Los desnudos de Arnaldo
Por: Samuel Soto Bosques
Arnaldo José Cabral del Toro es un hombre joven metido en un cuerpo sano con la vitalidad de un toro bravo. Su disciplina de ejercicios diarios se acopla perfectamente al plan alimentario y es, a la edad temprana de los 23 años, la envidia de cuanta mujer le pone el ojo encima. Guardado en la casa debido al asedio constante de su timidez, constituye a juicio de las damas, el más absurdo de los desperdicios.
No hace mucho, poco más de un año, que la paz rutinaria de este joven se vio perturbada de manera impensada. Lo que le comenzó como un minúsculo grano blando sin color en su nalga derecha, se convirtió en una esfera dura y roja casi negra, para alarma suya y el de su madre. Aquella pequeñísima esfera que apareció de la noche a la mañana se fue asomando al exterior y se apoderó de la región glútea, blanca y limpia del desafortunado.
Al principio sintió incomodidad. Luego, unas punzadas recurrentes le obligaron a emitir quejidos y le impidieron sentarse como Dios manda. La insistencia del dolor lo obligó a cambiar la posición de dormir y fue, por cuatro noches consecutivas, compañero del más inquietante insomnio. La calentura que le hacía sudar a raudales le comenzó al octavo día y fue entonces cuando desarmado del ánimo, decidió visitar al médico.
-Tienes un nacido en etapa crítica, le diagnóstico el cirujano. -Habrá que extirparlo y someterlo a un bombardeo de antibióticos, añadió.
Arnaldo llegó al hospital con su timidez estorbándole y con el viejo temor de mostrar su cuerpo de Dios griego. Se sometió al calvario de la cirugía y permaneció al cuidado de tres enfermeras que se disputaron las atenciones del paciente. En el transcurso de la hospitalización, su eterna timidez se fue disipando y fue permitiéndole a las damas de blanco, recrearse en el cuidado de su inmaculado y duro trasero.
Uno de esos días, en la modorra turbia de un sueño ligero, fue testigo del aprecio y estimación que tenían las abnegadas trabajadoras de la salud por su trasero. Fue en una conversación improvisada a cuarto cerrado, donde las sacrificadas admitieron unánimemente, no haber contemplado un trasero tan hermoso como el de aquel paciente y coincidieron en que joyas naturales como aquellas, deberían exponerse a la admiración del mundo. Ni el asco natural que los nacidos producen, distraían la belleza de aquellos armazones de carnes abultados y bien torneados.
Fue así, que estimulado por el episodio entre enfermeras y abandonada la timidez, comenzaron los desnudos artísticos de Arnaldo José Cabral del Toro. Se abría paso, la expresión del arte más fino y delicado hasta entonces desconocido, mostrar el trasero.
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