Me despertó un ruido lejano; una batalla de soldados desconocida.
Corrí a toda prisa intentando llegar al final de los árboles. Logré alejarme del bosque y divisar un paisaje inesperado: Una tropilla de caballos salvajes corría por el valle dibujando diagonales, sus cuerpos se tocaban compartiendo los pelajes: blancos, marrones, tordos, negros. Las cabezas subían y bajaban al compás de los pájaros. Trotaban con instinto; la brújula que los guiaba, seguramente buscando encontrar los pastos cortos de las lluvias escasas. El líder era el de color castaño, sus brazos se alzaban más que el resto; su hocico despedía humo, locomotora de tren, todos atrás, obedientes.
El petiso gris, buscador de litigios, se alejó de la manada, al galope rápido provocando al conductor.
En un momento no los pude distinguir, se perdieron a espaldas de los cedros. Solo se veía una nube de tierra y el silencio; que el viento dispersaba.