De cuando Kiv llegó al mundo de los hombres
Cuando llegó la ocasión y Kiv decidió su destino como mortal, Tama-eiki e Itué protestaron y alegaron que Kiv no sabía lo que se decía. Pero a Tulaké no le gusta imponer las cosas. Bueno o malo, el chico ya era mayor y había tomado una decisión para su bien o para su mal. Así fue como Kiv marchó, para no volver, a la Aroba que ven los hombres.
Kiv llegó a la Aroba de los hombres acompañado aún, además del cachorro del Padre de Todos los Perros, por Tama-eiki e Itué. Los dos estaban muy tristes. Su padre habló antes de despedirse:
-Creo que ya sabes lo que querías saber sobre tu origen humano. No, no me preguntes cómo lo sé. Tengo mis medios. Y sigo pensando que cometes un error. Vayas donde vayas, siempre serás un extraño entre los hombres... Mira, aún puedes desdecirte.
-Gracias, padre. Pero tengo que negarme. Quizás sea un extraño entre los hombres, pero también soy un extraño entre los dioses. Tal vez encuentre otros como yo, o tal vez no. Pero hay algo en mí que me pide que busque. Creo que no estoy hecho para sentarme sobre una piedra y esperar al fin del Tiempo. Sé que voy a envejecer y, cuando llegue el momento, compareceré frente a Puna. Pero ya lo han hecho tantos… No veo por qué yo tengo que ser diferente.
Pareció que Tama-eiki iba a decir algo más. Al final no dijo nada y abrazó con fuerza a su hijo. Se le oyó murmurar un forzado “será mejor que me vaya ya” y desapareció. Entonces habló Itué:
-Nunca le ha gustado que le vean llorar. En esto os pareceís, también.-Señaló al perro.-Te acompaña con gusto, supongo que aquí hay algo que ni tu padre ni yo entenderemos nunca. En cuanto a tu destino, puede que llegues allí antes de lo que tú mismo esperas.
Dicho esto, Itué abrazó y besó al muchacho al que había criado desde pequeño. Antes de deshacer el abrazo, habló al oído de Kiv:
-Tulaké te echará una mano allá donde vayas, si puede. Y yo mismo procuraré estar a tu lado. Adiós.
Y Kiv notó entonces que únicamente abrazaba el aire. Se volvió hacia el perro, que ladró alegremente y se puso en marcha. Kiv no sabía a dónde dirigirse, así que fue en pos de él.
Anduvieron un tiempo que Kiv no supo precisar, pues nunca antes se había preocupado por calcularlo, cuando toparon con una docena o más de hombres armados.
-¡Eh, mirad!-dijo uno de ellos-Un chico que trae comida.
El hombre empuñó su lanza y la tiró al perro, que la esquivó. Kiv agarró entonces la lanza y apuntando al que la había lanzado dijo: “¡El perro es mío, que nadie lo toque!”. Aquello hizo que otro de los hombres se levantara. Era bajo y de edad ya madura, fibroso y lleno de cicatrices. El resto de hombres, que iban a abalanzarse sobre Kiv, se inmovilizó a su orden. Se dirigió directamente hacia el muchacho:
-Hola. Me llaman Kamu el Intrépido, o Kamu el Mercenario y, a veces, Kamu el Maestro.
-Hola. Yo soy Kiv.
-¿Solo eso? Es la primera vez que alguien no me explica su lugar de origen y filiación. Hay muchas cosas en ti que no comprendo, en realidad: no eres más que un jovenzuelo y empuñas una lanza de una forma que no es la habitual entre la gente de tu edad. De hecho, es la mejor manera de hacerlo. También te preocupas por un simple perro. ¿Es tu tótem, acaso?
-Sí, supongo que podría decirse así.
-Tu acento también es raro. No lo sitúo. Y eso que llevo más de la mitad de mi vida viajando por las islas. Sea como sea, tenemos hambre, y un perro es un buen bocado.
-¡No!
-¿Tienes costumbre de dar órdenes a la gente? Te advierto que mi gente está hambrienta y que ningún mocoso…
-A medio día de aquí, el Pueblo del Viento está celebrando una fiesta. Hay cerdo para todos. No les importará servirle a una docena más, por hambrientos que estén.
-¿Cómo sabes tú eso?
