Uno de los temas que provoca mayor fascinación al hombre, es aquel que lo pone frente a frente con el gran enigma de la Vida, aquello que llamamos muerte. Es por ello, que a través de este “pequeño” trabajo monográfico quisiera dar una apreciación en relación con el tema, pero abordándolo desde un punto de vista filosófico, con un lenguaje accesible y serio, fijando la atención principalmente en un concepto oriental que desde que se occidentalizo y fue tocado por la mano de las supersticiones y las modas, que deslumbran a la masas, ha sido vaciado de su contenido original. Me refiero a la doctrina de la Reencarnación.
La Reencarnación se podría entender como un principio de renovación que afecta a toda la Naturaleza y sus particulares modos de expresión, incluido el hombre, y por ello no constituiría una simple creencia. Se la puede considerar como una evidencia instintiva y atávica, una forma de recuerdo ancestral de la Humanidad y de su arraigo a la Naturaleza. Por lo tanto, no deja de perder su valor esencial por el simple hecho de haber sido apartada de la visión conciencial del colectivo y sus percepciones culturales temporales, siempre variables y cíclicas, y sujetas a las limitantes condicionadas de una personalidad que se desenvuelve dentro del marco establecido de tiempo-espacio.
No es ni siquiera necesario fijar una base histórica para decir como surge este concepto en las diferentes culturas dispersas por el mundo. Sería cuestión de observar la Naturaleza, y nos daríamos cuenta que surge del sentido común -el menos común de los sentidos- y de la observación descontaminada de todo aquello que la conforma.
Igualmente, se suma el hecho de que resuelve, en cuanto a conocimiento, una serie de interrogantes, siempre y cuando se este libre de prejuicios y absurdas supersticiones que acompañan a cualquier idea que se aleja de sus raíces filosóficas primigenias.
Así las cosas, vemos que cada vez que una civilización comienza su camino en la pendiente de su propio proceso, sus conceptos se sumen en una especie de letárgico sueño y solo queda una espectral figura errante que deambula en el pensamiento colectivo, con sus visiones que caen en lo ridículo y, porque no decirlo, en lo demencial.
Como consecuencia de lo anterior, al Hombre se le hace imposible interpretar correctamente las enseñanzas quedando solo letra de la palabra, pues se ha perdido el vínculo con lo sagrado que otorga la tradición (entendiendo con este concepto el acto detraspaso que permite preservar el conocimiento)con su relación directa de maestro y discípulo, y en donde los símbolos pasan a ser verdaderas entelequias y juguetes en manos de ilusos inexpertos que sólo pueden balbucear. Ya no es posible retener y comprender las grandes verdades, no se tienen las claves, y toda la experiencia acumulada durante siglos se desvanece poco a poco... y aparentemente muere; pero luego vemos que renace de sus propias cenizas, renovada en su forma simbólica y en sus ceremoniales ropajes, como algo que a los ojos profanos parece en su totalidad diferente y que, sin embargo, mantiene su inmutable esencia, pues nunca ha dejado de ser. Se podría decir que reencarna, ya que se reviste de nuevas formas y de un impulso renovador en lo culrural y civilizatorio.
En todos los pueblos de antigüedad, desde los más remotos, la reencarnación era algo que se enseñaba de manera velada, con claros fines pedagógicos por los sabios de distintas épocas, a los pueblos para guiar los pasos en su desarrollo cultural, como un padre conduce a su hijo. Cada cual recibía lo que su conciencia y entendimiento le permitía –verdadero acto de justicia- y no se forzaba la marcha de nadie.
Es por esto quizás, que se utilizaban distintas herramientas pedagógicas que hacían posible el despertar filosófico de los hombres -como mitos, parábolas, rituales-, y que no eran otra cosa más que mecanismos para acelerar el proceso interno de desarrollo de cada individuo. Es decir, que por medio de estos elementos de autentica mayéutica, se permitía el acceso conciencial - epifanía- y se posibilitaba la tan anhelada conquista interior. El hombre se adentraba en una realidad superior que siempre estuvo allí, pero que yacía oculta y velada detrás de los variados signos; las huellas que deja la Naturaleza en su constante y hierático paso. El ritmo de sus ciclos es su forma pedagógica de repetir incansablemente la enseñanza hasta que todos los comprendan.
