentes y dos de los médicos lo acompañaron al comedor.
Como era de esperarse el restaurante del hospital se identificaba del resto de los sectores por el olor, no por el color de sus paredes que eran grises ni por su geometría de frío paralelepípedo.
Con su bandeja del menú del día, Fernando se sentó al lado de uno de los residentes y comenzó a comerse los fideos. Mientras el resto del grupo hablaba, él solo sorbía los fideos tratando de hacer el menor ruido posible. Su mirada estaba baja, como buscando de alguna manera no enfocarla en nadie, solo en su plato. Escuchaba sin prestar atención el fondo continuo de voces, mezcladas de vez en cuando con el golpeteo de los cubiertos en los platos. Pensaba en como iba a terminarse la más que suculenta porción, pero mientras enroscaba la pasta con el tenedor vio como uno de los fideos cobraba vida. Como una delgada viborilla se enredaba entre los dientes del tenedor, y parecía querer llegar hasta sus dedos para vengar a sus iguales ya deglutidos.
Otra vez, ni los médicos, ni los residentes que seguían hablando entre ellos parecía notar lo que le estaba pasando a Fernando.
Los fideos ya no se estaban quietos en su plato, sino que se salían y atacaban como lenguas viperinas las manos de Fernando, que estaba pasmado con todo lo que sucedía. Quería regresar de la asquerosa visión, cuando ya no aguantó más. Sin controlar su estómago, vomitó sobre los fideos creando un clima por demás desagradable a quienes lo rodeaban. Los residentes y los dos médicos habían dejado de hablar entre ellos, y contemplaban asqueados como la salsa se mezclaba al vómito creando algo sumamente repugnante, que ahora Fernando también veía.
Desorientado por lo sucedido se levantó y preguntó a uno de los médicos donde estaba el baño.
-Suba hasta el primer piso por aquella escalera, luego camine hasta el fondo y en el pasillo de la izquierda puede encontrar un baño. Respondió el médico, quien ya estaba acostumbrado a que sucediesen estas cosas, en el primer día de residencia en el hospital.
-¿No quiere que lo acompañe?, preguntó uno de los residentes.
-Se lo agradezco, pero ya me siento mejor. Dijo Fernando, y luego de pedir disculpas más de dos veces se fue hacia la escalera.
Dentro del baño, lo primero que hizo fue enjuagarse la boca con buches de agua. Si bien se sentía relajado luego de vomitar, el gusto ácido en su boca le arrebataba ese placer. Después como si fuese un ritual que ya conocía desde hace años, se lavó la cara y mojó el pelo. Se peinó, no sin dificultad, con los dedos de la mano, y habiendo comprobado en el espejo que ya estaba en condiciones de presentarse en la guardia, salió del baño.
Al bajar las escaleras, Fernando vio que Carmen comenzaba a subir desde abajo moviendo sus delgados brazos en un vaivén contrapuesto. El pelo se agitaba levemente con el movimiento de sus hombros, y reflejaba al contacto con el sol un vivo color rojo. Podía adivinarse la tersura de su piel por como su vestido la rozaba tomando la forma del cuerpo.
-Lo estuve buscando, la guardia está llena y necesito que me ayude. Voy a buscar un especialista en cirugías de tórax, vaya lo más rápido que pueda a la sala dos de la guardia y espéreme allí, dijo Carmen con voz agitada.
Todo lo que Fernando había pensado decirle a Carmen se desvaneció instantáneamente, por la misma azarosa razón con la que se encontraron de casualidad en la escalera. Al pasar nuevamente por el comedor notó, que no había gente, pero no le prestó atención debido a lo presurosa de la situación. Además trataba de recordar lo más fielmente que podía el camino que había seguido al venir a almorzar. No creía que iba a ser tan complejo encontrar la guardia, sin embargo luego de haber subido y bajado algunas escaleras, y de recorrer idénticos pasillos debía asumir que estaba perdido.
Fernando por otras causas aparte de cumplir con el entrenamiento de médico, no quería defraudar a Carmen. Ya podía vislumbrarse que en el futuro ella podría obtener lo que quisiese, con solo pedirlo. Pero el rol que estaba jugando Fernando le gustaba y hasta se sentía cómodo. Seguramente actuaba así debido a que creía tener en el futuro alguna ventaja, o un acercamiento hacia esa mujer.
Fue en el momento de buscar a alguien para preguntar y así poder llegar a la guardia, que notó el vacío inexplicable de personas que había en el hospital Gregorio Sánchez. El estado de Fernando era fatal, pensaba que por su culpa alguien no recibiría a tiempo la atención necesaria. Cambiaba de piso a través de las escaleras pero nada los grises pasillos con sus oscuras ventanas eran una absurda repetición sin variación alguna. Ya casi no tenía dudas de lo que estaba sucediéndole, otra vez su banal imaginación quería hacerle creer una realidad falsa. No podía ser que en un hospital de tal tamaño y después de todos los pasillos que había recorrido todavía no se cruzase con ningún paciente o médico.
Con el afán de dejar su realidad propia para volver y encontrar la guardia, es que Fernando comenzó a abrir las puertas de las salas. Luego de entrar abruptamente en cuatro o cinco salas y no ver nada en ellas fue que decidió intentarlo por última vez.
Si al abrir ésta puerta volvía a encontrar lo mismo que en las anteriores: una habitación vacía con su cama y la ventana que apenas dejaba pasar la luz del sol; había decidido utilizar un método más drástico, quizás dañar su cuerpo o algo así.
Fernando giró suavemente la perilla de la puerta como si no desease hacer ruido, algo totalmente absurdo dado su estado de ansiedad, y miró por la rendija de la puerta. Primero sintió alivio al ver que dentro de la sala estaban dos personas, con lo cual en principio creyó que ya vivía la realidad colectiva. Un instante después estaba igual que al comienzo, porque al ver que de las dos personas que se estaban revolcando en la cama una de ellas era Carmen, solo le quedaba dudar nuevamente de la realidad. Claro que luego de pensarlo un instante descartó el fugaz encuentro que habían tenido en las escaleras al salir del baño.
Luego de tan agitado día, Fernando regresó a su casa en Flores. Al entrar movió ligeramente la cabeza para relajarse y se quitó las zapatillas. Las colocó bajo la mesita de la habitación y prendió la luz del velador. Sentado en la cama pensó que le caería bien darse un baño, para lo cual se desprendió del pantalón y la remera. Dobló el pantalón, y arrojó la remera con violencia hacia el otro lado de la habitación.
Era evidente que ya no podía fingir más tiempo una tranquilidad, que comenzó a ser falsa desde el principio. Con cada día que pasaba se le hacía más difícil mantener su farsa y disimularla.
Se sacó las medias y las tiró en el mismo rincón que la remera. Pensó en echarse directamente a dormir y abandonar el baño, pero la necesidad de sentirse limpio antes de descansar lo venció. Prendió la luz del baño, abrió la canilla del agua caliente, y mientras escuchaba el sonido del agua se quitó los calzoncillos. Desnudo como estaba, y viéndose en el espejo comprendió lo que sentía.

Texto agregado el 16-05-2003, y leído por 368 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-05-2003 Uff, lo terminé. Muy bien escrito y de una velocidad bien llevada. Creo que hay algunas cosas que podrían editarse sin dejar cicatrices en el texto. Muy bien hecho. Cuatro estrellitas. Un abrazo gammboa
 
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