Somnoliento de tus olas cálidas
mar desierto en pugna.
Deseo a la Deriva, áridos tus pechos.
Navegar la noche eterna buscando un puerto,
siendo el más ciego quien te guía en la penumbra.
Tiembla tu ausencia vagabunda y errante.
Sin cándidos pétalos, sin fragancias y mieles,
ya seca y marchita la flor ya no atrae las abejas.
Si amas el fruto dulce y tierno otrora tu tronco estará seco.
Ama la rama que hoy te cobija, que ya un día
marchita, te seguirá amando y aunque de verdes
hojas ya no se vista, lucirá un clavel del aire como
corona.
En el deseo siniestro de la ola que ama la roca
hay un poco de pasión brutal que entre si se destruyen mutuamente en cada embestida y cada beso.
No hay algo nuevo si en alguna forma no muere algo viejo.
Cuando cae el fruto a la tierra besa en su muerte la semilla la tierra, para que se abra paso la esperanza de un nuevo cerezo.
Del cadáver que flota en el Duero se alimentan los peces, que orilla abajo el pescador recoge en sus redes para alimentar su familia.
Y en este intercambio que parece ser un festín sin frenesí, ebulliciona la vida como un torbellino furioso, arremete, construye, demuele, da paso a la muerte para abrirse cual vientre a una nueva cimiente.
En estas líneas, mustiosas y polvorientas,
no hay rima ni métrica, no se respetan los convencionalismos de los hombres muertos...
En ellas borbotea la vida y la muerte,
ser retuercen para fenecer y en una nueva lectura renacer hambrientas de unos ojos que las lean para llegar quizás a posarse en un alma inquieta.
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