-Me lo ha dicho ella.- Kiv señaló una piedra cercana. Un pequeño murmullo surgió entre los hombres de Kamu. Les habían dicho que en esa piedra habitaba una diosa-piedra. Pero nadie la veía. Habían acampado allí con la esperanza que alguien que fuera a ofrecerle algo a la diosa les orientara. Si se negaba, las ofrendas solían consistir en comida. Pero el chico decía que veía a la susodicha diosa. Había algo de miedo en los murmullos. Pero Kamu nunca fue de los que se asustan con facilidad:
-Te diré lo que haremos: nos acompañarás hasta ese sitio. Si es como tú dices, puedes quedarte con el perro y serás libre de irte. Si te equivocas… Bueno, yo no le hago ascos a la carne de perro. Y hay entre los míos quien no se la hace a la carne humana.
-Muy bien. Seguidme, entonces.
Y Kiv llevó a la gente de Kamu hasta el pueblo donde pudieron comer cerdo y beber aguardiente de coco. Entonces, Kamu ofreció a Kiv la oportunidad de unirse a su gente. Kiv aceptó la oferta.
De la muerte de Kaumi
Finalmente, a Kaumi le llegó su gran ocasión. Había logrado estabilizar Nahu'ai y prometerse con una joven de la estirpe de Konay. Lanu no estaba muy contenta con el arreglo, pero no le quedó más remedio que consentir. En cuanto a Kaumi, la noche antes de la boda estaba tocando una alegre melodía en su ocarina cuando vio en el fondo de la estancia lo que parecía un hombre vuelto de espaldas. Pero su delgadez extrema lo delataba: era un Narun.
-Oh, no…-murmuró Kaumi.
-Te hemos encontrado.- Dijo el Narun.- Ya sabes lo que ocurrirá ahora.
-Aún puedo escapar…-dijo Kaumi mirando por la ventana.
-¡No te atrevas! Si lo haces, empezaré a matar a la gente de esta aldea. Y mis hermanos vendrán para ayudarme.
-Entonces, te propongo un trato: yo dejo que acabes conmigo ahora mismo y tú y tus hermanos dejareís en paz la isla durante veinte festivales de Lanu. Que la Araña Primordial sea testigo.-dijo, señalando algunas telarañas que había en el techo de la choza.
-¡No!
-¡Adiós!-dijo Kaumi levantándose. El Narun no conocía la isla y temía perder a su objetivo en la oscuridad y recordaba que muchos de sus hermanos habían dejado la existencia en Nahu'ai. Así que volvió a hablar antes que Kaumi pudiera saltar fuera.
-¡Veinte festivales son demasiados! Cinco.
-No es suficiente: quince.
-Diez. Es mi última palabra.
Kaumi comprendió que no iba a obtener nada mejor. Así que se sentó y tomó de nuevo la ocarina.
-¿Puedo tocar por última vez?
El Narun no dijo nada.
Los que vivían cerca de la choza de Kaumi, esa noche, pudieron oírle tocar una melodía que les llamó la atención. Era triste y melancólica. Para nada propia del que acaba de ser proclamado jefe de clan de la estirpe de Konju y va a casarse con una hermosa joven al día siguiente. De repente, se oyó una nota falsa. Una sola.
Encontraron a Kaumi tendido, inerte. Con su mano izquierda se sujetaba el pecho. En la derecha aún tenía agarrada la ocarina.
Del consejo de los dioses de Nahu'ai
La inesperada muerte de Kaumi fue un choque para todos en Nahu'ai. Incluídos los dioses de la isla. Fue la primera ocasión que Ronu celebró un congreso con su hermana, sus esposas, su cuñado y sus hijos y sobrinos. Kaumi había sido la primera persona que había intentado unir realmente a todos en la isla. La única otra persona capaz de ello había sido Ondo, que ya llevaba muerto un tiempo.
Fue una discusión difícil. Lanu dió la solución: si Kaumi ya no podía ser un hombre, bien podía convertirse en un dios y unirse a ellos. Raku protestó en su calidad de marido, pero la diosa alegó que, ya que su hermano podía tener cuatro esposas, ¿por qué ella no iba a tener dos maridos? Se interpuso aquí Emoru, hijo de Ronu y su primera esposa nuevo dios de la justicia y la discusión se fue extendiendo hasta que la paró Ronu:
-¡Basta ya! Nada de lo que estamos diciendo aquí tiene sentido si no convencemos a Puna que deje salir a Kaumi de sus dominos en el Inframundo. Y no tengo ni idea de cómo podría hacerlo.