Así se buscaba constatar la antiquísima enseñanza que versa la alquimia, la transmutación del plomo en oro. Hacer del carbón informe un diamante armónico y pulido en todas sus aristas, que sirva de canal para que la luz se manieste a través de él, sin quedarse con nada; luz que es conocimiento y la resultante de la experiencia acumulada, vacío en la plenitud. Me sirvo de esta simple analogía que es conocida por la mayoría.
Pero sigamos el periplo conciencial…
Vemos que la ley de los ciclos, con sus marcadas estaciones y ritmos, siendo la reencarnación una de sus múltiples resultantes, fue precipitando a la Humanidad en su conjunto en una suerte de edad media –kali yuga, según la concepción hinduista o la edad de hierro que describe Platón-, o tiempo de oscuridad y materialismo, en donde las capacidades superiores de percepción se vieron atrofiadas, ya que la conciencia se forma a partir de los elementos con los cuales se identifica.
Y vemos que la misma cuna que albergó este conocimiento se vio afectada por un cúmulo de creencias supersticiosas, llegándose a creer que era posible reencarnar en animales y vegetales, haciendo que el hombre retrocediera en su marcha evolutiva, como si el universo en una suerte de irracional capricho cambiara de improviso su dirección. En occidente, mientras tanto, fue olvidada casi de forma completa, llegando a ser un conocimiento proscrito para todas las sectas hebreo-cristianas y musulmanes. Ese antinatural estado de amnesia conciencial y adormecimiento, fue aparentemente forzado, lo que llevo a los sacerdotes de estas creencias a prometer inmerecidos premios y absurdos castigos.
Pero como la historia lo demuestra, siempre hay quienes se encargan de preservar las enseñanzas, aunque debiesen ser transmitidas de forma velada y a través de un lenguaje oral directo; como comúnmente se dice de la boca al oído. La tradición una vez más cual silente llama ardiendo…
Según sus raíces primitivas, la Reencarnación sería la doctrina del renacimiento, sugiriendo la idea en sí, algo que renace, algo que estaba antes del nacimiento, algo que vuelve a nacer bajo formas concretas nuevas, las que solo pueden retener ese algo, ese ser, esa alma por un tiempo limitado, para luego ser abandonado, pues lo discontinuo solo puede retener lo continuo a través de la constante renovación, una forma material de eternidad, un constante nacer y morir.
Las enseñanzas arcaicas nos señalan que el hombre necesita un cúmulo de experiencias a fin de perfeccionarse; y que para ello se halla sumergido en la corriente de la vida, la que siendo continua se expresa de manera dual, teniendo la existencia física por un polo y la metafísica como el otro. De tal manera, la muerte no existiría sino solamente como una ilusión.
En este punto la contemplación de la Naturaleza nos ayuda a comprender e intuir lo profundo de esta doctrina, ya que si observamos un árbol por ejemplo, nos damos cuenta que esta sujeta a la ley que dictan los ciclos con sus marcadas estaciones, que nos hablan de renovación, experiencia y perfeccionamiento, donde también se genera la ilusión de la muerte de forma constante. El hombre, por tanto, siendo parte de esta realidad está sujeto a estas mismas leyes; un poco de sentido común evita cualquier tipo de vana especulación. Esta doctrina, así las cosas, se presenta como una evidencia revelada por la Naturaleza. Un hombre dijo a vez que ésta gusta de ocultarse… el mito de Alción algo dice de esto también. Quizás por eso debemos sumergirnos en el lenguaje simbólico y desentrañar sus innumerables misterios; es algo que depende de cada uno.
Existe un hecho casi incuestionable, y es que este conocimiento no era ajeno a las doctrinas propias del Cristianismo en sus inicios, algo que puede ser constatado a la luz de una mente acostumbrada a la investigación comparativa, el análisis y el pensamiento ecléctico que busca el discernimiento, y con dicha actitud rescatar siempre lo mejor y compartirlo.
Este conocimiento doctrinal lo compartieron los principales Padres de la Iglesia primitiva (destaco entre ellos a Clemente y Orígenes), con los más ilustres pensadores de la época, en el círculo filosófico que surgió en Alejandría -el gran faro-. Pero este conocimiento fue, lamentablemente con el tiempo, desligado de las enseñanzas que se transmitían a los discípulos -voluntaria o involuntariamente, quien sabe-, siendo erradicado casi por completo de los textos originales; si bien las diferentes traducciones ya se habían encargado de ir restando valor a su contenido.
