Será Justicia.
Aroldo Román Aquino, 63 años, camionero de profesión, en la actualidad principal accionista de una de las empresas transportistas mas grandes de la Argentina, divorciado sin hijos, la vida lo privó de un heredero. El intuía por donde venía la cosa pero cada vez que materializaba la idea en un pensamiento se reía de lo estúpido que era al pensar que eso fuera posible. El no tenía hijos y eso era todo.
Regularmente entre los años 85 al 90 recorría la ruta 3 desde Cañuelas en Buenos Aires hasta Río Grande, Tierra del Fuego, con su habitual carga de motores y repuestos de la Mercedes Benz.
Tres días y sus noches le llevaba completar el recorrido, salvo en los meses de invierno que al menos le agregaba otro día completo al viaje, sin contar cuando alguna nevada lo dejaba varado hasta que Vialidad Nacional limpiara la ruta con las palas, en esas ocasiones no había plazos ciertos. Rigurosamente cuando llegaba a destino y mientras le descargaban el semi acoplado hacía noche en el Hotel Las Rosas, atendido por un matrimonio mayor y sus dos hijos, el mayor, Tony, un pobre muchacho con serias dificultades para hablar, quien además del labio leporino fue alcanzado por la poliomielitis a muy temprana edad, el paso del virus le dejó una parálisis en el lado derecho de su cara y en un brazo, el que apenas podía mover, en esas tierras las vacunas nunca llegaban a tiempo. El segundo hijo del matrimonio, una dulce y atenta adolescente, no muy favorecida, de baja estatura y un poco coja, no por falta de vacunas sino a causa de un accidente en ocasión de montar un caballo, se le cortó la cincha mientras galopaba y cayó al suelo junto a su montura, el caballo golpeó su cadera con la pata trasera y quebró varios de sus huesos.
El hospital mas cercano estaba a mas de doscientos kilómetros, por lo que decidieron hacerla tratar con la enfermera del pueblo quien le hizo un yeso provisorio hasta que pudieran ir a que la vean los doctores, pasaron casi dos semanas y ya era tarde, las fracturas estaban comenzando a soldar, mal obviamente, y para corregir debían operar. El padre de Rosita decidió que no valía la pena, los médicos les dijeron que si no operaban iba a cojear toda su vida, pero viendo que para operarla debían desatender el hotel no dudó en volverse con su hija, después de todo quien no lleva alguna marca en su vida, si iba a poder caminar a quien podía molestar que cojeara un poco, si descuidaba el hotel vería afectado sus ingresos, su mujer, Rosa, insistió en que debían quedarse y operarla, pero Roberto fue terminante, nos vamos!, y así fue como Rosita nunca mas camino derecho.
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Aroldo, perturbado permaneció sentado en la cabecera de la mesa de directorio donde minutos antes él y sus socios habían diseñado una política de ajustes para intentar salvar la empresa, la situación financiera estaba comprometida por una serie de inversiones desafortunadas y si no aplicaban el bisturí serían ellos los que quedarían al pie de la quiebra.
La luz de la sala pareció poco a poco disminuir su intensidad, no supo distinguir si era una baja en la tensión eléctrica o si era su cabeza que estaba entrando en un cono de sombras, se dejó llevar y se sumergió en un río de recuerdos tortuosos, su infancia estaba llena de pérdidas, mudanzas, y desarraigos, tal como le sucede a un niño con el destino atado a los tráiler de un circo, y esto dejó su marca.
Pero la juventud lo alcanzó con su primer trabajo serio, es aquí donde se produce un momento bisagra en su vida y donde los recuerdos le dan cierto alivio. Chofer de camión, todas las noches salvo la de los sábados conducía un viejo pero bien conservado Bedford del dueño de la verdulería mas grande de Laferrere hasta el Mercado de Abasto, volvía hasta el límite de su capacidad de carga, sentía el esfuerzo del motor en sus músculos, como si él fuera parte de la tropilla de caballos de fuerza del motor, fue así como poco a poco se enamoró de ese trabajo. Quería esa vida, quería al camión y de alguna manera iba a conseguir que ese fuera su medio y su forma de vida, ahorraría y no se detendría hasta ser dueño y su propio jefe.
