De camino hacia casa pensaba en su habitación, la más estrecha de la casa, una casa ya de por sí pequeña y modesta, pero cuidada con esmero...y no creía que aquella pared fuera a ser capaz de soportar tanto peso... La cama se hallaba situada junto a esa pared, pegada al tabique para aprovechar mejor el espacio, donde se amontonaban, en estanterías hábilmente distribuidas por el resto de la habitación los álbumes de fotos de sus viajes imaginarios a través de libros y recortes de revistas, con los que había recorrido gran parte del planeta. Pilas de libros de exploradores y aventuras, un par de atlas, mapas de carreteras y planos de ciudades, cuadernos y diarios, guías de viajes, cajas con postales de los viajes de otros, de amigos y familiares, recibidas durante años... completaban los estantes. Y algunas cosas más, los recuerdos más profundos y secretos se mezclaban con su ropa dentro del armario. Compartía además espacio y sueños con una bicicleta que le acompañaba fines de semana y muchos ratos de ocio y cansancio.
Era su mundo, lo que su madre llamaba su pequeño mundo, repleto de trastos, chismes, objetos maravillosamente inútiles, y recuerdos generados en mil y una situaciones y vivencias.
Esa tarde había decidido ampliar ese pequeño mundo, convertirlo en un gran mundo, el más grande que hubiese, el mundo con el que llevaba soñando desde que podía recordar... por eso había entrado una vez más en su librería favorita, y por un buen precio había comprado el mapamundi más grande de la tienda, marco y cristal incluidos. Pero ahora no estaba seguro de si aquella pared y ni siquiera él mismo, iban a ser capaces de soportar tanto peso.
Para Jesús, viajero impenitente
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