Debemos recordar que el Cristianismo reconoce dentro de su doctrina la existencia de Cuerpo, Alma y Espíritu. Si ahondamos en esta división tripartita diremos que el Cuerpo es la personalidad con todas sus posibilidades de expresión de sus potenciales de los cuales se sirve el Alma para registrar una serie de experiencias que culminan con la comunión del Alma con el Espíritu, la unión del Hijo con el Padre. El Alma por medio de estas sucesivas experiencias alcanza la plenitud de su desarrollo, es perfecto como el Padre que está en los Cielos es perfecto.
Para dar a entender el concepto de Cuerpo como vehículo de expresión me serviré del siguiente ejemplo. Cuando el hombre necesita viajar por tierra se sirve de un auto, una bicicleta o cualquier otro medio; si lo hace por el agua utiliza un vehículo que cumpla tal función; si por aire sucederá lo mismo. Ahora bien, el hombre-alma sigue siendo el mismo, registrando sus experiencias en distintos ambientes. De la misma forma podríamos decir que el Ego se sirve de la personalidad y sus potencialidades para expresarse dentro del plano de manifestación, y todo aquello que lo emparenta con el Espíritu es lo que acumula en su camino evolutivo. Se que este ejemplo es un tanto burdo, pero aporta lo necesario para clarificar lo antes dicho. Entendamos que este es un camino de constatación, peldaño a peldaño, paso a paso, en donde la conciencia y la voluntad están siempre en juego. He aquí la importancia del desarrollo intelectual en conjunto con el devocional para poder vincular armonicamente la fe y la razón, y canalizar de la mejor forma posible nuestras acciones, que pueden ser de tipo mental, emocional y física, con su correspondiente despliegue energético y vital.
Hay, de igual forma, una serie de símbolos criptográficos en Egipto que hablan de esta enseñanza, como el ave con cabeza humana que vuela hacia una momia, un cuerpo, o “el Alma que se une a su cuerpo glorificado”, es una prueba de esta creencia. Ya que la palabra resurrección, entre los egipcios, nunca significo la resurrección de la mutilada momia, sino del alma que la animaba, el Ego en un nuevo cuerpo, semejante a la idea que se deja entrever en ceremonial del Sol Invicto.
En otros pueblos, vemos que era de uso común la incineración, la cual buscaba que el alma se liberase, de forma más expedita, de las trabas impuestas por el cuerpo durante su período de existencia; donde, además, estaba implícito el acto de purificación y el hecho de acelerar, una vez más, un proceso que tardaría mucho tiempo si se no llevase a cabo este acto sagrado. En relación a esto, es importante entender de forma profunda y cabal la concepción que cada cultura tenía -y tiene- de los estados post mortem. Algo que sería inútil de graficar en breves palabras.
El hecho de revestirse de materia periódicamente el alma o ego, era una creencia Universal, y ninguna cosa puede estar más de acuerdo con la justicia, entendiéndola como una fuerza de la Naturaleza que busca mantener el aquilibrio cuando se rompe la armonía, siendo el dolor la evidencia del desajuste, el cual evita demenciales desbandes de la conciencia. El acto de dar a cada cual lo que corresponde según su naturaleza y sus actos, o tipos de actos, reafirma las concecuentes formas de expresión físicas, emocionales y mentales; entendiendo que estos modos de expresión pueden ser desplegados con sus distintas variables y formas, y que dependen de cada individuo. Un ejemplo simple se da en la dimención de lo emocional, donde la forma negativa de la ira es totalmente contraria a una abstracción estética o una percepción de mística devoción; sin embargo, ambas se dan dentro del ámbito emocional de expresión con sus diferencias de tipo energética y vibratoria.
La reencarnación es llamada también palingesia, metempsicosis, transmigración de las almas, etc., y como indican estos distintos nombres, enseña esta doctrina que el alma, el principio viviente e imperecedero, inmarcesible y continuo, el Ego, aquello que no nace ni muere, su parte inmortal, después de la muerte del cuerpo en el cual residía, pasa sucesivamente a otros, de suerte que para un individuo hay una pluralidad de existencias, o mejor dicho, una existencia única de duración ilimitada, con períodos alternativos de vida objetiva y subjetiva, de actividad y reposo, comúnmente llamados “vida” y “muerte”, comparados en cierto modo a los ciclos de vigilia y sueño (Hipnos el hermano menor de thanatos) de la vida terrestre. Cada una estas existencias en la tierra es, por decirlo de algún modo, un día en la Gran Vida Individual, en la Vida del Ego.