Pocos años pasarían hasta que lo lograra, fue cuando sumó a sus ahorros una importante suma que ganaría en la quiniela acertando a las tres cifras, “997” a la cabeza, y lo agarró con $10, la mitad de lo que ganaba por noche. Pocos días después se subió a su Chevrolet 58 y de ahí en mas no paró, vinieron otras dos unidades en los siguientes tres años hasta que formó su empresa, hoy líder absoluto en su rubro, firmó importantes contratos de compra con las empresas Volvo y Scania , su flota fue la envidia de sus colegas. Este prestigio fue el que le permitió llegar a presidir la Cámara de Transportistas durante algunos años, pero por alguna oscura razón nunca pudo disfrutarlo, un oscuro presentimiento lo persiguió hasta el final de su vida, odiaba dormir de noche que era cuando mas se sentía acechado y elegía conducir a dormir, solo lo hacía cuando el primer sol de la mañana lo obligaba a entornar los párpados, dos o tres horas, no mas, eran suficientes, despertar con luz de día le daba cierto cobijo. Cuando cambió el camión por el escritorio deambulaba por piringundines y bares, aunque evitaba tomar alcohol, no es que necesitara sexo ni compañía, solo quería pasar la noche hasta que saliera el sol, y esos eran los únicos lugares que le daban esa posibilidad.
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Rosita nunca entendió porqué Aroldo puso atención en ella, era el muy bonito se dijo para fijarse en ella, con solo 15 años no podía entender la soledad de la ruta, esa misma soledad que no le permitió a Aroldo distinguir una niña de una mujer, que tanta soledad no impidió que su defecto físico ni su poca suerte en el reparto de belleza pudieran atenuar las urgencias de Aroldo. La poseyó sin vueltas robándole su virginidad, sin que ella dijera ay, aunque lo dijo pero él estaba sordo de oídos, lo único que escuchaba era la voz del impulso.
Quiso el destino que la niña callara la violación, caso contrario se hubiera desatado una tragedia, ella guardó profundo el suceso y continuó con sus tareas habituales, como si nada hubiera pasado. Aroldo se marchó a Buenos Aires y nunca mas pensó en eso.
Cuando regresó con su carga a Río Grande repitió su habitual rito de pernoctar en Las Rosas, pero Rosita se cuidó bien de no quedar a solas con Aroldo, lo esquivaba y evitaba toda conversación posible, quedó aterrada ante la posibilidad de volver a ser atacada por esta bestia. Hasta que a los pocos meses le dijo que creía estar embarazada, “señor, van dos meses que no menstruo”, y fue ahí cuando enfurecido pensó, esta mocosa no me va a cagar la vida y le pegó certeros golpes en su barriga, tal fue la golpiza que ella terminó perdiendo el hijo. No es que ella no hubiera querido criarlo, pero de alguna manera supo que era lo mejor, tenía toda la vida por delante y dadas las circunstancias su vida hubiera sido un infierno, su padre nunca la hubiera perdonado, la habría acusado de haber provocado al pasajero, si no hubiera sido por Aroldo el que la hubiera hecho abortar hubiera sido su padre.
Esta fue la última vez que Aroldo se llegó a Río Grande, decidió olvidar y no volver fue el primer paso.
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A miles de kilómetros de allí una mujer paría un niño, lo llamó Nicolás, Duarte por parte de madre, ya que el padre nunca supo de su existencia. Por esas cosas de la vida el niño desarrolló habilidades impropias para su corta edad, un coeficiente intelectual muy superior a la media, salud de hierro, jamás una gripe, nunca se quejaba, solo sentía que debía crecer, superar todos los obstáculos y llegar a adulto, en su interior comenzó a crecer una obsesión de justicia, no tenía claro aún porqué, pero algo debía suceder, para algo estaba aquí. Hasta que una noche soñó y vio claramente que el no debió ser Nicolás, el estaba destinado a ser una niña, solo que no llegó a nacer, su alma quedó flotando en el éter y fue arrastrado por la succión del camión de Aroldo cuando partió por última vez con destino a la capital federal, lo hizo con un único móvil, poner las cosas en su lugar cuando llegara el momento.
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