Diciendo esto, suspiró y se dirigió en silencio fuera del lugar del consejo. Se sentó al pie de su palmera preferida a meditar. En realidad, él era de la opinión que Kaumi debería volver. Pero sabía que era imposible hacerle volver a nacer. Y como dios, su actuación siempre estaría limitada. No sabemos cuánto tiempo pasó discurriendo estas y otras cuestiones relacionadas hasta que su primera esposa, Lega, señora del lago de agua dulce central vino hasta él diciendo que había ocurrido lo increíble: el Gran Pez Antiguo había aparecido en la laguna.
Ante un acontecimiento tan insólito, Ronu decidió ir a la orilla del lago a cerciorarse. Cuando vió que era verdad, se acercó hasta el mensajero de Tulaké para preguntarle, pero éste no le dejó hablar.
-En lo que viene, Kaumi tiene un papel. Tienes que sacarlo de donde se encuentra.
Dicho esto, el Gran Pez se sumergió en las aguas de la laguna y desapareció. Lo siguiente que hizo Ronu fue dirigirse al volcán, donde se encontró con su sobrina Lapei y sus hijos Emoru y Kranu. Antes de cruzar la puerta del Inframundo les habló a sus hijos:
-Tú, Emoru, te harás cargo de mis asuntos mientras esté fuera. Esperadme durante tres lunas. Si yo no regresara, Emoru, tendrás que reorganizar las funciones de todos según tu más recto parecer. Pase lo que pase, no vengaís a buscarme. Adiós.
Dicho esto, Ronu se adentró en las profundidades guiado por Lapei que le acompañó hasta el umbral y vió como su tío lo cruzaba. Salió e informó a sus primos Kranu volvió al cabo de poco tiempo con todas sus armas y se sentó en el borde del cráter. Lapei le preguntó entonces:
-¿Qué haces aquí?
-Esperaré las tres lunas pero, si no ha regresado para entonces, iré a buscarle yo.
-¡Pero dijo que no lo hiciéramos!
-Aún así, iré.
Lapei llegó a avisar a Emoru, pero ni su hermano consiguió convencer a Kranu. Así, durante dos lunas, éste veló aguardando a que apareciera su progenitor.
De lo que habló Ronu con Puna
No nos es dado saber cuántas vueltas dió y que aventuras, si hubo alguna, vivió Ronu en el Inframundo antes de dar con los dominios de Puna. Pero finalmente, llegó la ocasión que se presentó ante ella, para pedirle que permitiera a Kaumi regresar con él a Nahu'ai. Naturalmente, Lo que preguntó Puna es por qué iba a tener que hacer distingos con Kaumi y no con el resto de mortales.
Posteriormente, Ronu y Puna iban a llegar a otros acuerdos, pero eso era algo que ninguno de los dos sabía, ni podía saber en aquellos momentos. Había llegado el momento que tanto temía Ronu. Y decidió ser sincero:
-Podría hablar de justicia. La manera en que murió Kaumi fue injusta: no le dejó aquello que se había merecido y por lo que tanto había luchado, justamente cuando estaba al alcance de su mano. Pero me dirás, con razón, que la vida no es justa. Peor que eso: ¿Por qué Kaumi? ¿Por qué no Ondo, por ejemplo? Solo sé darte una respuesta a esto: Ondo era un gran guerrero, probablemente el mejor. Pero veo muy difícil que llegara a unificar la isla, pues nunca tuvo la habilidad negociadora y diplomática de Kaumi.
-¿Te importan de verdad los humanos?
-Los que viven en mi isla y están a mi cargo, sí. No sé qué opinión tendrán los otros hijos de Tulaké, pero yo no podría llamarme dios si no procurara, en la medida de mis posibilidades, que la mayoría de la gente pudiera vivir de la mejor manera posible. Creo firmemente que Nahu'ai ya ha conocido demasiadas guerras y desgracias. Si se consiguiera que todos sus habitantes formaran un solo pueblo o, al menos, hubiera un equilibrio razonable, lograrían vivir en paz y prosperar. Tal como están las cosas ahora, hay al menos una docena de jefaturas que no paran de luchar e intrigar las unas contra las otras. Kaumi hubiera podido cambiar esto.
-Ya no podrá hacerlo. No puede regresar como mortal. Tú lo sabes.
