Capítulo 1
Los alborotados vientos de marzo se metían por los resquicios más insospechados de los transeúntes, Rosario luchaba con el fastidio del embarazo, pasaba de la semana 32 y no creía llegar a la 36, ese tercer embarazo, a diferencia de los anteriores la había encadenado al dolor sin tregua, deseaba con todo su estomago que aquello terminara ya, de cualquier manera, ya fuera exitoso o no. El llanto del pequeño infante apenas de 11 meses la tenia loca y desesperada, los chillidos del niño se le metían en las entrañas y parecía que se le pegaban en la piel al crio que llevaba dentro, algo hacia que sintiera una hostilidad profunda contra la criatura que apenas llegaría al mundo (si acaso), sentía que casi lo adiaba, tenía un rencor sordo, como si fuera la ojeriza al hígado que sus padres la obligaban a tragar dos veces por semana con el argumento de ser saludable. Miguel su marido se había alejado un poco cada vez con este infortunado y no planeado embarazo. Sentía que lo perdía o que aquel andaría en pos de alguna falda nueva sin barriga que a ella se le había hecho crónica en tres años. No tenia problema con el mayor de los niños, pues su padre a falta de hijo varón lo adoptó apenas destetado y se habían vuelto compañeros inseparables y el abuelo consentidor se había “enculecado” con el junior, por otra parte con resignación y con una sumisión de monja de convento Miguel había aceptado al segundo, que al principio intento arrebatar la abuela, pero este no estaba dispuesto a ceder una vez más como lo había hecho con el primero, así que se ató al pequeño y le vació todo el patrimonio paterno que había reprimido con el primogénito, y se lo llevo con él, incluso a los lupanares de mala muerte. A su escaso año le dio de beber sus primeros sorbos de cerveza amarga, el niño protesto al principio pero pronto se aficionó con el adormecimiento delicioso que al alcohol regala al principio, y que después cobra en demasía.
Para las seis de la tarde rosario estaba en un grito, los dolores del parto se habían empeorado tanto que sentía que su vientre y sus genitales le explotaban con un ardor infernal que se parecían a brazas en carne viva en la intimidad, la abuela corrió por Doña Esther, la partera que se encontraba nomás cruzando la calle, aquella se limpio las manos de masa de molino manoseada para hacer unas “picaditas” la cena favorita de su hijo. Interrumpió su metódica tarea para dar paso a la urgencia. El recinto precario de la partera, estaba equipado con una camilla rustica de expulsión, en la que coloco a Rosario que gritaba como fiera herida y apenas levanto la bata materna de cuadros pobres que llevaba encima, la matrona decreto: –hay que llevarla a la clínica de la ciudad, esta mujer esta muy mal, tiene envenenada la sangre y el chamaco viene de nalgas, si no la atiende un médico se puede morir. El abuelo gozaba de posición desahogada pues era el encargado de la estación de paso de los viejos autobuses foráneos, así que aunque Rosario no era la favorita de las únicas dos hijas; su conciencia no le permitía abandonarla a su suerte, pago un auto de alquiler que en el trayecto casi se desarmo por la urgencia y a Rosario le sirvió de tortura y anticipo de los martirios del purgatorio. Apenas llegaron al hospital fue atendida por el único ginecobstetra de la ciudad, quien como recién graduado, tuvo que llamar al médico general más viejo de la ciudad para que lo sacara del atolladero y al final se despidiera con una mirada de desprecio al recién egresado, aconsejándole que sería mejor regresarse al hospital de la capital para seguirse preparando porque estaba muy verde para esos menesteres. Así fue cómo aquél pequeño vio la luz y miro desconfiado a un mundo agreste, ya su estancia en el “paraíso placentario” había sido sinuoso y parecía que el inicio de su vida no sería mejor.
Capítulo 2
No se sabe la hora exacta en que el alma se integró al cuerpo, tal vez fue en la expulsión multitudinaria espermática cuando Miguel llego ebrio exigiendo sus derechos conyugales, o tal vez en el momento previo en que José vio la primera luz de este mundo, lo único cierto es que la tristeza se le impregno en la piel más allá de la propia alma (si es que existe), dicen que los fetos perciben todo desde dentro del abdomen lo cierto es que este comprendió muy rápido lo agresivo del mundo y sus miserables habitantes: descargas de adrenalina por las múltiples preocupaciones y discusiones de Rosario y Miguel, además de los reproches que aquel le hacía por el trato que le daba su suegro por que los mantenía y los tenia de arrimados. El orgullo de Miguel era de tanto que no permitía siquiera una pequeña recriminación de su pariente político, a contraparte también el enorme ego de “Don Cándido” no era para menos, así que era como si dos locomotoras en su punto máximo de velocidad chocaran y por consecuencia causaban estragos a su alrededor. Todos sufrían esos constantes choques (además) el primer sabor que recibió el crio a través del cordón umbilical fue amargo, cómo presagio de la infausta subida que le tocaría vivir, los subsecuentes no fueron mejores, la paz no era lo constante, incluso llego a perderse en laberintos oníricos ya dantescos en su escasa experiencia de vida, era increíble que un feto tuviera pesadillas pero él las tenía, sus momentos felices, eran cuando no sucedía nada, la tranquilidad efímera, de algunos minutos era el único oasis que apreciaba, y que él podía calificar como felicidad, por ello cuando llego al mundo y sintió el rechazo total de su progenitora, no fue novedad, en cambio la abuela que ya había sido hecha a un lado con el intento de apoderarse del segundo hijo de la pareja, tuvo en ese ser desvalido que nadie reclamaba, la oportunidad de liberar el caudal materno que aún le quedaba. Fue un bebe prematura, con inmadurez pulmonar y que por obvias razones adolecía de la función respiratoria básica. Su piel anunciaba esta condición; el color amoratado que revelaba no era una característica de la piel, sino un problema de insuficiencia globulinica. El bendito aire que traspasaba difícilmente por sus pequeñas fosas nasales y que era recibido como una bendición y un sabor delicioso, como verdadero manjar, no era suficiente para realizar toda la actividad que requería su pequeño cuerpo, por ello el color azulado se apropió de su piel carente de oxígeno. La abuela tomo en brazos al pequeño que luchaba por lo más elemental: respirar, lo vio indefenso, casi muerto, y se juró que lucharía con toda su vida para que aquel pequeño se quedara en el mundo. El chiquillo apenas si percibió la figura difusa que tenía al frente por las causas naturales y por su precaria condición, sólo se concentraba en administrar el escaso y vital gas que podía captar, y por la misma razón el insuficiente calor que tenía en su cuerpo. El torpe cuerpo médico de la clínica le prescribió meses de incubadora con temperatura y oxigeno adicional, pero “Don Cándido” no era tan esplendido, así que regateo y buscó la opción más económica por que aquel crio no era prioridad y porque de todos modos se iba a morir, así que tuvieron que buscar opciones: después de una semana regateada de cuidados intensivos, se lo llevaron a casa a calentarlo con botellas de agua caliente y oraciones sentidas para que el infante sobreviviera, su peso 1.100kg, su medida 40 cm, su pronóstico de vida 3 meses y ya habían transcurrido 15 días.
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