De esta forma, mediante el proceso de la Reencarnación, la entidad individual e imperecedera, el ego, transmigra de un cuerpo a otro, de una vestidura a otra, revistiéndose de sucesivas y nuevas formas o personalidades transitorias, recorriendo así en el curso de su evolución, una tras otra, todas las fases de la existencia condicionada en los diversos reinos de la Naturaleza, con el objeto de ir atesorando las experiencias relacionadas con las condiciones de vida inherentes a ella, como atesora el estudiante diversos conocimientos y experiencias, en cada uno de los cursos de su vida escolar y universitaria; hasta que una vez terminado el ciclo de renacimientos, agotadas todas las experiencias y adquirida la plena perfección del Ser, el Espíritu Individual, libre por completo de todas las trabas de la materia, alcanza la liberación y vuelve a su punto de origen, abismándose de nuevo en el seno del Espíritu Universal, como la gota de agua que sume en el inmenso Océano.
La filosofía en su aspecto interno afirma esta realidad: la existencia de un principio imperecedero y individualizado que habita y anima la materia después de un intervalo más o menos largo de vida subjetiva en otros planos.
De este modo, las vidas corporales sucesivas se enlazan cual perlas a un hilo, siendo este hilo el principio siempre viviente y continuo, y las perlas las numerosas y diversas existencias o vidas humanas en la tierra.
El Ego humano no puede encarnar solo en formas humanas, pues sólo éstas ofrecen las condiciones mediante las cuales son posibles sus funciones. No puede vivir jamás en cuerpos de animales ni puede tampoco retroceder hacia el bruto, porque esto sería ir contra la ley de la evolución.
En este falso punto de vista, que en algún momento y en algún lugar se creyó y se cree, es un velo más que se posa sobre los como testimonio de su valor simbólico, algo que solo puede admitirse de forma alegórica, de igual modo que llamamos tigre al hombre de crueles instintos, o zorro al que está dotado de astucia y sagacidad, etc. Cierto es que un hombre puede degradarse y llegar a ser hasta peor, moralmente hablando, que cualquier bruto, pero no puede hacer dar vueltas a la rueda del Tiempo ni hacerla girar en la dirección contraria a lo que dicta la Naturaleza que evidencia patente del Gran Enigma que llamamos Dios. La Naturaleza nos abre puertas delante de nosotros, pero una vez cruzado el umbral éstas se cierran sin que aquello se pueda evitar, como si hubiese una cerradura de resorte, para la cual no tenemos llave.
La doctrina de la reencarnación es la única que nos ofrece una respuesta clara, lógica y satisfactoria a gran parte de los enigmas y problemáticas existenciales que se nos plantean durante este corto peregrinaje. Cuestiones referentes a diferencias de carácter, los diversos instintos, tendencias innatas de diversas personas, el talento y las disposiciones naturales que presentan algunos hombres en el arte o la ciencia; lo paradojal del ingenio; las aparentes injusticias que vemos o que asumimos en un porque a mi… A no ser que exista una fuerza caprichosa y malvada que se ensaña en contra de la humanidad. No debemos ser tan ilusos ni dejarnos llevar por dogmas ni absurdas supersticiones.
De todo lo expuesto se pueden deducir una serie de ideas, pero se hace evidente que existe una Inteligencia Cósmica, la cual regula todos los procesos con una clara finalidad. Como dije anteriormente, la Naturaleza es la única evidencia tangible de esa realidad que nos sobrepasa, y su forma de expresión en ciclos, reafirma la idea de la necesaria renovación a la que están sujetos todos seres, en sus diferentes aspectos, tanto visibles como invisibles; en sus disímiles estratos de conciencia y períodos de evolutivo desarrollo.
Es necesario complementar el conocimiento, reconocer que somos herederos naturales de todas las tradiciones que la tierra ha visto gestarse en su vientre materno. Todas las etnias y culturas, todas las civilizaciones son la evidencia inteligible de la huella que dejó el paso del Hombre; son eslabones de la gran cadena que forjó la humanidad durante milenios.
No somos de ninguna forma esclavos de un destino predeterminado por ciegas fuerzas; somos artífices de nuestro propio destino, el caminante y el camino. Y si somos realmente libres que la Naturaleza sirva de silente guía entonces, para evitar naufragios… cada día que despierte simplemente diré hoy he nacido; carpe diem...
Pd: me gustaría que dejarán un comentario para complementar lo expuesto, desde ya gracias.
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