Todo vive a su tiempo, el de un pueblo sencillo, la tirantez de un ovillo de pelo atado, contiene la sonrisa de una mujer, que con un helado en la boca y los ojos entre inquietos y perdidos, resiste implacable.
Con cada frío bocado mide el tiempo. La vuelta a su casa se vuelve comparable con el frió, también.
Tan pronto se pone de pie, las prendas que viste marcan un cuerpo esbelto.
Despliega pasos urgentes que la llevarán al camino obligado.
. Al llegar a esa calle, la que alberga su casa, el paisaje se muestra distinto, árboles, silencios humanos y el río, compañero incondicional de su vida, camina a su lado…
Frente a la puerta de su casa se detiene, y suspira con una especie de alivio…ya estaba ahí, otra vez ganándole al tiempo.
Con solo traspasar el umbral, las imágenes de su vida van y vienen, para adelante para atrás, y a modo de balance recurrente, el pasado y el futuro le dejan un presente inmóvil.
Un hombre, ya sin muecas en la cara, la espera como siempre, la necesita como a nadie…eso parece, eso destila.
Ella, con ese amor abatido por el dolor, le acaricia las manos, lo besa en la frente, lo asiste en ese ritual de ineludible desconsuelo y atraviesa otra puerta, tal vez al pasar le sonría al espejo, o tal vez sus ojos ni lo vean…
Con esos inmensos ojos que la determinan, busca su caja de frascos de colores, y deja que el vidrio enfríe sus dedos y los colores le atraviesen la piel.
Esos dedos y esas manos, desembalarán exquisiteces que esperarán congeladas el oportuno agasajo y las sonrisas, las mismas, que sigilosas cubrirán una y otra vez las marcas del insomnio.
Alguien la escucho decir que no podía llorar…alguien le ofreció ayuda…alguien la abrazó en silencio…
Ella es dueña de un presente helado y de un futuro con soles que le pisa los pasos…
Mientras tanto desde la nueva ventana de sueños, suelta su pelo y mira pasar el río. |