ESPERANDO AL RATÓN PÉREZ
Cuando Esteban nació yo ya tenía a los mellizos, de un año y tres meses. Recuerdo que esa tarde vinieron a visitarme a la clínica donde estaba internada, de la mano del padre. Me parecieron mucho más grandes que el día anterior. Muy, muy grandes…¡ Pensar que eran tan chiquititos cuando nacieron….! Ahora, comparados con este último integrante de la familia, podía ver mejor cuánto habían crecido.
Pero el tiempo pasó rápido y los tres crecieron parejos. Cada vez se notaba menos la diferencia de edad. Como Rolando, uno de los mellizos era de contextura más bien menuda, Esteban, el menor, pronto lo alcanzó en tamaño. En cambio Víctor, el otro mellizo siempre fue mucho más grande, condición heredada, sin duda, de sus bisabuelos maternos, de origen ucraniano.
En realidad yo debía estar casi siempre corrigiendo a la gente que a menudo se equivocaba arriesgando sobre cuáles eran en realidad los mellizos. Para la gran mayoría eran los dos de menor tamaño, y el otro, pensaban, había nacido anteriormente.
Pero cuando llegó la época del cambio de los dientes de leche natura afectó primero a los verdaderos mellizos, como debía ser, mientras que el menor esperaba impaciente la caída de su primer dientito.
La explicación era que los mellizos, cada vez que perdían un diente de leche, recibían la tarifa de dos pesos por cada diente colocado debajo de la almohada, ya que el ratón Pérez acostumbraba cambiar dientes por dinero.
Esteban había observado que los mellizos ahorraban ese dinero, o lo gastaban en alguna golosina, y ese hecho había madurado su codicia. Contínuamente me preguntaba cuánto faltaba para que él perdiera algún diente, o para qué quería el ratón tantos dientes. Yo, ocupada como estaba a toda hora (para esa época ya había llegado Ana, la menor, que se lleva poco más de dos años con Esteban) le contestaba cosas poco lógicas y no le daba gran importancia a sus preguntas.
Cierta vez a Víctor se le había aflojado un diente y después de unos días de especulaciones y expectativas por parte de los tres, el dientito por fin se desprendió, así que lo colocó debajo de la almohada y se dispuso a esperar al ratón. Tuve que avisarle que no ande dando vueltas por el dormitorio porque eso asusta a los ratones, lo que demoraría su llegada. De todos modos era demasiado impaciente y a cada rato volvía para ver si el ratón ya había venido a dejarle su tesoro.
Al fin lo convencí de que se fuera un rato a jugar al patio para dejar que el ratón se animara a acercarse. Al rato lo vi llegar con el hermano y se fueron derecho al dormitorio, pensando que seguramente ya estaría el regalo debajo de la almohada. Pero…¡Oh, desilusión! ¡No había rastros del dinero…¡Ni del diente…!
-¡Mamá, mamá, no está ni la plata ni el diente!
Todos corrimos al dormitorio a fiscalizar la situación. Mientras Víctor me mostraba que debajo de su almohada no había ni señales del dinero tan esperado, yo decidí revisar las otras camas, para ganarle de mano. Comencé con la de Esteban, y tal como sospechaba, allí estaba el cuerpo del delito, debajo de su almohada. Mientras observé el semblante de mi hijo, con esa mirada más inocente que culpable, con los ojos bajos al sentirse descubierto y esperando la sanción, o quizás temiendo una venganza por parte de los dos mayores por esta intromisión suya en un asunto tan importante para sus negocios. Entonces no lo pensé un segundo y rápidamente tomé el diente sin que me vieran, mientras decía en voz alta: - ¡Aquí tampoco está!
Los dos fiscales seguían buscando entre las sábanas y frazadas sin encontrar indicios de nada. Aprovechando el revuelo que habían armado, me agaché y deposité el diente atrás de la pata de la cama de Víctor, diciendo al mismo tiempo. – ¿No es ese tu diente?
Alivio general. Los mellizos volvieron a poner el diente en su lugar y todos nos relajamos.
Nunca podré olvidar la mirada de agradecimiento pintada en la carita de Esteban. Aproveché a explicarles bien a todos a qué edad pierden los dientes los niños, y que los menores tendrán que esperar que llegue el tiempo que corresponde para recibir el premio por los dientes caídos. Esto era así y había que saber esperar.
Esa noche ratón Peréz visitó nuestra casa, llevándose el dientito de Víctor, y dejándole a cambio la inamovible suma de dos pesos.
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