-Nadie lo duda. Pero sí que podría ser capaz de inspirar a otro u otros. Yo mismo trato de inspirar a mis fieles lo que es la vida buena, a mi entender. No puedo obligarles a que me sigan, pero intento darles una idea. Sé lo que me vas a decir: que la mayoría no pueden permitirse tener cuatro esposas, como yo. Que casi todos han de conformarse con la única que se pueden permitir. Pero si yo soy enamoradizo es mi problema. No me he casado con ninguna sin informar a las demás que existía y, de no haber consentimiento por parte de ellas, hubiera debido dejarlo. Cosa que hubiera hecho aunque me doliera.
-¿Qué intentas decirme?
-Que trato de mantener la paz y el orden en mi propia familia. Eso es lo que espero que hagan todos, en realidad. Me es indiferente a qué persona amen o con cuántas quieran o puedan compartir la vida. Un hombre, un hombre de verdad, no es simplemente un macho humano. Ha de ser alguien que ame la paz y la justicia. Eso intento transmitir a mis fieles. Mi esperanza es que, si me escuchan los suficientes, toda la isla se beneficie de esa actitud.
-¿Qué tiene eso que ver con Kaumi?
-Mi esperanza es que su capacidad de concordia llegue hasta la mayoría de los hombres. Como dios, puede conseguirlo. Voy a contarte algo que no he explicado ni a mis mujeres ni a mis hijos: cuando el Gran Pez Antiguo apareció en la laguna del centro de la isla, me dijo que Kaumi debía cumplir un papel en el futuro. Un papel que no podrá cumplir si sigue aquí.
A esto siguió un silencio. Los habitantes del Inframundo no son piadosos y no tienen mucho respeto a los dioses. Pero incluso ellos son hijos de Tulaké y saben que sus mensajeros no aparecen por capricho. No es que Puna temiera desobedecer. En el Inframundo palabras como obediencia o temor tienen un valor distinto al que conocemos. Sin embargo... Al fin habló Puna:
-Mira lo que haremos: si todas las criaturas de la isla de Nahu'ai, si todos sus habitantes, están de acuerdo en que Kaumi vuelva, aunque sea en la condición de dios, cosa que incluye rendirle culto. Entonces, le dejaré marchar. Eso sí, deberá jurar ante mí y ante el mismo Tulaké que nunca revelará nada de lo que ha visto y oído en el tiempo que ha pasado en mis dominios. Tampoco podrá salir de la isla y de las otras islas donde se le pueda rendir culto. Si faltara a su juramento, o incumpliera la segunda condición, volverá de nuevo junto a mí y no podrá volver a salir. Esas son mis condiciones: ¿Estás de acuerdo?
Ronu consintió y volvió a salir por el volcán de Lapei, donde se encontró con su hijo Kranu y su sobrina. Mandó reunir a toda la familia para decirles las condiciones de Puna. A partir de ello, todos se pusieron en marcha para obtener el permiso de las gentes, las plantas, los peces de la laguna y las aves del cielo. Los lagartos y las serpientes. Los máryalos y los bubantos, que le conocían y aún conocen a Kaumi con el nombre de Kumbu, bajo el que es adorado en la actualidad. Todos aceptaron, excepto Iwaké. Pero esa objeción fue vencida primero por Tama-eiki, que alegó:
-¿Sabes? Siempre me ha extrañado la facilidad con que los Narun dieron con Kaumi después de la guerra. Siempre he sospechado que "alguien" les dijo donde estaba y cómo atraparle.
-¡No me gusta lo que estás insinuando!- Saltó Iwaké. Pero Ronu dió por zanjada la cuestión de otro modo:
-No importa ya lo que digas, Iwaké. Aquí, en Nahu'ai, no tienes ninguna propiedad. Nadie te rinde ya culto. En Riwu puedes hacer lo que quieras. Aquí, en Nahu'ai, no vale nada de lo que puedas decir.
Iwaké se levantó airado y ya no volvió. Sigue siendo dios del fuego en Riwu, pero no se le adora en Nahu'ai. En su lugar, Kaumi o Kumbu, como se le quiera llamar, salió por el cráter de Lapei. Ascendió al cielo para efectuar su juramento ante Tulaké y se estableció en Nahu'ai. Poco después, se convirtió en el segundo marido de Lanu. Además de Nahu'ai se rinde culto a Kaumi en las pequeñas islas de Tué y Kun. Pero en Riwu es completamente desconocido.
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