Estoy regalando los libros de breve biblioteca. Hubo un pasado en el que compraba libros desmesuradamente. Los leía... Los olía, los abrazaba. Significaban estar en el mundo, participar de otros personajes, tener otras vidas, tal vez porque odiaba la mía. Todos se fueron mudando conmigo y se acrecentaban milagrosamente. Libros comprados en las librerías de viejo de la Avenida de Mayo, hoy con hojas totalmente amarillentas. También la colección Bruguera, de tapa dura, con títulos memorables de la literatura latinoamericana y norteamericana.
Ellos eran mis amantes. Lo fueron. Así como Claris Lispector describe en uno de sus cuentos. La extraordinaria escritora brasileña, con la cual me identifique en una época. Un cuento acerca del libro que su amiga no le quería prestar y ella se lo robo, para leerlo y disfrutarlo. Y ya no era su libro, sino su amante.
Después que mi ex dijo que no tenía lugar, para guardar sus biblioratos , y sus contables, dono y tiro unos 50 ejemplares, lo que produjo la más iracundia de mis iras, amén de otras, que tuvimos.
Ahora los regalo
Están un en costado de un mostrador. La gente entra, y si pregunta, les contesto, si, se regalan, cualquiera, y les explico de qué trata cada uno. Y se los dedico. Se van muy felices, en ésta era del Tablet y el pendrive. Como niñitos absurdos con chiche nuevo.
Eso también provoca la envidia de alguno.
Sé que no los releeré más y el otro día vino una mujer a contarme que estuvo leyendo” El otoño del patriarca”, junto a su marido, y no se podían dormir.
No digo que me produzca felicidad, pero se asemeja.
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